‘L’ànec salvatge’ de Ibsen enfrenta en el Lliure ideas contra personas
Julio Manrique dirige esta pieza que debate la necesidad de mostrar la verdad
“La obra habla de la verdad y de las fantasías que nuestros egos inventan como refugio”, explica el director
Henrik Ibsen murió hace más de un siglo, en 1906, pero su teatro sigue hablando con fuerza a las nuevas generaciones de creadores. Quizá porque ya rompió con todas las convenciones sociales y morales de su época –incluso sus últimas palabras antes de morir fueron “al contrario”– es hoy uno de los autores más representados en todo el mundo tras Shakespeare. Y el portazo final de Nora en Casa de muñecas, el aburrimiento y autodestrucción de
Hedda Gabler o la lucha del doctor Stockmann contra los intereses económicos de su ciudad –sabe que las aguas del balneario están contaminadas– en Un enemigo del pueblo son habituales de la cartelera.
Y de hecho este marzo el Teatre Lliure de Montjuïc va a tener dos Ibsen en cartel: Filla del seu pare, una adaptación de Hedda Gabler dirigida por Pau Miró que se verá del 15 al 26 en el Espai Lliure, y, en la sala grande, L’ànec salvatge, una obra mucho menos representada aquí y de la que desde hoy y hasta el 9 de abril se verá una gran producción en la que Julio Manrique dirige a 11 actores entre los que figuran Pablo Derqui, Ivan Benet, Jordi Bosch o Laura Conejero para dar vida a esta pieza que pregunta al espectador si siempre es mejor decir la verdad.
Ibsen, como mínimo, lo pone en duda frente a los idealistas de su época que la deifican. Y lo hace a través de una muy peculiar familia, los Ekdal, venidos a menos tras una quiebra empresarial y que se han construido un universo imaginario en el desván de su casa, que Manrique y su equipo, freudianamente, han traslado al subterráneo, “donde tienen escondidas cosas que les provocan una mezcla de vergüenza y amor y de las que es muy difícil desprenderse”. Una familia Ekdal que sufrirá doblemente a la familia Werle: el patriarca Werle, “muy rico, un Trump, un Berlusconi o una apisonadora psicópata de ese estilo”, dice Manrique, es el que “da la patada” al patriarca de los Ekdal en los negocios. Y el hijo de Werle, Gregor, amigo desde pequeño del hijo de Ekdal, se reencuentra con él tras mucho tiempo, se aloja en su casa y comienza a descubrir cosas “que le obligan a valorar si ha de explicar a su amigo la verdad o dejarlo en paz”. La situación explotará.
“Es una obra muy particular de Ibsen, a caballo entre el realismo y el simbolismo, construye una atmósfera extraña y casi mágica. Y eso tiene sentido porque habla de la verdad y de las fantasías escapistas que nuestros egos necesitan inventar para tener un lugar donde refugiarse”, señala Manrique, que ha ambientado la pieza de forma atemporal. Para Laura Conejero, la obra “plantea una cuestión de necesidades: Gregor tiene la necesidad de explicar la verdad, pero nuestra familia está bien con su vida normal y monstruosa. En la vida hay momentos en los que hay necesidad de evolución, de saber más, pero esta familia no lo está pidiendo”. Para Manrique, la obra también reflexiona sobre la motivación de personas como Gregor, si quieren ayudar o que todo salte por los aires. “Hay personas que han llenado el suelo de cadáveres en nombre de la justicia y la verdad. Hoy necesitamos idealistas, gente con ideas, pero que no nos coja el ansia de casarnos con cualquiera. Ibsen dice que las personas están por encima de las ideas”.