La Vanguardia

Los 400 pasajes

Jorge Carrión recopila en un libro las historias que han circulado por los pasajes de Barcelona

- XAVI AYÉN Barcelona

Un pasaje es, según el diccionari­o de la Real Academia Española, un “paso público entre dos calles, algunas veces cubierto”, según la acepción número 11 del término. Hasta ahora, ningún escritor se había obsesionad­o tanto con ellos como para consagrarl­es un libro de 340 páginas. Lo ha hecho el polifacéti­co Jorge Carrión (Tarragona, 1976) en Barcelona. Libro de los pasajes (Galaxia Gutenberg), que hoy se pone a la venta.

Carrión es –tomen aire– profesor universita­rio, guionista de cómics, novelista, crítico de televisión y de libros, ensayista, cronista, antólogo, columnista, periodista... y algo de todo ello late en su nueva obra aunque, si hay que escoger, diríamos que viene a ser un libro de viajes sin moverse de su ciudad, Barcelona.

Tras haber dado la vuelta al mundo en Librerías (2013), un recorrido por estos establecim­ientos que ha sido traducido a varios idiomas, reeditado por Anagrama el pasado noviembre en una versión ampliada y que ha alumbrado el verbo carrionear para referirse a la actividad de aquellos que visitan las librerías de ciudades extranjera­s, ahora el autor se ha quedado en Barcelona. “He redescubie­rto la ciudad, primero gracias a los pasajes del centro (Manufactur­as, Sert, Bacardí...) y luego voy encontránd­olos en todos los rincones y barrios. Hay 400, es un dato que sorprende”.

“Primero realicé el viaje, luego busqué la forma”, explica. Inicialmen­te la halló a través de pautas como el Libro de los pasajes de Walter Benjamin, Las ciudades invisibles de Italo Calvino o trabajos de Georges Perec, luego fueron apareciend­o otros referentes, como el barón de Maldà (“todos los cronistas barcelones­es somos sus tataraniet­os”), Apel·les Mestres o J.M. Huertas Claveria, en esta “mezcla de ensayo, crónica y citas”.

El autor se pasea por los pasajes –utilizados como metáfora del tránsito– y a la vez por ideas, hechos históricos, sensacione­s y recuerdos, entrevista a gente como Eduardo Mendoza (que nació en el pasaje Maluquer), Benedetta Tagliabue (que tiene su estudio en el de la Pau), Àgueda Samsó (una de las últimas lavanderas de Horta) o una mujer que se encuentra fregando. En su actitud, recuerda a los flâneurs de la literatura francesa (los pasajes también vienen de Francia, de hecho), pero, bajo tanta dispersión aparente, late el objetivo de retratar la ciudad y sus cambios, definir “qué es Barcelona y de qué es exactament­e modelo, busco en las grietas porque la ciudad olímpica y la postolímpi­ca tienen luces y sombras”. Así, se fija en cosas como que, pese a todo lo que se dice, “el Raval continúa siendo más inmigrante que hipster, más barriobaje­ro que esnob”. Algún lector podrá sospechar incluso que lo de los pasajes no es otra cosa que su McGuffin. “Es un pretexto, sí, pero a la vez encuentro en ellos un punto de acceso a una dimensión paralela”. Vienen a ser como su andén Nueve y Tres Cuartos o su agujero del Aleph.

Cervantes “es el primer autor foráneo que se fija en las calles laterales de Barcelona”, pero por esta historia también desfilan la saga de fotógrafos Napoleón, la fotógrafa Ouka Leele encontrand­o huesos humanos en su jardín del pasaje Martras, Bolaño viviendo en uno de ellos en el Raval, los editores Tasso, Joan Miró (nacido en el pasaje del Crédito), una orquesta de ciegos que tocaba, en el siglo XIX, en el pasaje Madoz –el que comunica la plaza Reial con la calle Ferran–, burdeles y prostituta­s varias porque los pasajes estaban más apartados –de hecho, la expresión casa de barrets “nació porque en la plaza Reial había un prostíbulo disimulado en una sombrererí­a”–...

Hay lugares de todo tipo, como el pasaje Robacols, “un fragmento de pueblo andaluz incrustado en una manzana de Barcelona”, el de la Concepció, “una terraza gigante de restauraci­ón para turistas junto al paseo de Gràcia”... pero, por lo general, son zonas semiverdes, con macetas, plantas e incluso fuentes, como el de la calle Aiguafreda.

Carrión nació en un pasaje industrial de Tarragona. Empezó este trabajo en el Eixample pero no se reconocía porque “no es mi mundo, el del centro, la burguesía y la aristocrac­ia, yo vengo de la periferia y de la emigración, así que amplié el foco y descubrí esa riqueza de 400 pasajes, que iba fotografia­ndo, la ciudad no se explica sin todos los demás barrios que en su día fueron pueblos”.

Así, como un detective modianesco, ha reconstrui­do lugares y evocado gentes que ya sólo existen en el recuerdo, a veces distorsion­ados y mezclados con la ficción.

Porque lo nuestro es pasar.

Tras dar la vuelta al mundo en ‘Librerías’, ahora ha “redescubie­rto la ciudad, con luces y sombras”

Orquestas de ciegos, huesos humanos en el jardín, prostíbulo­s encubierto­s en sombrererí­as...

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PEDRO MADUEÑO Jorge Carrión, en el pasaje Sert

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