El Rey en la feria de Barcelona
“Y aquí donde nos ve, majestad, empezamos sin un céntimo”, le dijo Joaquín Rius a la reina
En su visita a la Exposición Universal de Barcelona de 1888, la reina regente se detuvo un buen rato en el departamento de Tejidos Joaquín Rius. Don Joaquín –cuenta Ignacio Agustí– “había engordado y el bigote, lacio y suntuoso, abrigaba completamente su boca”. Cuando doña María Cristina de Habsburgo-Lorena se interesó por la historia de la firma, el industrial, emocionado, le dijo:
–Y aquí donde nos ve, majestad, empezamos lo que se dice sin un céntimo.
Al día siguiente recibió un retrato de la reina con la leyenda “A don Joaquín Rius, modelo de laboriosidad”, mientras el Brusi calificaba a los Rius, padre e hijo, de “emisarios de la industria textil catalana cerca de la dinastía”. Este episodio de la famosa novela
Mariona Rebull sintetiza toda una tipología, la de las visitas reales a los grandes eventos barceloneses. Cuarenta años más tarde, Alfonso XIII presidió la inauguración de la Exposición Internacional de 1929. Aquel 19 de mayo, bajo un cielo radiante, riadas humanas se dirigían a Montjuïc, “hacia la montaña ennoblecida, como por fascinante conjuro mágico, con palacios y edificios, parques, rosaledas, parterres, bosquecillos, umbráculos y glorietas y jardines con pequeños estanques, embalsamado todo ello por el fragante aroma de la flor”, según un entregado asistente. Al monarca le quedaba, aunque él no lo sabía, poco tiempo de reinado, pero ese día fue recibido con entusiasmo por decenas, tal vez centenares de miles de barceloneses. Los mismos que le aclamaban entonces, se lamentaba en sus memorias el comisario regio marqués de Foronda, eran los que después gritaron: “¡Viva la República!”.
Celebramos ahora el 25.º aniversario de los Juegos Olímpicos, y uno de los capítulos que destacar es el apoyo decidido que les prestó Juan Carlos I. Y esta misma semana, el Mobile World Congress ha contado con la presencia activa de Felipe VI. No estoy seguro de que el macroencuentro tecnológico global tenga para Barcelona el mismo poder transformador y emblemático que las dos exposiciones internacionales y las Olimpiadas significaron (aunque pudiera ser). Pero, independientemente de la valoración que la monarquía y sus representantes puedan merecer, de sus aciertos y errores –y algunos de don Alfonso, por ejemplo, fueron de bulto–, la vinculación a las iniciativas que han proyectado Barcelona al mundo, con su implicación personal y simbolismo institucional, está sobradamente documentada.
El Ayuntamiento, con la voz del teniente de alcalde Jaume Collboni, está replanteando inteligentemente la bicapitalidad estatal de Barcelona. Para consolidarla es buena cosa que el jefe del Estado la visite a menudo. (Y para abonarla, por elemental cortesía, no estaría de más ir desactivando los teatrales cambios de nombres monárquicos en las calles que se han anunciado.)
La monarquía, esa tradicional institución barcelonesa...