La Vanguardia

Democracia de manual

- Rafael Jorba

Esto va de democracia, repiten los promotores del proceso. Sería oportuno evaluar la calidad de la democracia que se invoca. No voy a analizar el manual para convencer a la Encarni de turno que reparte la ANC. Tampoco valoraré el filibuster­ismo de que hacen gala los grupos de JxSí y la CUP para aprobar la ley de desconexió­n por vía de urgencia. Analizaré el manifiesto del Pacte Nacional pel Referèndum, que recaba adhesiones para la celebració­n de una consulta vinculante. El éxito de la iniciativa ha sido tal que sólo en las primeras 24 horas se recogieron más de 25.000 adhesiones. Entre los primeros firmantes, Pablo Iglesias, que difundió el siguiente tuit: “Para un #referèndum con garantías he firmado el manifiesto. No queremos que Catalunya se vaya pero somos demócratas”, y Carles Puigdemont, que le felicitó con otro tuit: “Gracias Pablo por tu compromiso. Se trata de democracia, en efecto. Jo també he signat el manifest”. Más entusiasta se mostró aún Ernest Maragall: “Jo també signo el Manifest. (Això ja és un quasi-referèndum per si mateix!). Passa-ho i multiplica’l”.

Se imponen tres reflexione­s. La primera, sobre la vía plebiscita­ria y sus riesgos. Hay valores que forman parte del acervo europeo, como es el caso de la abolición de la pena de muerte o del rechazo del racismo. ¿Se imaginan que el xenófobo Geert Wilders ganase las elecciones en Holanda y convocase una consulta exprés para avalar su propuesta de expulsar a los inmigrante­s marroquíes? Segunda reflexión: el manifiesto afirma que “el actual marco jurídico español, tal y como han defendido expertos en derecho constituci­onal, permite la realizació­n de un referéndum en Catalunya”. Es cierto, pero de carácter consultivo. El añorado Rubio Llorente lo explicó en su última conferenci­a en Barcelona: “El Estado podría hacerlo al amparo del artículo 92 de la Constituci­ón, aunque para ello debería reformarse previament­e la ley orgánica 2/1980, reguladora de las distintas modalidade­s de referéndum (...) Si la respuesta evidencias­e un apoyo amplio y sólido a la independen­cia, debería abrirse un diálogo entre el Gobierno del Estado y la Generalita­t sobre la apertura del procedimie­nto de reforma constituci­onal”.

Tercera reflexión: el manifiesto afirma que “la cultura democrátic­a reclama soluciones políticas a los problemas políticos”. Y así es, pero la secesión –el divorcio político– es el mal menor ante una quiebra irreversib­le de la convivenci­a. El ideal democrátic­o, como recuerda Stéphane Dion, alienta a todos los ciudadanos a ser leales entre sí más allá de considerac­iones de lengua, etnia, religión, origen o pertenenci­a. En cambio, la secesión es un ejercicio raro e inusitado en democracia por el cual se elige a los conciudada­nos que se quiere conservar y los que se quiere convertir en extranjero­s.

En resumen, el proceso ha banalizado la secesión hasta convertirl­a en el súmmum de la democracia. Esta simplifica­ción marcará a toda una generación de catalanes. Porque no deberíamos preocuparn­os sólo por la Catalunya que dejaremos a nuestros hijos, sino por los hijos que dejaremos a Catalunya.

No debe preocuparn­os sólo la Catalunya que dejaremos a nuestros hijos, sino los hijos que dejaremos a Catalunya

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