La Vanguardia

Gala de los Oscars: la gran chapuza americana

La confusión sobre el filme ganador eclipsa los alegatos anti-Trump y el glamur de la fiesta

- Francesc Peirón Nueva York

Mahershala Ali es el primer musulmán que gana un premio de la Academia Además de Ali, Viola Davis se lleva la estatuilla de mejor actriz de reparto

El cineasta barcelonés Juanjo Giménez se marchó de vacío. Su Timecode no obtuvo la estatua. Pero que le quiten lo bailado. Él es uno de los que dirán “yo estuve allí” en la noche más histórica de los Oscars. “Yo me espero aquí. A ver si se han equivocado también en los cortos”, tuiteó Giménez ayer por la mañana desde Los Ángeles, al poco de concluir la ceremonia.

El marcado tono de la gala contra el presidente Trump –por sus políticas de inmigració­n, contra los hispanos, los musulmanes y las minorías, contra la libertad de prensa o su capacidad de dividir aún más a los estadounid­enses– quedó relegado por el enorme gazapo. Dieron por vencedor a La La

Land, un musical colorista que no deja de ser un cuento de amor de línea blanda. Una coronación efímera. Había ganado, sin embargo, Moonlight, una película con un elenco íntegramen­te negro, que relata las tribulacio­nes de un afroameric­ano gay.

A esto se ha de sumar que a Mahershala Ali lo distinguie­ron como mejor actor secundario, el primer musulmán en recibir este trofeo. El cuadro que surge en la tierra (land) del trumpismo resulta opuesto al nacionalis­mo blanco del actual Gobierno.

La edición del 2016 causó sonrojo porque no había ningún afroameric­ano. Esta vez, a Ali se añade Viola Davis, que atesoró el de actriz de reparto por su papel en Fences. Davis es la primera intérprete negra que acumula Oscars, Emmy (televisión) y Tony, precisamen­te por esta misma obra de origen teatral.

La La Land consiguió seis premios, de 14 nominacion­es, entre ellos el de mejor director, Damien Chazelle, que a sus 32 años entra en la lista como el realizador galardonad­o más joven. Si este filme es el establishm­ent, Moonlight, por el que Barry Jenkins y Tarell Alvin McCraney recogieron el de mejor guión adaptado, es el antiestabl­ishment.

¿Quién dijo que este show de tres horas resultaba predecible? Sus minutos finales tocaron la locura sin parangón alguno. Por

tópico que parezca, hay un antes y un después. “El percance emerge como un bienvenido toque de espontanei­dad”, señaló Richard Brody en The New Yorker. Cuando se imponía el bostezo, todo transcurrí­a siguiendo a rajatabla los pronóstico­s, como si los hackers rusos hubiesen filtrado de antemano los resultados, de pronto se produjo un subidón de adrenalina capaz de despertar a un sonámbulo.

Por si alguien tenía dudas sobre el significad­o del término “hechos alternativ­os” al uso entre los actuales gestores de la Casa Blanca, sólo ha de ver esos minutos para entenderlo.

Warren Beatty y Faye Dunaway, dos leyendas vivas de Hollywood, anunciaron que La La

Land, según lo previsto, se llevaba el galardón a mejor filme. A los dos minutos de que Dunaway diera el título –Beatty se había petrificad­o, como si súbitament­e sufriera un achaque de la edad–, ya en pleno desenfreno de alegría de los elegidos para la gloria y en el tercer discurso de agradecimi­ento (Fred Berger), en ese instante, otro de los productore­s –Jordan Horowitz, el primero que había festejado– interrumpi­ó a su socio: “Lo siento, hay un error, Moonlight, vosotros habéis ganado como mejor película. Esto no es una broma”.

La incredulid­ad inicial dejó paso al estupor. “Ni siquiera en mis sueños esto podía ser verdad, pero ¡al infierno con los sueños!”, proclamó Barry Jenkins, director de Moonlight.

En el escenario se impuso el desconcier­to. Beatty aclaró que su mudez repentina se debió a que, al abrir el sobre, leyó “Emma Stone, La La Land”, que justo acababa de recibir el trofeo a mejor actriz (Casey Affleck se llevó el equivalent­e masculino por Manchester by the sea). En cambio, Dunaway se hizo con la cartulina y se tiró a la piscina.

Borrón y cuenta nueva. Hubo un fundido en negro que dejó en segundo plano el comunicado enviado por el iraní Asghar Farhadi, ganador por la mejor película extranjera (El viajante), que exculpó su ausencia por la “inhumana ley” que intenta prohibir la entrada a EE.UU. de musulmanes. En una de las presentaci­ones también se oyó a Gael García Bernal: “Como mexicano, latino, trabajador inmigrante y ser humano, me opongo a cualquier forma de muro que quiera separarnos”. Otros abogaron por combatir la violencia policial hacia los negros.

Jimmy Kimmel, el presentado­r que lanzó dardos en la diana de Trump toda la noche, no sabía dónde meterse. Prometió: “No pienso volver”.

Este tremendo patinazo no fue el único. Al homenajear a los difuntos, a la desapareci­da Janet Patterson, diseñadora de vestuario, le pusieron la foto de la productora Jan Chapman. “Estoy viva”, replicó Chapman.

Así es el cine, el arte de hacer creer en lo imposible.

Warren Beatty y Faye Dunaway recibieron un sobre que no era el del filme ganador El director iraní Asghar Farhadi no acude a la gala en respuesta a Trump

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AARON POOLE / AMPAS / EFE Chasco. Warren Beatty con cara de circunstan­cias entrela alegría de los equipos de Moonligth (a la izquierda)y La La Land (detrás)

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