Raíces y alas
RAFAEL Aranda, Carme Pigem y Ramon Vilalta, los tres arquitectos integrantes del despacho RCR, obtuvieron ayer el premio Pritzker, la máxima distinción de la arquitectura mundial. En sus cuatro decenios de existencia, dicho galardón había recaído tan sólo una vez en un español, el navarro Rafael Moneo. Fue hace veinte años. Desde entonces, la arquitectura ha conocido un periodo de globalización y edificios espectaculares, que ha tenido también su reflejo en España. Pero el Pritzker no había vuelto a fijar su atención en nuestro país.
La arquitectura de RCR no responde a los estándares que han estado en boga recientemente. Por el contrario, se distingue por su respeto por el entorno donde se levanta, sus equilibrios –entre materialidad y transparencia, entre interior y exterior–, por su respeto al pasado y por su voluntad, al tiempo, de formular un discurso plenamente contemporáneo. También por sus componentes espirituales y poéticos, que apelan a la sensibilidad de quienes la habitan.
Con estas inquietudes, y sin abandonar su Olot de origen, Aranda, Pigem y Vilalta se han aupado a lo más alto de la escena arquitectónica internacional. Se han convertido en referencia para estudiantes de todo el mundo y han proyectado su carrera hacia otros países. Sus edificios, que empezaron a proliferar en la Garrotxa en sus años iniciales, saltaron luego a otras localidades catalanas (como Barcelona, donde se levanta su biblioteca Joan Oliver). Y actualmente RCR atiende demandas en distintos países, como Francia –donde su Museo Soulages, en Rodez, ha sido una obra enormemente apreciada–, Bélgica o Dubái.
Las enseñanzas que se desprenden de esta trayectoria, ahora coronada con el Pritzker, son varias. Quizás la principal sea que el talento global florece en sus lugares de origen. Hace falta tener raíces. Y también, como indican los miembros de RCR, alas. Es decir, es preciso optimizar la relación con el entorno cultural, extrayendo de él todo lo posible, y en paralelo dejar volar la imaginación hasta cuajar una aportación personal que pueda refrescar significativamente la tradición de una disciplina. Y eso es lo que han hecho, durante sus tres decenios de trayectoria, los miembros de RCR.
La arquitectura es una de las artes clásicas, acaso la más perdurable, la que nos acompaña de por vida. Es por ello una noticia doblemente satisfactoria que este Pritzker haya sido para RCR. Por lo que supone de reconocimiento a su labor y porque resitúa en primer plano una disciplina en la que el legado y el potencial catalán son enormes.