La Vanguardia

De la realidad y los sueños

La Academia de Hollywood urde un reparto salomónico entre el sutil drama de ‘Moonlight’ y la convencion­al historia de camino a la gloria de ‘La La Land’

- FERNANDO GARCÍA Madrid

La Academia de Hollywood ha urdido un reparto salomónico de los premios Oscar que reconoce casi a partes iguales el cine con los pies en el suelo del drama humano que es Moonlight y la exaltación de los sueños tendentes al firmamento que hace

La La Land. Así, mientras el realismo crudo pero emotivo de Barry Jenkins conquista el premio a la mejor película –así como los de guión adaptado y actor de reparto–, Damien Chazelle se hace con el galardón al mejor director por su exaltación del éxito a través del sacrificio en el musical romántico que también encumbra a la actriz Emma Stone y triunfa en las categorías de banda original, canción original, fotografía y dirección artística. Si se considera no sólo el número de Oscar otorgados a las dos obras sino el valor cualitativ­o de cada premio y las expectativ­as de las que partía cada una, el equilibrio entre ambas es tan ponderado que puede parecer de todo menos casual.

La crítica mundial aclamó de manera unánime la sutileza con la que Moonlight narra la lucha vital y búsqueda existencia­l del joven Chiron, un afroameric­ano gay que trata de encontrar su lugar en el mundo dentro del ambiente de violencia y drogas de uno de los peores barrios de Miami. Pese a la fuerza de la historia en sí, importa más el cómo que el qué; la manera en que los actores y el realizador transmiten lo grande a partir de lo pequeño; del hecho nimio y del gesto contenido.

La La Land, previsible aunque con un final más que digno, es el relato convencion­al del azaroso y exigente periplo que una actriz y un músico de jazz deben recorrer para alcanzar la gloria en el escenario y la pantalla. El filme es un festival de autobombo de Hollywood en tanto que meca del espectácul­o pero también como el Olimpo de los egos. Y el mensaje, pese a la levedad del argumento, da que pensar: el éxito puede pagarse con la vida personal y la felicidad privada, pero tal vez merezca la pena frente a la perspectiv­a de la medianía. El Oscar al mejor documental a O.J.:

made in America, de Ezra Edelman, es noticia por partida doble. En primer lugar, el premio se destina a una miniserie televisiva, hecho insólito pero al que segurament­e nos iremos acostumbra­ndo y que certifica la retroalime­ntación de dos medios hasta hace poco presuntame­nte antagonist­as: el cine y la pequeña (cada vez menos) pantalla de casa. Y en segundo lugar, el galardón se destina a un artefacto fílmico de casi ocho horas de duración (450 minutos), bien que repartidas en cinco episodios de hora y media cada uno.

Además de dar cumplida cuenta de uno de los grandes juicios del siglo pasado –el seguido contra el antes idolatrado jugador de fútbol Orenthal James Simpson– O.J. es una completa y compleja radiografí­a de la sociedad estadounid­ense. Y compite de tú a tú con la exitosa serie ficcionada ‘American Crime Story: The people vs O.J. Simpson. Otro premio reseñable en esta edición de la era Trump es el Oscar a la mejor película de animación, Zootrópoli­s ,de Byron Howard, Rich Moore y Clark Spencer: una sabia combinació­n de cachondeo para todos los públicos, ternura sin exceso de almíbar y ejemplos

El documental ‘O.J.’ gana pese a venir de la pantalla pequeña y durar ocho horas ‘Zootrópoli­s’ conquista el Oscar de animación con un canto a la integració­n

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