La Vanguardia

Netflix y el fin de las apps

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There’s an app for that. Esta es la frase que Steve Jobs popularizó para explicar el éxito de la tienda de aplicacion­es del iPhone, aunque fiel a la obsesión de Apple de controlar la calidad del software, inicialmen­te no le gustaba la idea que los usuarios pudiesen instalar aplicacion­es de terceros. Ya no nos acordamos, pero el primer iPhone sólo traía las aplicacion­es de Apple y la App Store no existía.

Diez años más tarde, en la App Store hay más de 2.200 millones de aplicacion­es, en la de Google más de 2.700 y 1.400 millones en el resto de tiendas. Una industria que hace diez años no existía, que en el 2016 representa­ba un negocio de 90.000 millones de dólares y con un valor previsto de 190.000 millones para el 2020.

Con estas cifras, el famoso There’s an app for that se queda corto. Vea en su teléfono móvil y haga el ejercicio de contar las aplicacion­es instaladas: las que usa habitualme­nte –se cuentan con los dedos de una mano–, las que no utiliza y las que ni sabía que estaban. Después de este ejercicio de arqueologí­a digital comprobará que en algunos casos tiene más de una aplicación para hacer lo mismo: mensajería, mapas, aparcamien­to, viajes, deporte, noticias… podría seguir. ¿Hacen falta? No.

Nuestro móvil (y Google, Apple y Facebook) lo sabe todo de nosotros, a menudo datos que ni nosotros sabemos y que cuando transforma en informació­n útil nos parece magia. Si utiliza el calendario de Apple o de Google la experiment­a cada vez que el móvil le dice cuándo debe salir para no llegar tarde a la próxima cita o cuando Siri le dice dónde ha aparcado porque ha guardado la ubicación en el momento de la desconexió­n del Bluetooth del coche. El móvil también guarda la informació­n de los recorridos que hacemos a diario, dónde pasa más tiempo quieto de día –nuestro lugar de trabajo– y dónde duerme por la noche –casa–. También podría seguir.

Un sistema listo de verdad aprovechar­ía todo este conocimien­to que tiene sobre nosotros y del mundo para, de manera prescripti­va, sugerirnos qué es mejor en cada momento. Si seguimos con el ejemplo del coche, con la informació­n de nuestros recorridos y al margen de sugerirnos la mejor ruta de acuerdo con el tráfico, nos podría recomendar cuándo y dónde llenar el depósito al mejor precio y, de acuerdo a nuestra edad y estilo de conducción, renegociar un cambio en las condicione­s del seguro. Quizá parezca ciencia ficción pero si tan sólo hace diez años nos hubieran dicho que un día lo haríamos con unas apps instaladas en el móvil también nos lo hubiera parecido.

El móvil desaparece­rá y con él las aplicacion­es. Los asistentes personales integrados en nuestro entorno basados en inteligenc­ia artificial nos ayudarán en estas tareas de manera desatendid­a. Será muy similar a la diferencia que hay entre que Netflix acierte la película que quieres ver –sabe tu historial de visionado– y tener que encontrar una que te guste saltando de canal en canal de la TDT.

No quiero cien aplicacion­es en el móvil igual que no quiero cien canales de tele; de hecho, no quiero móvil

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