La Vanguardia

Los niños migrantes sufren violencia y abusos sexuales sistemátic­os en Libia

Unicef destapa el infierno de miles de menores que quieren cruzar el Mediterrán­eo

- FÉLIX FLORES Barcelona

Los niños que emprenden el viaje desde el África Occidental, o desde Sudán o Eritrea, hacia Libia para acabar cruzando el Mediterrán­eo central, son víctimas de abusos sexuales y violencia, bien por los traficante­s de seres humanos, bien por sus propios compañeros de ruta o por individuos uniformado­s que lo mismo pueden ser guardias de frontera de los países que atraviesan como miembros de las milicias que administra­n prisiones en Libia.

Un informe de Unicef recién publicado, Una travesía mortal para los niños. La ruta de la migración del Mediterrán­eo central, pone el foco en las decenas de miles de menores que hacen el viaje más peligroso del mundo. En su penúltima etapa supone más de 1.000 kilómetros por el desierto de Libia hasta la costa. En la fase final, el cruce del Mediterrán­eo, de las 4.579 personas de cuya muerte se tiene constancia el año pasado, más de 700 eran niños.

Libia, con cuyo precario Gobierno, apenas funcional en una pequeña parte del país, la UE pretende contener el flujo migratorio, se ha convertido en una cárcel sin las mínimas condicione­s para cientos de miles de personas. Repartidos entre la costa y el desierto hay 34 centros de detención más un número desconocid­o de prisiones en manos de las milicias armadas que participan del negocio del tráfico de personas.

En el periodo de la investigac­ión realizada por Unicef –entre octubre del 2015 y mayo del 2016– había 256.000 migrantes registrado­s en Libia, entre ellos 30.803 mujeres y 23.102 niños, de los cuales una tercera parte no estaban acompañado­s. Se cree, no obstante, según la Organizaci­ón Internacio­nal de las Migracione­s, que los números reales son tres veces más elevados.

Con grandes dificultad­es –ya que las entrevista­s en la caótica y violenta Libia solo pudieron realizarse en los centros oficiales y muchas personas eran reacias a hablar por miedo–, Unicef determinó que “casi la mitad de las mujeres y los niños entrevista­dos había sufrido abusos sexuales durante la migración, a menudo varias veces y en dide ferentes lugares. Las mujeres y los niños fueron detenidos a menudo en la frontera, donde sufrieron abuso, extorsión y violencia.

Precisamen­te el control de las fronteras con Chad y Níger es parte de la oferta de 200 millones de euros que la UE hizo a Libia el pasado enero. Junto con el entrenamie­nto y el refuerzo de los guardacost­as libios, se trata de revitaliza­r los acuerdos que Bruselas mantenía con el coronel Gadafi. En aquella época eran decenas o cientos de miles los subsaharia­nos que acababan trabajando en Libia. Muchos fueron reclutados a la fuerza por Gadafi para combatir a las milicias revolucion­arias, lo que desencaden­ó después la represión –con un notable componente de racismo– estos inmigrante­s. El flujo hacia Libia ha seguido y las condicione­s en las prisiones no han cambiado apenas.

Una niña nigeriana de nueve años, Kamis, que viajaba con su madre, llegó a poder embarcarse en la costa de Sabratha, pero la balsa fue detenida (o rescatada, no está claro) por guardacost­as. “Nos detuvieron y nos llevaron a la prisión de Zawiya –explicó Kamis a los investigad­ores–. Sin comida. Sin agua. Nos golpeaban todos los días. No había ningún médico ni medicinas”.

Unicef señala que las organizaci­ones internacio­nales sólo tienen acceso a menos de la mitad de las prisiones oficiales, en las que las mujeres encuestada­s en la investigac­ión denunciaro­n unas condicione­s muy duras: falta de saneamient­o y servicios médicos, mala

alimentaci­ón, violencia verbal y física, niños mezclados con adultos...

Las prisiones de las milicias son en muchos casos campos de trabajos forzados, según un informe de diciembre del 2016 de la misión de la ONU en Libia y el Alto Comisionad­o para los Derechos Humanos.

Un oficial de policía de Trípoli dijo a los investigad­ores que “nadie puede acercarse” a las zonas bajo control de las milicias. “Hacen como que detienen a los inmigrante­s ilegales y los mantienen en sus centros por un tiempo, sin comida ni agua, se quedan con todo su dinero y luego los conducen a la zona de Garabulli –en las afueras de la capital–, a las balsas que los esperan para partir”. “Son el brazo armado de los traficante­s”, subraya el policía.

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UNICEF / ROMENZI Un niño mirando a través de las rejas de una cárcel libia situada entre dos zonas controlada­s por distintas milicias, el pasado 31 de enero

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