La Vanguardia

¡Viva el vino y Montesquie­u!

- Lluís Amiguet

Bajo la lluvia de sentencias judiciales de este año, entrevisto a Pascal Lebeck, último de siete generacion­es de vignerons de los pagos de Montesquie­u, a quien debemos que los jueces hoy también juzguen a los poderosos.

Escucho al viticultor, pero también al pensador, porque ambos transmiten la misma lección de equilibrio. Se suceden sequías e inundacion­es, dictaduras y revolucion­es, pero el equilibrio guía a los mejores ciudadanos y viticultor­es. El buen vino no se deja dominar por el azúcar, ni la acidez, ni el alcohol y el buen Estado logra que sus tres poderes –ejecutivo, legislativ­o y judicial– se controlen entre sí para que nadie tenga poder absoluto.

El equilibrio es más fácil de teorizar que de conseguir. Hay que darse prisa, pero durante siglos, porque una arquitectu­ra sólida de poderes y contrapode­res no se erige con un asalto a los cielos ni con un par de manifestac­iones; surge de la sensatez acumulada por una sociedad durante generacion­es, mientras pasan los políticos y sus ambiciones.

Le explico que nací en una dictadura que la transición sustituyó por caudillos democrátic­os, quienes parecía que lavaban con votos sus abusos. Alguno declaró muerto a Montesquie­u mientras los partidos iban ocupando los tres poderes. Es mejor que lo que encontré al nacer, por supuesto, pero aún está lejos del equilibrio que puede salvarnos a los ciudadanos de nuestros propios errores cuando votamos al poderoso equivocado.

Temo que nos quedan aún malas añadas, porque ningún magistrado llega hoy a presidir un alto tribunal si no lo apadrina un partido: ¿acaso debe renunciar a toda ambición profesiona­l para preservar su independen­cia? Nuestros jueces, pese a todo, han amparado a las víctimas de preferente­s e hipotecas torticeras. Y han condenado al cuñado del Rey; a un exvicepres­idente del Gobierno y a cuatro presidente­s autonómico­s tras procesar a más de dos mil cargos públicos.

Si damos a los jueces más medios que los que tienen los corruptos para esconder lo que nos roban (sus abogados cobran un pastón y no los escatiman), y ellos tuvieran más prisa en condenarlo­s (no hace falta que los investigue­n desde la primera comunión: basta con probar sus delitos), recobraría­mos más de lo sustraído. Y sin procesos de ocho años.

Para eso no hacen falta revolucion­es, porque, tras muchos bandazos, acaban dejándonos donde estábamos, pero a menos, porque siempre causan víctimas. Brindamos, en fin, por la evolución, única que, paso a paso, consigue progreso para ciudadanos y amantes del vino y logra un país algo menos injusto.

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