De la realidad y los sueños
La Academia de Hollywood urde un reparto salomónico entre el sutil drama de ‘Moonlight’ y la convencional historia de camino a la gloria de ‘La La Land’
La Academia de Hollywood ha urdido un reparto salomónico de los premios Oscar que reconoce casi a partes iguales el cine con los pies en el suelo del drama humano que es Moonlight y la exaltación de los sueños tendentes al firmamento que hace
La La Land. Así, mientras el realismo crudo pero emotivo de Barry Jenkins conquista el premio a la mejor película –así como los de guión adaptado y actor de reparto–, Damien Chazelle se hace con el galardón al mejor director por su exaltación del éxito a través del sacrificio en el musical romántico que también encumbra a la actriz Emma Stone y triunfa en las categorías de banda original, canción original, fotografía y dirección artística. Si se considera no sólo el número de Oscar otorgados a las dos obras sino el valor cualitativo de cada premio y las expectativas de las que partía cada una, el equilibrio entre ambas es tan ponderado que puede parecer de todo menos casual.
La crítica mundial aclamó de manera unánime la sutileza con la que Moonlight narra la lucha vital y búsqueda existencial del joven Chiron, un afroamericano gay que trata de encontrar su lugar en el mundo dentro del ambiente de violencia y drogas de uno de los peores barrios de Miami. Pese a la fuerza de la historia en sí, importa más el cómo que el qué; la manera en que los actores y el realizador transmiten lo grande a partir de lo pequeño; del hecho nimio y del gesto contenido.
La La Land, previsible aunque con un final más que digno, es el relato convencional del azaroso y exigente periplo que una actriz y un músico de jazz deben recorrer para alcanzar la gloria en el escenario y la pantalla. El filme es un festival de autobombo de Hollywood en tanto que meca del espectáculo pero también como el Olimpo de los egos. Y el mensaje, pese a la levedad del argumento, da que pensar: el éxito puede pagarse con la vida personal y la felicidad privada, pero tal vez merezca la pena frente a la perspectiva de la medianía. El Oscar al mejor documental a O.J.:
made in America, de Ezra Edelman, es noticia por partida doble. En primer lugar, el premio se destina a una miniserie televisiva, hecho insólito pero al que seguramente nos iremos acostumbrando y que certifica la retroalimentación de dos medios hasta hace poco presuntamente antagonistas: el cine y la pequeña (cada vez menos) pantalla de casa. Y en segundo lugar, el galardón se destina a un artefacto fílmico de casi ocho horas de duración (450 minutos), bien que repartidas en cinco episodios de hora y media cada uno.
Además de dar cumplida cuenta de uno de los grandes juicios del siglo pasado –el seguido contra el antes idolatrado jugador de fútbol Orenthal James Simpson– O.J. es una completa y compleja radiografía de la sociedad estadounidense. Y compite de tú a tú con la exitosa serie ficcionada ‘American Crime Story: The people vs O.J. Simpson. Otro premio reseñable en esta edición de la era Trump es el Oscar a la mejor película de animación, Zootrópolis ,de Byron Howard, Rich Moore y Clark Spencer: una sabia combinación de cachondeo para todos los públicos, ternura sin exceso de almíbar y ejemplos
El documental ‘O.J.’ gana pese a venir de la pantalla pequeña y durar ocho horas ‘Zootrópolis’ conquista el Oscar de animación con un canto a la integración