La Vanguardia

La agenda del 2017

- Julià Guillamon

Como en el mundo de la cultura no sobra el dinero, asuntos que antes se abordaban en comilonas ahora se resuelven con una llamada al móvil: “Julià, queremos sacar una agenda en papel, ¿nos escribiría­s un texto?”. Claro. “No tenemos presupuest­o”. No importa: me apetece hacerlo. Escribí un Elogio de la agenda de papel. Decía que una agenda de papel es una idea estupenda. Que puedes ir escribiend­o en ella lo que debes hacer, borrarlo con una tachadura o colocar al lado un enorme interrogan­te. Utilizarla como diario íntimo, agenda de trabajo, agenda escolar o agenda rosa. Anotar los restaurant­es que te gustan y lo que comes cuando vas. Los partidos de la Champions, en torno a los cuales orbita todo. Los días que te toca ir al gimnasio y los que te saltas. Las vacaciones que esperas desde hace semanas o meses. Decía que, a diferencia de la agenda electrónic­a, la agenda de papel se puede usar como libreta y así nunca pierdes las hojas donde te apuntas las cosas. Puedes confeccion­ar una lista de ideas, escribir el arranque de un texto, una imagen que te servirá un día. Trazar un esquema, un dibujo o un garabato cuando hablas por teléfono. Apuntar una dirección, un número o la letra de una canción. “Qué emoción una agenda en blanco –decía–: cuantas cosas pasarán, cuántas cosas harás, cuántas personas que ahora no sabes que vas a encontrar y que a lo mejor te cambian la vida. Cuando se acabe el año, la agenda del 2017, con todo lo que habrás apuntado, escrito y dibujado, será un recuerdo que podrás tocar con las manos”.

La agenda salió de la imprenta Derra a principios de diciembre. El día 21, con Enya y Albert Planas, que la ha diseñado y que fue quien me pidió el texto, lo celebramos en Can Pizza, una pizzería buenísima de El Prat de Llobregat. A Cris la agenda le hizo mucha ilusión. Cenamos como unos reyes: yo una pizza de sobrasada. De regreso a casa tomamos el metro de la línea 9. Nos montamos en el primer vagón, que enfrente tiene una ventanilla. Me fascinaba ver como subían, bajaban y se bifurcaban las vías. Dije, bromeando, que parecía una película de Pixar. Cris respondió que le daba miedo. Hicimos transbordo a la línea 5: el metro iba llenísimo de gente que venía del campo del Barça. Comprimido­s en el vagón, nos abrazamos. Al día siguiente tuvo un derrame cerebral.

Hace unos días le pedí a Laura que recuperara la agenda, que Cris se llevó al trabajo el 22 de diciembre y que se quedó sobre la mesa. El 22 de febrero llenamos la primera página: “¡Buenos días a Cris! Hemos oído Good day Sunshine y Good morning de los Beatles. Le he traído una rosa de cartón que hizo, ya muy enferma, su madre, Carmen. Al verla ha dicho mama y se la ha llevado a los labios. Le he preguntado cuál es la montaña a la que subimos siempre, que tiene una cruz en la cima. Ha dicho: el Matagalls. Le he preguntado si se acordaba de que, cuando estaba dormida, le cantaba Fidèle de Charles Trenet. Me ha dicho que no se acordaba. Un buen día, aunque no haga sol”.

Qué emoción una agenda en blanco: cuántas personas que no sabes que vas a encontrar y que te cambiarán la vida

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