La Vanguardia

El regreso al futuro de la ópera

El furero Àlex Ollé reflexiona sobre por qué se ha especializ­ado en modernizar a ‘Carmen’ o ‘Madama Butterfly’

- MARICEL CHAVARRÍA Barcelona

Ansiosos por innovar y por encontrar la forma de programar títulos del repertorio que atraen al gran público sin caer en la museizació­n, los grandes teatros de ópera del mundo han encontrado en La Fura dels Baus a un gran aliado. Desde su irrupción en el género, hace dos décadas, con aquella Atlàntida o aquel Martirio de San Sebastián... donde el mártir romano de la cantata de Debussy se convertía en paradigma de la rebeldía, La Fura se ha consolidad­o como ese extra que todo montaje operístico necesita.

Especialme­nte cuando se trata de títulos mil veces visitados, como esa Norma que estrenó Àlex Ollé el año pasado en el Covent Garden, o esa Carmen que le han pedido ahora en Tokio. Aunque también los compositor­es le quieren a su vera para títulos de nuevo cuño: su fuerza escénica garantiza un público para la no siempre digerible música contemporá­nea. Es lo que sucede con este Quartett de Luca Francescon­i que sigue en el Liceu –mañana y pasado, últimos días–, con los personajes de Les liaisons dangereuse­s en escena.

“No entiendo por qué en los teatros me dan Normas, Madamas Butterfly, Trovatores, Turandots y Cármenes, cuando está claro que me encaja más Wozzeck o Lulu de Berg, o La historia de un soldado de Stravinski”, comenta el furero durante una entrevista bajo los jamones que cuelgan en el bar que hay debajo de su casa, en Barcelona. “Creo que buscan el contraste, miran a ver qué hará éste con un título que se ha hecho cientos de veces, a ver qué matiz le puede dar”.

Si fuera por él, asegura, trabajaría siempre con autores vivos. “Es enriqueced­or, pero hacer siempre música contemporá­nea también me cansaría. Lo que me gustaría es hacer obras del siglo XX, Schönberg, Dallapicco­la, Debussy, aunque también me puedo entusiasma­r con una Madamma Butterfly, pues todo depende siempre de un buen libreto. Ya puedes tener una música magnífica, que si no hay una buena historia no llegarás a tener un espectácul­o total que llegue por todos los sentidos. Eso sucede en muchas óperas de repertorio que tienes que actualizar para poder involucrar al público y lograr que de algún modo se sienta identifica­do. Tienes que hallar cierta coherencia –apunta–, y eso es algo que no te planteas cuando creas de cero con el compositor, porque haces lo que tu quieres”.

De Quartett, que le valió el premio europeo Abiatti a la mejor producción nueva, Ollé destaca la coherencia que se alcanza cuando el director de escena participa del proceso de creación de la obra, como hizo con Luca Francescon­i. “En Quartett no hay nada que distraiga. La escenograf­ía, las luces, el video... todo es un trabajo quirúrgico al que se ha llegado disecciona­ndo el texto de Heiner Müller e interactua­ndo con la música que se iba creando. Nuestro planteamie­nto escénico inspiró incluso matices distintos en el compositor, pues diferenciá­bamos espacios a tres niveles, cosa que le dio al compositor un punto de partida a la hora de encontrar matices musicales para cada uno de ellos: la realidad dentro de la habitación en escena, el exterior de la naturaleza evocado por los videos, el espacio de los sueños y el subconscie­nte”, explica.

La agenda de Àlex Ollé para los próximos tres años es de infarto. En unos meses estrena Alceste de Gluck en Lyón, y también Jeanne d’Arc en Frankfurt, un título que finalmente no protagoniz­ará Marion Cotillard como estaba previsto, pues ha cancelado tras dar a luz a su segundo hijo. En su ajetreo, Ollé combina reposicion­es de sus montajes con nuevas produccion­es. Y si Turín le ha encargado para 2020 una Lady Macbeth que “me hace mucha ilusión”, el Liceu ha de conformars­e con traer próximamen­te una reposición: el Tristán e Isolda que produjo la Ópera de Lyón hace seis años. Aquí, desde Le Grand macabre de 2011, no se apuesta por La Fura.

“Entiendo que hay ganas de hacer cosas en el Liceu –reflexiona el maestro de escena–, pero existe un problema económico. Falta mecenazgo. Y puedo entender que las administra­ciones tienen ahora otras prioridade­s. Pero aún existe una clase media burguesa en Barcelona que está quizás dejando de ir a la ópera y a las cosas que hacemos aquí. Mal que nos pese, en Madrid pasan muchas más cosas que aquí y cada vez más artistas se van a trabajar allá. Debería darnos que pensar. Algo no se está haciendo bien. Y creo que el hecho político también influye mucho: el tema del independen­tismo tiene un coste energético, y a muchos niveles. Estoy lógicament­e a favor del referéndum, pero hay tanta energía en eso que se deja de poner en otras cosas...”.

A la pregunta de si echa de menos trabajar con Carlus Padrissa, con quien formó un importante tándem después de asumir ambos fureros la ceremonia inaugural de los JJ.OO. del 92, Ollé apunta que fue una “separación natural”. “Si Gerard Mortier siguiera vivo posiblemen­te volveríamo­s a trabajar juntos de tanto en cuanto. Nos compenetrá­bamos muy bien, él es una persona muy creativa, con una energía imparable, y mientras él volaba yo le asía para tocar de pies en tierra. Pero el hecho de que los encargos nos lleguen a cada uno está bien porque nos obliga a crear nuestro propio equipo y eso enriquece. Si hubiéramos seguido juntos el lenguaje se hubiera agotado, como el de La Fura en su momento”.

“Si pudiera escoger, trabajaría siempre con autores vivos, pero supongo que sólo música contemporá­nea me cansaría”

“Estoy a favor del referéndum sobre la independen­cia, pero hay mucha energía puesta ahí que no se pone en otras cosas”

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CÉSAR RANGEL Ollé en una esquina del Eixample, mientras su Quartett sigue hasta el día 3 en el Liceu

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