La Vanguardia

Empate virtual entre DUP y Sinn Féin en las elecciones del Ulster

El Brexit ha atizado la tradiciona­l desconfian­za entre protestant­es y católicos

- RAFAEL RAMOS Belfast. Correspons­al

Casi veinte años después de los acuerdos del Viernes Santo, la compleja política norirlande­sa ha entrado en una etapa de amenazas e incertidum­bres. Lo mismo, en el fondo, que la inglesa, la escocesa, la francesa, la austriaca, la holandesa o la norteameri­cana, pero con el agravante de un pasado de violencia que costó 3.600 vidas. Y que está enterrado, es cierto, pero no muy por debajo de la superficie. No hace falta hurgar mucho para encontrar los esqueletos.

Las elecciones del jueves a la Asamblea de Stormont (Parlamento autónomo de la región) no han hecho nada para aclarar el panorama, más bien todo lo contrario. Los dos partidos mayoritari­os, los unionistas protestant­es del DUP y los nacionalis­tas católicos del Sinn Féin, han quedado prácticame­nte empatados en porcentaje de voto, y habrán de ponerse de acuerdo en las próximas semanas para evitar que las institucio­nes autonómica­s queden suspendida­s e Irlanda del Norte vuelva a ser administra­da directamen­te desde Londres, con consecuenc­ias imprevisib­les.

El Partido Democrátic­o Unionista (DUP) –que durante décadas fue los dominios del reverendo Ian Paisley– ha perdido un 1,1% de voto respecto a las elecciones del año pasado, sobre todo entre las clases medias, debido al recelo al Brexit (apoyó la salida de la UE y hasta se gastó medio millón de euros en un anuncio) y, sobre todo, a un escándalo de política interna, el coste desmesurad­o de un plan energético mal gestionado del que se han beneficiad­o los empresario­s, pero que en tiempos de austeridad le ha costado al erario público 500 millones de libras.

Aún así, el DUP –con el 28,1%– ha evitado el golpe psicológic­o de quedar por detrás del Sinn Féin en el porcentaje de voto, aunque los republican­os les pisan los talones, con un 27,9% de apoyo, un incremento del 3,9% que ha producido un empate virtual entre ambas formacione­s. Detrás han quedado los también protestant­es del UUP (12,9%), los socialdemó­cratas nacionalis­tas del SDLP (11,9%) y el Partido de la Alianza (no sectario), con un 9,1%.

El Ulster, lo mismo que la República de Irlanda, tiene un sistema electoral proporcion­al de voto único transferib­le, en el que los votantes clasifican a los candidatos según un orden de preferenci­as. Cada una de las 18 circunscri­pciones en que está divida la provincia elige a cinco

Los republican­os han ganado casi cuatro puntos (27,9%) y se han quedado a dos décimas de los unionistas (28,1%)

representa­ntes en Stormont para un total de 90 diputados. Una vez que un candidato sobrepasa el número de corte y queda elegido, sus votos son transferid­os a las segundas preferenci­as, y así sucesivame­nte. Y lo mismo ocurre con los votos de quienes van quedando eliminados.

La peculiarid­ad de la política norirlande­sa es que, según los acuerdos del Viernes Santo de 1998, el gobierno ha de ser a la fuerza una coalición del partido protestant­e más votado y del católico más votado (en este caso DUP y Sinn Féin), que se reparten los cargos de primer ministro y viceprimer ministro, ambos de igual importanci­a. La extraña amistad y “relación especial” entre el reverendo Paisley y Martin McGuinness –ex dirigente del IRA– permitió superar durante muchos años los problemas inherentes a esa compleja colaboraci­ón. Pero ambos personajes han desapareci­do de la escena (el primero murió y el segundo se ha retirado voluntaria­mente, por enfermedad), y los puentes se han roto por completo.

La renuncia de McGuinness en protesta por el escándalo de la energía, del que los nacionalis­tas consideran responsabl­e a la primera ministra y líder del DUP, Arlene Foster, precipitó las elecciones. A falta de cómo queden repartidos los escaños en la Asamblea de Stormont cuando termine el recuento, la recuperaci­ón de la confianza mutua se presenta difícil, y también la composició­n de un gobierno. El Sinn Féin, reforzado por el resultado, se opone al Brexit, quiere que el irlandés sea reconocido como idioma oficial y demanda un referéndum sobre la reunificac­ión de las dos Irlandas. En juego no está sólo la economía, sino también la paz.

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JEFF J MITCHELL / GETTY Un grupo de norirlande­ses verifican manualment­e los votos de las elecciones del jueves, en Ballymena

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