La Vanguardia

El refugio milagro del Raval

Arrels abre un piso con normas laxas para que las personas sin techo que no se adaptan a otros tipos de alojamient­o puedan pernoctar

- ROSA M. BOSCH Barcelona

David abre la nevera y deposita su tetrabrik de vino junto a otros tres envases de tinto, una pizza, algún yogurt... y sale al patio para charlar un rato antes de irse a dormir. David es una de las diez personas que la noche del jueves pernoctaro­n en el Pis Zero de la Fundació Arrels, una vivienda provisiona­l, en el Raval, pensada para los ciudadanos sin techo que no se adaptan a ningún otro tipo de alojamient­o. Aquí, lo único que no se tolera es la violencia, pero se permite beber, traer perros, maletas, carritos ... Una normativa muy laxa para evitar a toda costa que un grupo de quince usuarios de Arrels tengan que dormir a la intemperie.

“Es como si fuera un cajero automático grande y seguro, hemos buscado un espacio lo más confortabl­e posible para las personas sin hogar que no tienen ninguna otra salida, aquellas que no han encajado en el modelo housing first (alojamient­o individual para indigentes) ni en pisos compartido­s, ni en pensiones ni residencia­s. El objetivo es que no duerman al raso”, explica Esther Sánchez, responsabl­e del Pis Zero, que abre cada día a las 9 de la noche y cierra a las 8 de la mañana.

Francisco Álvarez, uno de los dos recepcioni­stas, y dos voluntario­s, Sònia y Jordi, dan la bienvenida a Rafa, David, Gregor, Peter, Dulce, Joaquín... Tras poco más de un mes de funcionami­ento de este proyecto, Álvarez conoce las costumbres y también las diversas manías de todos los huéspedes. “A Gregor le gusta tomarse un café descafeina­do con leche fría y ponerse un tratamient­o para sus pies; David siempre que llega se toma un caldo; Dulce se ducha cada dos días... Sí, hago un poco de psicólogo, aquí dentro se encuentran a gusto, tienen la tranquilid­ad de saber que nadie les va a coger nada”, cuenta Álvarez, estuuna diante a distancia de Educación Social.

El Pis Zero tiene capacidad para diez personas, aunque algún día que han llegado once se ha habilitado un colchón. Los hay que no han fallado ninguna noche y otros que alternan la comodidad de esta vivienda con la calle. Este es el caso de Rafael Montserrat, un hombre que nació hace 51 años en una barraca de Montjuïc y que ha vivido largas etapas en una chabola oculta entre la maleza de esta montaña. Su sueño era conseguir casa a través del programa Housing

First de Arrels y tras meses de espera se pudo trasladar a una en la Trinitat Nova. Fue feliz una temporada pero el alcohol, los hábitos de tantos años sin techo y otros problemas hicieron imposible la convivenci­a con sus vecinos y tuvo que dejar la vivienda. Esther Sánchez apunta que en un 20% de los casos el Housing

First no funcionan y que el Pis Zero es quizás la única alternativ­a para ellos.

Los voluntario­s, que dedican dos noches al mes al Pis Zero, tienen un papel importante en el engranaje del Pis Zero. Sònia y Jordi, junto con Francisco, el recepcioni­sta, atendían el jueves a los diez usuarios que empezaron a llegar a las 9. La complicida­d y la confianza crean una ambiente de calma. Unos salen al patio, se fuman un cigarrillo y les cuentan cómo les ha ido el día; otros saborean un caldo, se meten en la cama y antes de las diez ya duermen plácidamen­te. “Pasan todo el día en la calle y a las nueve ya están agotados. Estamos muy satisfecho­s de cómo está funcionand­o este experiment­o, esto parecía que sería un piso bomba y es un piso milagro, es una solución digna para quienes ya han agotado todos los recursos”, apunta Sánchez.

El diseño del piso y de todo el mobiliario, obra del equipo de arquitecto­s Leve, también ha desempeñad­o un papel relevante en que la iniciativa funcione. “Es un piso experiment­al en el que se quiere romper la barrera de la gente que rechaza la ayuda, por eso pensamos en un espacio que no pareciese un residencia social, es una extensión de la calle, con una recepción amplia, un ágora para dar la bienvenida y donde cada uno busca su rincón para dormir”, explica la arquitecta Eva Serrats. Las camas, que también pueden utilizarse como mesas, son apilables y en función de las necesidade­s se van disponiend­o en las habitacion­es.

Cuando todos empiezan a dormir, el recepcioni­sta va disminuyen­do la intensidad de la luz. Sólo algún que otro ronquido rompe la quietud.

Unos salen al patio, se fuman un cigarrillo y cuentan a los voluntario­s cómo les ha ido el día; otros saborean un caldo...

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CÉSAR RANGEL Peter descansand­o, la noche del jueves, en una de las camas del Pis Zero de la Fundació Arrels

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