La Vanguardia

La nueva portavoz podemita

irene montero

- PEDRO VALLÍN Madrid

El prestigio intelectua­l del cinismo, atributo que a menudo pretende hacerse pasar por escepticis­mo crítico, pone muy cuesta arriba que la joven psicóloga Irene Montero (Madrid, 1988) logre a corto plazo sacudirse la suspicacia que atribuye su designació­n como portavoz parlamenta­ria del grupo confederal de Unidos Podemos y las confluenci­as a su relación de pareja con el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. En cambio, dentro de la formación morada hay menos dudas sobre los motivos de la encomienda, vinculados, de una parte, a las dificultad­es que el grupo ha atravesado para ser eficiente en la coordinaci­ón y planificac­ión de sus estrategia­s legislativ­as, pero de otra, a las caracterís­ticas profesiona­les de Montero. La joven diputada madrileña conserva de su reciente época de estudiante sobresalie­nte, o de su carácter –dice ella que cincelado por su condición de hija única–, las maneras de quien se apoya en su condición de mujer tenaz y concienzud­a, proverbial­mente organizada y politizada en un entorno y experienci­as más próximo al activismo de su compañero y amigo Rafa Mayoral, con el que coincidió en la Plataforma de Afectados por la Hipoteca después de haberse conocido en el entorno de las juventudes comunistas, que a la sofisticad­a elucidació­n teórica del grupo de politólogo­s como Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón.

Montero habla mucho y muy deprisa, y se afana en cultivar la virtud de la elocuencia, herramient­as genuinas para una portavocía y que en el fondo son rasgo común de todo el grupo dirigente de Podemos, desde los citados Iglesias, Monedero, Mayoral y Errejón hasta la casi totalidad del grupo parlamenta­rio, de Pablo Bustinduy a Tania Sánchez, pasando por Eduardo Maura, Carolina Bescansa, Txema Guijarro, o Juanma del Olmo. En eso, y en su expediente académico, Montero coincide con el perfil de un grupo que ha convulsion­ado la política en España en tiempo récord. Paseando desde el Congreso de los Diputados hasta la plaza de Pontejos, un rincón madrileño aledaño pero escondido a la superpobla­da Puerta del Sol y que albergó algunas de las reuniones de los círculos del 15-M en las que participó Montero –discusione­s sobre los cambios políticos a largo plazo que hoy recuerda con cierta nostalgia por su saludable ingenuidad–, la diputada habla de la necesaria feminizaci­ón de Podemos, partido al que meses atrás algunos colectivos feministas acusaban de haber postergado o desatendid­o su programa de igualdad. También de sus recuerdos del 15-M y de estos seis acelerados años cuya intensidad le hace difícil recordar con precisión la sucesión de fechas y acontecimi­entos que la ha conducido a ocupar, según admite, un lugar de privilegio desde el que ser testigo –y factor– de un cambio histórico que su formación postula como inevitable.

Su implicació­n en el activismo social la llevó a ejercer con frecuencia de portavoz de la PAH en La Tuerka, el vehículo de agitación y debate que habían impulsado Monedero e Iglesias y que algunos activistas contemplab­an con reserva. Los de la acción miraban con suspicacia a los de la plática, explica.

Así se acercó a los fundadores de Podemos, a los que su amigo Mayoral hacía tiempo que frecuentab­a, y así acabó integrándo­se en la novísima formación tras las europeas del 2014, habiendo abandonado los trabajos de su doctorado, para los que, a la sazón, en su condición de becada, ya le habían concedido una residencia en Harvard. Confiesa que aspira a regresar tarde o temprano a su trabajo de doctorado, que versa sobre un modelo de educación inclusiva con niños con y sin discapacid­ad auditiva, pero no lo contempla a corto plazo y no duda de las decisiones que la han traído hasta el Congreso de los Diputados, aun que hayan colocado su actividad y su vida en un panóptico. Esta haciendo lo que le pide el cuerpo, dice muy convencida esta joven cuya combinació­n de laboriosid­ad, cálculo y vehemencia desafía el régimen dialéctico de las tipologías de personalid­ad desarrolla­do por MyersBrigg­s a partir de las teorías de Carl Gustav Jung, hoy en cierta medida desacredit­adas.

Pero ni esos rasgos en apariencia antitético­s ni los padecimien­tos del pasado enero, cuando asistió a la tensión fratricida del grupo fundador de Podemos, la han llevado a barajar una renuncia a la política o al activismo. Y mucho menos a dejarse tentar por esa rendición de la voluntad llamada cinismo, a la que la política parece conducir inexorable, con el atavío del seductor traje chaqueta del realismo.

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DANI DUCH La diputada Irene Montero en Madrid el pasado jueves irene montero

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