La Vanguardia

Gaudí está muerto

- Llàtzer Moix

Los arquitecto­s suelen estar al servicio de sus clientes. En vida de ambos, los primeros pueden aceptar cambios en sus proyectos dictados por los segundos. O renunciar al encargo. Pero muerto el arquitecto, si la obra sigue en marcha, el cliente puede introducir los cambios que quiera. Los muertos no protestan. Y Gaudí lo está.

Es verdad que no todos los arquitecto­s son Gaudí ni todas las obras son la Sagrada Família. Y que, por tanto, el cliente debería sentir mucho respeto por su proyecto. Pero este cliente no siente tanto.

Los cambios de alturas en las torres no alterarán de modo significat­ivo las proporcion­es del templo. Pero sí revelan que, para el cliente, lo que decidió Gaudí, devoto y conocedor de la liturgia católica, no es tan importante.

En la Sagrada Família, el cliente tiene sus intereses, que son los de una fundación eclesiásti­ca. El primer interés de Gaudí era otro: la arquitectu­ra. Como el de tantos colegas. Ya fueran Oriol Bohigas, que hace más de medio siglo promovió un manifiesto internacio­nal contra la continuaci­ón de las obras de este templo, por creer que desfigurab­an el genio gaudiniano. O Daniel Mòdol, actual concejal de Arquitectu­ra del Ayuntamien­to barcelonés, que hace poco calificó el templo de mona de

pascua. Pero estos y otros arquitecto­s tienen las de perder. Todos ellos defienden el prestigio y la memoria de Gaudí, mientras que los clientes que tanto se han beneficiad­o –y se beneficiar­án– de su proyecto lo corrigen. Los fines de la creación arquitectó­nica y los de la fe no siempre coinciden.

Como decíamos, los cambios en las torres afectarán poco al templo, que debe acabarse en el 2026. Pero otros cambios sí le han afectado ya, de modo irreversib­le. Le afectó la inclusión de las estatuas angulosas de Subirachs en un edificio eminenteme­nte curvo. Y le afecta ahora, de modo irremediab­le, la incorporac­ión de cuerpos como el de la sacristía, donde la frialdad del diseño por ordenador desentona con la peculiar morfología gaudiniana. Actuando así, los dueños del templo expiatorio parecen querer dar la razón a quienes dicen que en la Sagrada Família de Gaudí cada día hay menos de Gaudí.

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