May sufre a manos de los Lores su primera derrota en el tema del Brexit
La Cámara Alta pide el reconocimiento de los derechos de los ciudadanos de la UE
Theresa May ha recibido una bofetada simbólica si se quiere pero aristocrática, digamos que con clase. La Cámara de los Lores, integrada por una combinación de nobles, obispos, políticos retirados, mecenas y personajes que han hecho favores a los gobiernos de turno, ha puesto roja la mejilla de la primera ministra aprobando por 358 a 256 votos (mayoría de 102) una enmienda a la ley del Brexit que garantiza los derechos de los ciudadanos de la Unión Europea residentes actualmente en el Reino Unido.
Es un gesto que hasta ahora nadie se había atrevido a tener. Ni los miembros del Gabinete, totalmente entregados a May, que no tolera disidencias de ningún tipo. Ni los diputados conservadores (excepto el veterano Kenneth Clarke, a punto de retirarse y que no tiene nada que perder), sometidos a la disciplina de voto y temerosos de caer en desgracia. Ni un Labour, salvo medio centenar de rebeldes, en plena crisis de identidad, con un líder –Jeremy Corbyn– que nunca ha estado enamorado de Europa y ve la UE con los ojos de la izquierda radical, como un club de señoritos que defienden los intereses de los empresarios a expensas de los de la clase trabajadora.
El papel de los Lores, cámara no democrática con una combinación de miembros hereditarios y designados a dedo, es debatir las cosas con calma, más allá de la esclavitud de la política de partido. Y a esa misión se han ceñido a la hora de infligir al Gobierno la primera derrota en la ley del Brexit, exigiéndole que no utilice a los 3,3 millones de residentes de la Unión Europea como rehenes para obtener concesiones de Bruselas a la hora de negociar.
Su gesto de buena voluntad no va a llevar sin embargo a ninguna parte, como tampoco la posible aprobación también de otra enmienda que otorgue al Parlamento el derecho a refrendar o rechazar la fórmula final del Brexit, y en caso de que no le guste obligar a Downing Street a negociar una alternativa. Lo que ofrece May es la posibilidad hipotética de tumbar por completo el acuerdo, pero no de replantearlo, que se traduciría en una salida de la UE dando un portazo, sin tratado comercial que valga, y con el Reino Unido sujeto de la noche a la mañana a las reglas a la Organización Mundial de Comercio (con tarifas adicionales de unos seis mil millones de euros aplicables a las empresas de este país).
Con las enmiendas que aprueben los Lores comienza ahora una partida de ping-pong legislativo entre las dos cámaras de Westminster, en la que el Gobierno y los Comunes tienen las de ganar, porque constitucionalmente es su voluntad la que prevalece. En teoría, los diputados habrían de repensarse los cambios recomendados, pero en la práctica es altamente improbable dada la singular coalición antieuropea que han forjado los tories y una oposición laborista que no levanta cabeza, como demuestra la reciente caída de su bastión electoral de Copeland.
El Labour ha perdido por completo el oremus. Y aunque Corbyn no puede sacudirse su parte de culpa (es un pésimo gestor con una notable ambigüedad respecto a Europa), es cierto que los problemas del partido comenzaron con sus predecesores Tony Blair y Gordon Brown en el poder, y con Ed Miliband en la oposición. Habiendo suscrito para cultivar el centro las premisas de austeridad conservadoras, en pleno proceso de automatización de los trabajos y desaparición de la vieja clase obrera, no tiene nada que ofrecer a quienes se sienten las víctimas de la globalización, seducidas en cambio por el nacionalismo populista de Theresa May.
Puede que el tiempo demuestre que el Brexit es un desastre económico, pero de entrada la primera ministra está ganando la guerra cultural que se lucha en las trincheras del norte post industrial de Inglaterra, sintonizando con quienes echan la culpa de los problemas no a una crisis financiera desencadenada por los bancos y en la que el Gobierno se ha puesto del lado de los ricos, sino a los inmigrantes.
Se trata de un traspié simbólico, porque los Comunes pueden ignorar sin problema las enmiendas