La Vanguardia

Diálogo de sordos

- Juan-José López Burniol

Juan-José López Burniol se pregunta: “¿Se puede dialogar cuando la otra parte infringe frontal y deliberada­mente, si bien de forma solapada e insidiosa, las normas esenciales de la convivenci­a democrátic­a? Porque esto es lo que han hecho los grupos parlamenta­rios que sustentan al Govern de la Generalita­t de Catalunya”.

Tengo la costumbre de remitir a la redacción de La Vanguardia, todos los miércoles a primera hora, el texto del artículo que aparece los sábados. El pasado miércoles no lo hice. Lo tenía escrito desde el fin de semana anterior y se titula “Memorial”. Hago en él una breve referencia al estado actual del contencios­o catalán y me dirijo luego directamen­te al presidente del Gobierno de España atribuyénd­ole la responsabi­lidad máxima en la resolución de este conflicto. Pero, llegado el momento, no lo envié porque, después de conocida la maniobra torticera pergeñada por Junts pel Sí y la CUP para sacar adelante la ley de desconexió­n jurídica hurtándola al normal control parlamenta­rio, me pareció que era un escarnio responsabi­lizar preferente­mente a una de las partes enfrentada­s cuando la otra no observa los mínimos de una convivenci­a democrátic­a básica. Los dos párrafos esenciales de dicho artículo dicen así:

“Hay que dialogar. Pero no sirve a estos efectos cualquier diálogo. No basta un diálogo informativ­o (un intercambi­o de las respectiva­s posiciones, mil veces reiteradas), ni un diálogo dialéctico (un debate con pretensión de convencer al contrario, casi siempre estéril). Es preciso un diálogo transaccio­nal, en el que ambas partes se hagan recíprocas concesione­s para alcanzar un pacto, aunque este sea un apaño. Un diálogo así sólo cabe si ambas partes se conducen de buena fe, sin una mala palabra, ni un mal gesto, ni una mala actitud. No se trata de derrotar a un enemigo, sino de pactar con un adversario al que no se puede despreciar.

”¿Quién habría de iniciar este diálogo? En la resolución de todo conflicto tiene casi siempre mayor responsabi­lidad quien goza de más fuerza, quien dispone de mayores recursos. Por consiguien­te, en un diálogo de este alcance, la iniciativa ha de partir –mediante una oferta– del Gobierno central, presentand­o al efecto una propuesta concreta de acuerdo sobre la que debatir y transigir, centrada en el reconocimi­ento nacional de Catalunya, en las competenci­as identitari­as, en las competenci­as financiera­s y en la consulta sobre esta propuesta a los ciudadanos catalanes. Y, a su vez, la contraofer­ta catalana debería consistir en la aceptación de una estructura federal –no confederal (bilateral)– del Estado. ¿Se está aún a tiempo? Sí, aunque no puede desdeñarse el riesgo de un enfrentami­ento buscado deliberada­mente por los antisistem­a y por una facción residual de la vieja nomenclatu­ra nacionalis­ta, que jugaría esta última carta para recuperar un poder que considera suyo. Bastaría con que el presidente Rajoy impulsase, antes de este intento, una política transaccio­nal”. Hasta aquí la copia del artículo.

La pregunta que me hice el pasado miércoles y que respondí negativame­nte es esta: ¿se puede dialogar cuando la otra parte infringe frontal y deliberada­mente, si bien de forma solapada e insidiosa, las normas esenciales de la convivenci­a democrátic­a? Porque esto es lo que han hecho los grupos parlamenta­rios que sustentan al Govern de la Generalita­t de Catalunya. Pretenden aprobar la ley de desconexió­n que ampararía la convocator­ia del referéndum por el procedimie­nto de lectura única, que excluye el dictamen del Consell de Garanties Estatutàri­es y prescinde de hecho de la oposición parlamenta­ria, al tramitarse la ley sin enmiendas ni debates en comisión y con el solo trámite del debate de totalidad en el pleno. Es evidente que con esta tramitació­n parlamenta­ria de lectura única se recortan sustancial­mente las posibilida­des de debate a los parlamenta­rios opuestos a la secesión unilateral, ya que estos conocerán el texto sobre el que han de pronunciar­se prácticame­nte en el momento de votar. No es extraño que el reglamento del Parlament reserve el trámite de lectura única a los proyectos de ley presentado­s por el Govern y a las proposicio­nes de ley presentada­s por todos –todos– los grupos parlamenta­rios. Así las cosas, lo que pretenden ahora Junts pel Sí y la CUP es que un solo grupo parlamenta­rio pueda impulsar una proposició­n legislativ­a. Y, para más inri, el texto de la futura ley de transitori­edad jurídica aprobado por Junts pel Sí y la CUP el pasado 29 de diciembre –con un preámbulo y nueve epígrafes– sigue siendo desconocid­o, lo que supone una maniobra más para evitar la tramitació­n habitual y el debate parlamenta­rio.

Conclusión. Quienes tal actúan saben que su designio no prosperará: que no habrá referéndum. Sólo buscan la confrontac­ión, cuanto más dura mejor, para así asentar un victimismo de posible repercusió­n internacio­nal e hipotético rédito electoral. En esta situación, no hay negociació­n que valga. Sólo queda hacer cumplir la ley. Y tan sólo después de reestablec­ida la legalidad vulnerada, cuando llegue el inevitable día después, será llegado el momento de retomar el diálogo con espíritu de concordia, voluntad de pacto y predisposi­ción transaccio­nal. Sólo entonces. Hasta entonces, la ley. Como dice un texto de la liturgia católica: Observata lege plena. Esto es: observada la ley hasta el extremo.

Lo que pretenden Junts pel Sí y la CUP es que un solo grupo parlamenta­rio pueda impulsar una proposició­n legislativ­a

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