El siglo de las fobias
Aparte del caso Palau, aparte de las sentencias del 9-N que se esperan, aparte del divorcio real o aparente de Ciudadanos y el PP, anoto como hecho de este tiempo el florecimiento de las fobias. No las fobias médicas ni las entendidas como “temor intenso e irracional”, que dice el diccionario, sino la segunda acepción: “Odio o antipatía intensos por alguien o algo”. Se están introduciendo en la sociedad. Están tocando ya la política, con sus riesgos para la convivencia. A veces surgen de sentimientos religiosos, como acaba de ocurrir con el autobús de la asociación Hazte Oír, que recibió el calificativo de “tránsfobo”. La terminación -fobo, aplicada a quien siente fobia por alguien, cada vez se aplica a más personas y grupos sociales. Y no sólo en España.
¿Qué ha sido, por ejemplo, el Brexit? La consecuencia directa de una política nacionalista y xenófoba, basada en el odio a Europa y a lo europeo. ¿Qué está siendo la inquietante expansión de la extrema derecha en casi toda la Unión? El resultado de parecidas fobias a lo extranjero, a lo ajeno, a todo lo que parece usurpar la identidad nacional. ¿Qué es el triunfo y el escándalo diario de Donald Trump? Un programa de gobierno basado en fobias: al inmigrante, al musulmán, al hispano y a las potencias exteriores; todo lo que le hace gritar a Trump “América, lo primero” e inyecta en la sociedad un espíritu bélico al prometer ganar todas las guerras.
Las fobias están escribiendo la historia de este tiempo. ¿Las hay en España? Por supuesto. No hace tanto tiempo estábamos hablando de “catalanofobia”. Aparente o real, genérica o muy minoritaria y propia de unos cuantos radicales españolistas, ha contribuido a agravar el primer problema político y ha sido un instrumento básico para construir una parte del entramado estratégico del soberanismo. En la política nacional asoman indicios visibles en los nuevos partidos de izquierda: el lenguaje de rencor que se ha escuchado en la investidura de Rajoy; la fobia que siembran contra los partidos tradicionales, frecuentemente presentados como delincuentes; las declaraciones de algunos líderes de Podemos a quienes un periodista pregunta por Leopoldo López y responden criminalizando a una oligarquía opresora española que imaginan; el rencor a la clase política visible en las encuestas del CIS, en los mensaje colgados en las redes sociales, en los abucheos al adversario...
Y después, en la sociedad, existen brotes esporádicos. Quiero señalar especialmente tres: la homofobia, superviviente de tiempos oscuros, y que aún no terminó de asumir los avances legales del gobierno Zapatero; las fobias religiosas, cuyo exponente estuvo esta semana en el citado autobús de Hazte Oír y en la drag
queen de Las Palmas, con un Cristo crucificado y una Virgen vestida de reinona y se comparó con las caricaturas de Mahoma; y la subterránea fobia al inmigrante, que ya veremos en qué desemboca si la Comisión Europea culmina su proyecto de expulsar a un millón de indocumentados sin derecho al asilo. Gracias a Dios, no tenemos una extrema derecha que avive esos incendios. Pero están ahí.