La Vanguardia

La piel de los otros

- Pilar Rahola

Acaba de salir Rosa de cendra, mi última novela, ganadora del premio Ramon Llull. De repente, aquel trabajo de tantas horas hurtadas al tiempo, solitario e intenso, traspasa la intimidad y aterriza en las librerías, allí donde Joan Margarit asegura que habita la libertad. Es el momento en que aquel universo simbólico, construido de trocitos de uno mismo, toma cuerpo en la lectura de los otros, y los personajes adquieren vida propia, altivos y liberados. La novela ya no está bajo control del autor, porque cada lectura encontrará matices nuevos, alzará personajes, hundirá otros, y aquel castillo construido al abrigo de la propia voluntad se volverá a edificar con cada nuevo visitante. Es la magia de la literatura, que reescribe la novela al latido del lector que se acerca.

Reflexiono a raíz de las entrevista­s. ¿Por qué escribo? ¿Qué me representa la literatura? Y la respuesta va de la épica de la creación a la lírica de las emociones. De entrada, escribo porque es una pulsión intensa que supera las dificultad­es y me coloca delante de la página en blanco con pasión creciente. Es evidente, y no sé si es una respuesta o una confesión, que escribir me hace feliz. Y en el camino de la vida, que tiende a ser una carrera azarosa, vale la pena detenerse en los oasis que nos dan felicidad. Pero más allá de este placer confeso, la literatura me permite un ejercicio de transforma­ción que difícilmen­te se puede conseguir de otra manera: la posibilida­d de entrar en otras pieles, de entender otros latidos, otras emociones y, por el camino de descubrir otras vidas, intentar entender la propia. Al fin y al cabo, por muchos relatos que inventamos, por muchos paisajes históricos, físicos, humanos que construimo­s, todo escritor hace siempre el mismo recorrido: intentar entender la condición humana. No somos nada más que seres asustados y desconcert­ados, en búsqueda constante de una explicació­n. Y la literatura es la voluntad firme de encontrar la respuesta, aunque sea una voluntad tozuda pero eternament­e estéril.

Oscar Wilde decía que sólo había dos normas para escribir: tener alguna cosa que decir, y decirlo. No osaría desmentirl­o, pero creo que esta necesidad de decir impulsa el hecho de escribir, aunque me parece que va más allá y que, aparte de querer decir cosas, hay la voluntad de entenderno­s. Yo misma hace años que estoy situada en la trinchera de la opinión, y me desnudo y me comprometo con cada artículo, porque tengo conviccion­es y tomo partido. Pero cuando escribo me libero del compromiso porque entonces puedo vivir la vida de los otros y no analizo, ni juzgo, sino que observo. Y al final, cuando la literatura es honesta y quiere viajar al interior del abismo humano, todo personaje es una aventura por recorrer, un mundo de emociones por descubrir. La literatura me permite construir mundos paralelos, pero, sobre todo, me ayuda a construirm­e.

Somos seres asustados en búsqueda de una explicació­n, y la literatura intenta encontrar respuesta

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