La Vanguardia

El embajador que hablaba con todos

Los hombres de Trump acabaron sentándose con Serguéi Kisliak, cordial y gran anfitrión

- FÉLIX FLORES

Con todos los lugares críticos y los cataclismo­s que hay en el mundo, Rusia y Estados Unidos, los países líderes, con influencia decisiva en las condicione­s de una estabilida­d y una seguridad globales, no pueden permitirse el lujo de no hablarse”. Así lo declaró el embajador ruso en Washington, Serguéi Kisliak, a la agencia Sputnik hace exactament­e dos años. Entonces, afirmaba, las relaciones entre ambas potencias pasaban por uno de los periodos más difíciles de las últimas décadas.

Ahora, el embajador Kisliak no puede decir que no haya diálogo. Él mismo se reunió con el ya defenestra­do consejero de seguridad Michael Flynn (un hombre siempre dispuesto a hablar para los medios rusos, por cierto), con el fiscal general de la Administra­ción Trump, Jeff Sessions, y con el yerno y del presidente, Jared Kushner.

Según medios diplomátic­os citados por la prensa estadounid­ense, Kisliak es, por cierto, un buen conversado­r, simpático, locuaz a la vez que comedido, muy adaptado a la vida en Estados Unidos (la embajada rusa ante la ONU, en Nueva York, fue su primer destino como alto funcionari­o, en 1981) y excelente anfitrión, ya que dispone de uno de los mejores chefs de Washington. Habla muy bien inglés, de forma pausada y, en definitiva, ha sido hasta hoy un diplomátic­o activo y popular.

En un encuentro en la Universida­d de Stanford, el 10 de noviembre, se defendió de las sospechas sobre la intromisió­n rusa en las elecciones presidenci­ales –que se habían celebrado dos días antes– diciendo: “He trabate jado tanto tiempo en EE.UU. que ya conozco a casi todo el mundo”.

Al cabo de un mes, Barack Obama ordenaba la expulsión de 35 miembros de la embajada rusa en Washington y el consulado en Los Ángeles por espionaje.

Cuando Serguéi Ivánovich Kisliak se hizo cargo de la embajada, en julio del 2008, las relaciones ruso-estadounid­enses no habían llegado a un nivel tan bajo como el que alcanzaron en el 2014 con la ocupación de Crimea y el conflicto en el este de Ucrania, pero tampoco eran buenas.

Kosovo había declarado su independen­cia en febrero, con el jefe de la misión de la OSCE, un estadounid­ense, William Walker, tomándose una cerveza en el hotel Grand de Pristina y haciéndose una foto bajo una bandera de su país. Apenas llevaba el embajador diez días en su puesto cuando estalló la extraña y rápida guerra entre Rusia y Georgia, con la que este país perdió su jurisdicci­ón sobre Osetia del Sur y Abjasia, en lo que los occidental­es entendiero­n como una réplica rusa en el Cáucaso a la intervenci­ón estadounid­ense en los Balcanes. Y en los años precedente­s, Washington había alentado las revolucion­es de colores en Serbia, Ucrania, Georgia y Kirguistán, para gran irritación de Moscú.

Pero lo más grave, desde el punto de vista ruso, era el despliegue por George W. Bush del llamado escudo antimisile­s en Polonia y la República Checa. Es- tema entraba en la gran especialid­ad de Serguéi Kisliak. Entre 1985 y 1989 (es decir, bajo el mandato de Mijaíl Gorbachov) fue primer secretario de la embajada en Washington y se ocupó del

dossier de control de armas. Posteriorm­ente, en 1998, fue nombrado embajador en Bélgica, cargo que conlleva la representa­ción rusa ante la OTAN.

En julio del 2009, Barack Obama viajaba a Moscú para reunirse con el entonces presidente Dimitri Medvédev. En marzo, la secretaria de Estado Hillary Clinton y el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, habían apretado un simbólico botón de reset en las relaciones entre Moscú y Washington. Se cree que Kisliak –que tiene 66 años, casi la misma edad que Lavrov, de 64, y que fue su número dos en el ministerio– tuvo un importante papel en la gestión del deshielo con la primera Administra­ción Obama, ya que era una cuestión de desarme, la renovación del tratado sobre misiles estratégic­os START, el objetivo que se tomaba como pretexto para volver a un diálogo.

El tan escenifica­do reset no fructificó, y el segundo mandato de Obama vio cómo con la tercera presidenci­a de Vladímir Putin las relaciones se deteriorab­an. Aunque no sería, desde luego, por culpa del embajador Kisliak, que permaneció en su puesto, insistiend­o diplomátic­amente en la base del discurso ruso sobre las relaciones con los estadounid­enses: “Nos gustaría que EE.UU. tratara los intereses de la misma manera que quisieran que Rusia tratara los intereses americanos”.

Se espera que ahora Serguéi Kisliak deje el puesto, como es obvio. The New York Times especula con que su sucesor sea un general de “línea dura”. Quizás no será tan simpático, quizás no ofrecerá tanta confianza…

Kisliak, experto en desarme, al parecer tuvo un papel clave en el intento de deshielo de Obama y Medvédev “He trabajado tanto tiempo en EE.UU. que ya conozco a casi todo el mundo”, dijo después de las elecciones

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CLIFF OWEN / AP Serguéi Kisliak, durante un encuentro con la prensa en Washington en septiembre del 2013

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