Patriarcado audiovisual
Una muestra aborda la tensión entre los arquetipos femeninos impuestos por el cine y la publicidad y la experiencia de vida de las mujeres
La exposición Mujeres: ficciones y realidad confronta en el Museu d’Història de Catalunya los modelos impuestos por la cultura visual en torno a la figura femenina y la experiencia de vida de las mujeres en ámbitos tan diversos como la vivencia del cuerpo, el trabajo o la expresión política.
No importa lo que ha pasado. Él es un hombre y usted lo ama. Él merece Lucky”. El eslogan aparece impreso bajo la imagen de una mujer con la cabeza vendada y sonrisa alelada, que pese a todo se muestra encantada en compañía de un kamikaze con el rostro parcialmente cubierto por un casco. La popular línea de perfumería masculina tal vez sea “virilmente fresca” como promete el anuncio, pero el publicista que concibió aquella delirante campaña en los años sesenta hoy podría estar en prisión por incitación al maltrato.
“La violencia machista existe porque ha sido tolerada y silenciada”, dice la experta en cultura audiovisual Anna Solà, para quien si bien es cierto que la publicidad ha rectificado su discurso en las últimas décadas [la objetualización del cuerpo de la mujer sigue formando parte de la retórica publicitaria, la novedad es que ahora también se cosifica el del hombre], en otros circuitos de ficción aún se siguen exhibiendo tipos de maltrato asociados a esa idea de amor romántico que vincula pasión y violencia y que no es más que un amor malentendido”.
El cartel de Lucky –firma que en la misma época lanzó otro aún más explícito: la chica aparecía con un ojo morado y él, armado con guantes de boxeo y en actitud de combate– forma parte de una exposición en el Museu d’Història de Catalunya, Mujeres: ficciones y realidad, que confronta los modelos impuestos por la cultura visual en torno a la figura femenina y la experiencia de vida de las mujeres, en ámbitos tan diversos como la vivencia del cuerpo, el trabajo o la expresión política. “Siempre ha existido una tensión entre el imaginario colectivo y el deseo propio”, resume Marta Selva, comisaria junto a Solà de la muestra documental que puede visitarse hasta el 28 de mayo. “Hemos tratado de huir de una posición determinista. No es cierto que no se pueda salir de los modelos impuestos. Existe una tensión constante entre aquello que se intenta imponer y la postura de las mujeres que tratan de escapar al relato oficial”, añaden.
La exposición, que viaja desde los años cincuenta hasta los noventa, con la película de Ridley Scott Thelma y Louise, icono de una nueva narrativa que rompe con los finales felices, muestra ejemplos de disensión desde el ámbito del arte (de Eugènia Balcells a Cindy Sherman o Martha Rosler ), pero también a pie de calle, como las mujeres casadas que, pese a su invisibilidad, desafiaron durante el franquismo la prohibición de trabajar desempeñando labores de pieceras, las inmigrantes que se comprometieron en las luchas vecinales o las primeras movilizaciones feministas.
Hoy pocos recuerdan que un spot de los años cincuenta recomendaba a las mujeres ofrecer una copa de coñac Soberano para evitar que a su marido se le fuera la mano, pero nadie olvida la bofetada de Glenn Ford a Gilda. Por eso Solà y Selva dedican un capítulo a esa películas que han conformado nuestra “educación sentimental” (los celos y las agresiones son justificados como demostraciones de pasión) que siguen provocando relaciones infelices o directamente violentas, como las que luego recogerán películas como Te doy mis ojos o Solas.