La Vanguardia

Una algazara excesiva

La senyora Florentina i el seu amor Homer Autora: Mercè Rodoreda Lugar y fecha: Sala Gran del TNC hasta el 2 de abril del 2017

- JOAN-ANTON BENACH

Fastuosa puesta en escena de la mejor obra de teatro de Mercè Rodoreda. Como si se le hiciera un homenaje póstumo a la autora, de quien fueron bien conocidas sus aficiones florales, el escenario grande del TNC desbordaba de rosas de todos colores, gracias a la escenograf­ía que Max Glaenzel ha concebido para La senyora Florentina i el seu amor Homer. La verdad, sin embargo, es que tanta flor reunida te la imaginas provocando un grave quebranto oloroso, mientras que el final de la función, con las actrices en el jardín jugando con las rosas –¿sin tallo?, ¿sin espina?– como si fueran pelotas de trapo, es una imagen sencillame­nte delirante.

Con este apunte último, Sergi Belbel, el director, ha querido apurar su lectura marcadamen­te festiva de la obra, haciendo que Florentina y los personajes femeninos que la acompañan celebren juguetonas haber acordado prescindir de por vida de los machos. Como toda comedia dramática, los registros de

La senyora Florentina...se pueden desplazar hacia el lado más ligero o hacia el más serio sin traicionar el original. El año 1994, en el Romea (Centre Dramàtic de la Generalita­t), Mario Gas hizo que la obra triunfara con un tono melancólic­o muy bien trabajado por la añorada Rosa Novell. Un eficaz Pep Cruz era Homer, y las mujeres que acompañaba­n a la protagonis­ta no alteraban más de la cuenta la atmósfera de la representa­ción, salvo los momentos adjudicado­s a la muchacha Zerafina (Rosa Renom) con su hablar zopas.

Ahora, en cambio, en el montaje del TNC, las tres amigas de Florentina, que llenan unas partes notables de la función, Belbel ha querido dotarlas de una vivacidad costumbris­ta, con largas secuencias abiertamen­te cómicas. Ellas son Perpetua, Júlia y Zoila (Margarita Minguillon, Teresa Urroz y Carme Callol), entregadas a una gestualida­d exagerada, a un andar a saltitos (Zoila) horroroso, a las viejas fórmulas del “teiatru” de domingo por la tarde, todo con la misión de llenar la Sala Gran de risotadas, que esta, supongo, debe de ser la manera más fácil de conseguir el éxito de público. Me inclino a pensar que este objetivo está asegurado, dado que, además del trío mencionado, la Zerafina está en manos de Elisabet Casanovas, una profesiona­l asidua de Merlí, y, pues, interviene en La senyora Florentina... con los aplausos puestos; aparte de eso, hay que reconocer que la joven actriz tiene una actuación muy brillante.

Por suerte, el contrapeso a tanta algazara está a cargo de los dos protagonis­tas principale­s, dos figuras de enorme relieve interpreta­tivo. Mercè Sampietro componiend­o con sobriedad y autoridad una Florentina imponente (menos cuando tiene que acompañar al piano los cuplés –aportación del TNC– que cantan las tres amigas) y Toni Sevilla, espléndido, haciendo de Homer con los mejores recursos que se le conocen.

Y atención: el diálogo de la mujer y el viudo llorica del acto tercero vale por toda la función. Lo ha dirigido sabiamente Belbel, y Sampietro y Sevilla lo han bordado.

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