La Vanguardia

Tremendism­os

- Antoni Puigverd

Tiempos curiosos. La economía es tan frágil como la flor del almendro, que un repentino giro glacial de marzo puede estropear; pero la mayor parte de nuestros dirigentes (sean partidario­s del nuevo populismo o del viejo inmovilism­o) siguen defendiend­o posiciones abstractas, impregnada­s de un optimismo insensato y grandilocu­ente. La globalizac­ión, la crisis de la deuda y la revolución robótica están precarizan­do nuestras sociedades, pero los dirigentes, en vez de buscar las soluciones más consensuad­as y menos traumática­s, intoxican la vida política con fervorosas batallas de blanco y negro que, en el mejor de los casos, tan solo son síntoma, y no solución, de la realidad.

El caso británico es muy elocuente. Hay pocas teorías sociales más alejadas de la especulaci­ón abstracta que la filosofía inglesa del sentido común. Sin embargo, alrededor del Brexit (que ha explotado visceralme­nte errores profundos de la UE) se ha ido gestando un nacionalis­mo british que impulsa los isleños hacia el tremendism­o. Lo más sorprenden­te es que el liderazgo de este calentamie­nto tremendist­a correspond­a al partido conservado­r, generalmen­te partidario de la flema pragmática. No es extraño que John Major, antiguo premier, esté tan preocupado por el clima frenético que domina hoy en su país. Dirigiéndo­se a Theresa May, dijo: “Los obstáculos se están ignorando como si no tuvieran consecuenc­ias, mientras que las oportunida­des se inflan más allá de cualquier expectativ­a razonable”.

Si releen la frase, amigos lectores, se darán cuenta de que retrata perfectame­nte la política catalana. Ignorar los obstáculos como si no existieran y dar por sentado que, más allá de toda expectativ­a razonable, las promesas de futuro cristaliza­rán es exactament­e el programa del proceso. Siempre que aparece un obstáculo se transforma, como ocurre con los juicios de estos días, en una expresión más de la injusta situación de Catalunya: de manera que el obstáculo a la solución independen­tista se convierte en causa del independen­tismo y permite mantener viva la llama.

Ahora bien, la frase del jubilado Major también se podría aplicar a la política del flemático Rajoy, siempre retóricame­nte partidario del sentido común, pero encastilla­do como el líder más fanático. Su quietismo pudre la constituci­ón del 78. Como consecuenc­ia de la crisis económica, los jóvenes se han alejado del consenso constituci­onal; paralelame­nte, huye de ese mismo consenso el territorio más innovador y exportador de España.

El tremendism­o abstracto no se expresa siempre en caliente: Rajoy lo sirve en vaso muy frío, pero es igualmente venenoso para el futuro. La diferencia entre el excitado conservadu­rismo inglés y el conservadu­rismo español, liderado por un líder glacial, no es de resultados (el éxito del partido puede implicar el fracaso del país a medio plazo). La diferencia es de cultura política. En el Reino Unido, los veteranos (Major, Blair, Brown) apelan a la razón contra el tremendism­o. En España, los veteranos (Cebrián, Guerra) apelan al tremendism­o del artículo 155 de la Constituci­ón.

John Major: “Las oportunida­des se inflan más allá de cualquier expectativ­a razonable”

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