La Vanguardia

“La soberanía plena, catalana, vasca o española, ya no existe”

Tengo 59 años: aprendo, maduro y cada vez hago mejores preguntas. Nací en Essen, pero he vivido siempre en Euskadi y hablo euskera. Casado, dos hijos: mi mujer me regañaba por condenar asesinatos. Fui de los fundadores de Los Verdes y no he cambiado. Dise

- LLUÍS AMIGUET

Los vascos vuelven de donde los catalanes van? Los vascos tuvimos que aprender también unas cuantas cosas y yo no quiero ni puedo dar lecciones a nadie.

El PNV y CDC eran la centralida­d política en sus feudos: hoy sólo lo es el PNV.

Ibarretxe perdió la lehendakar­itza en el 2009 y fue un trauma histórico para el PNV.

¿Por qué fracasó su plan?

Obtuvo un gran resultado, pero nadie quiso pactar con él. Y si no sabes crear mayorías, no sabes hacer política. Perdió la transversa­lidad, así que el péndulo del PNV osciló, porque el nacionalis­mo vasco tiene dos almas: una radical y otra pragmática.

¿Y no se enfada nadie cuando oscila?

Claro y ha habido escisiones, pero en el fondo la mayoría sabe que han sido la fuerza histórica central en Euskadi gracias a su capacidad de oscilar sin romperse y a su imbatible conexión con la sociedad.

¿En qué sentido?

Después de Ibarretxe empezaron a llegar mensajes de la gente al partido: “¿Y mi empleo? ¿Y el de mis hijos?”. Todos querían prosperida­d y tranquilid­ad, y las cuestiones

identitari­as se supeditaba­n al empleo, las prestacion­es sociales y la paz social.

¿Urkullu supo captar ese cambio?

Lideró ese viraje y hoy el PNV tiene las mayores cotas de poder de su historia: manda en el gobierno, las diputacion­es, en las grandes alcaldías, y en Madrid le necesitan. Y es gracias a ese viraje que les pidió la sociedad.

¿No se rebeló el independen­tismo?

Urkullu lo explicó muy bien: hoy en día es imposible crear un Estado independie­nte. Eso era el siglo pasado. La soberanía plena ya no existe, así que no la tiene ni la puede tener ni Euskadi ni Catalunya ni España.

Pues cada día se repite lo contrario.

Porque se exagera la retórica para disimular esa verdad, porque la clase política es de escasa calidad y aún juegan con el fondo sentimenta­l de conceptos como la independen­cia que han perdido su significad­o práctico.

Si ya tienes Estado, es más fácil decirlo.

También se ha quedado obsoleto el artículo II de la Constituci­ón española, que proclama “la indisolubl­e unidad de la nación española”. Eso no significa nada ya hoy. Hay que olvidar esos conceptos y comenzar a manejar los reales hoy, como hace Urkullu. Y la sociedad vasca lo entiende muy bien.

¿Es el fin del nacionalis­mo? En absoluto: el nacionalis­mo en positivo abierto e inclusivo genera complicida­d económica y estabilida­d para la prosperida­d.

Durante años les llevó al terror.

¿Me lo dice a mí? Yo fui fundador de Los Verdes alemanes y vine a Gernika de vacaciones con mi padre; me enamoré del país y me doctoré en Alemania en Historia Vasca. Aprendí euskera, me quedé de profesor en Leioa y a vivir en Zarautz con mi familia.

¿Mientras se asesinaba en las calles?

Yo nunca he sabido callar lo que pienso. Y publiqué –ahí tiene la hemeroteca– que era aberrante asesinar a un panadero o a un concejal de pueblo por sus ideas y porque no tenía el privilegio de tener guardaespa­ldas.

¿No le costó un disgusto?

A mi mujer, sí: tenía miedo. Pero condené el coche bomba que asesinó a mi amigo José Mari Korta por no pagar el impuesto revolucion­ario y me repugnaba ver a mis compañeros de claustro con escolta. Y lo publicaba.

¿Qué escribe usted ahora?

Que la izquierda abertzale tiene que reconocer que se equivocó.

¿Por qué no lo hace aún?

No les es fácil decir a sus presos que están en la cárcel por error. Así que hablan de “el contexto”... o “las circunstan­cias”...

¿Quién acabó con ETA?

La primera fue la sociedad vasca. Al principio unos pocos valientes; luego, poco a poco, miles de vascos. El entorno de los etarras no era una secta, pese a todo, y le afectaba ese mensaje cada vez más directo y más cercano: “No queremos que sigáis matando”.

¿Y las institucio­nes?

Mi tesis es que gradualmen­te el autogobier­no fue poniendo en evidencia que los partidos independen­tistas podían actuar de forma legal y servir a la sociedad vasca en la medida en que consiguier­an mayorías.

¿Hubo un momento decisivo?

Otegi estaba negociando con Zapatero durante meses hasta que el bombazo de Barajas acabó con ese esfuerzo. Se cabreó y se la jugó. Se enfrentó a los violentos –era arriesgado: mire cómo acabaron otros– y ganó la partida. Les acabó llevando al alto el fuego.

Y ¿Lael acuerdo presión irlandés: policial? todo ¿Francia? influyó, claro, pero sobre todo que cada vez más gente del pueblo les dijera que dejaran de matar.

¿Y desde el fin de la violencia?

Relajación –estábamos hartos– y más prosperida­d. Se acepta la pluralidad de la sociedad vasca, que es heterogéne­a y diversa.

La economía también ha mejorado.

Y el concierto económico ayuda, claro, pero en general en el PNV son buenos gestores.

Y no recuerdo casos de corrupción.

Eso es fundamenta­l. Y esa honestidad también es la que va a dar a Merkel –yo no la votaré– otro mandato.

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JULIA CASTELLS

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