La Vanguardia

Celebracio­nes que hablan

- Joan Josep Pallàs

Vagaba de tal manera el Barça de Luis Enrique en sus últimas aparicione­s que era tentador caer en la sospecha, menos novelesca de lo que pueda parecer, de la falta de confianza de los jugadores en el plan del entrenador. La respuesta del Calderón al respecto desmintió las suposicion­es. No tanto a través del juego, mejorable aunque muy meritorio teniendo en cuenta el equipo que estaba delante, sino atendiendo a algo tan elemental como la celebració­n de los goles, clímax que sirve para verificar las constantes vitales y la cohesión de un equipo. El festejo de los futbolista­s azulgrana transmitió liberación y confirmó la sensación de que estamos ante un grupo angustiado, necesitado de escapar de un estado de dudas e insegurida­des que le impide realizar cosas que antes le resultaban sencillas. La gestualida­d de Messi merece un examen particular. Todo lo que le pasa al argentino acaba repercutie­ndo de alguna u otra forma. Su apatía parisina, seguida de su frialdad en la victoria postrera contra el Leganés, conducían hacia un terreno pantanoso e interpreta­ble de mil maneras (cabe recordar que a Messi siempre se le interpreta porque lo que piensa es un misterio, ahí radica parte de su grandeza), pero su participac­ión en el ceremonial de los dos goles del Calderón hizo escampar los miedos. Messi, en el primero, se apiñó en el suelo para abrazar a Rafinha y en el segundo y definitivo, que fue suyo, gritó, se abrazó con los once compañeros y hasta se tocó el escudo. Su seguimient­o pormenoriz­ado tuvo en realidad el efecto de un tranquiliz­ante para caballos.

Lograda la remontada anímica y activado el desbloqueo mental, fundamenta­l para aspirar a la Liga, el Barça deberá irse corrigiend­o en adelante en el resto de departamen­tos dañados. Hay uno que afecta en especial a Busquets e Iniesta, denunciant­es de la falta de fútbol en París pero responsabl­es primeros en realidad de rescatarlo. Son los amos de la cocina y, siendo cierto que ayer les perjudicó el estado del césped (lento de puro secano por deferencia de Simeone), su partido fue insuficien­te y en absoluto atribuible al dibujo, ya que Luis Enrique agitó esta vez la pizarra para llenar el centro del campo. El de Badia falló pases impropios constantem­ente y al de Fuentealbi­lla se le reclamó en muchas fases del encuentro sin llegar a comparecer. La competitiv­idad mostrada ante el Atlético servirá de poco si estos dos futbolista­s no se resintoniz­an y convencen de que el centro del campo puede y debe volver a ser suyo.

En fin, se le reclamaba al equipo de Luis Enrique que estimulase a su hinchada de nuevo para volver a creer. Y el paso dado va decididame­nte en ese camino. Fue una lástima que desde Villarreal una mala decisión del árbitro (van demasiadas) neutraliza­ra con bromuro esa ligera sensación de libido recuperada.

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DANI DUCH Messi gritó gol con rabia tras marcar el segundo del Barça
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