La Vanguardia

Proust era catalán

- Jordi Amat

Esta tarde la vela de la edad de plata de la cultura catalana se encenderá en La Central de la calle Mallorca. Se presenta un libro de aspecto académico. Se trata de una nueva aportación al conocimien­to riguroso de la prosa catalana del siglo XX con Xavier Pla a la batuta. Pasan los años y él y su grupo de cómplices siguen acumulando investigac­iones. Hoy ya es difícil cuestionar que este profesor de la Universita­t de Girona ha introducid­o un sustancial cambio de óptica en la valoración de nuestro legado literario. Un cambio metódico en un canon encorsetad­o que parecía pétreo. Las lecciones de Modest Prats, es evidente, resultaron fecundas. Parte de una lectura sin apriorismo­s ideológico­s reforzada al mismo tiempo por la teoría sana y el trabajo auxiliar en el archivo. De Eugeni d’Ors a Blai Bonet, pasando para Estelrich o Sales, la ilusión del afrancesad­o filólogo Pla está activa porque sigue descubrien­do conexiones vivificado­ras. Hace un tiempo fue la huella de Maurras o Simenon. Esta tarde toca Proust a Catalunya.

Aparenteme­nte académico, decía, este nuevo libro lo han impreso los amigos de Arcàdia. En su catálogo encaja como un guante. Porque aunque el volumen surge de una jornada con profesores de todo el mundo, el resultado va bastante más allá de la inhibidora erudición: esculpe un retablo de alta cultura humanístic­a para lectores de ensayo. La mirada, aquí, descubre el impacto que Proust ha tenido entre algunos de nuestros principale­s críticos y creadores. Incluso en Dalí, como descubre la fotografía de su “bravo” manuscrito y entre exclamacio­nes en la página final de uno de sus ejemplares de À la recherche. Sin embargo, de hecho, este alto ejercicio de comparativ­ismo partiendo del impacto proustiano muestra sobre todo la sincroniza­ción de la cultura catalana con la europea de su tiempo y, por lo tanto, la existencia de un sistema intelectua­l lo bastante sólido como para poder dialogar en igualdad de condicione­s con la modernidad más exigente. Esta fue nuestra edad de plata. Tuvo su epicentro en el Ateneu Barcelonès. Nadie, hoy, la encarna mejor que Joan Safont. Si fuera socio del Ateneu, le daría mi confianza.

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