Una tortuga mutilada da una lección de lucha y de esperanza
Un mes después de recobrar la libertad en una playa de El Prat, una tortuga que sufrió la amputación de una aleta llega al Atlántico
No sólo las personas supuestamente discapacitadas dan a diario ejemplos de superación, de esperanza y de lucha frente a la adversidad. También los animales. Imagínese que después de un desgraciado accidente alguien sufre la amputación de una extremidad y se ve obligado a permanecer recluido once años en un hospital. Un día le dan el alta y el paciente no se lo piensa y decide andar, andar, andar. Y así recorre miles de kilómetros. Eso ha hecho Luna, pero nadando.
Este ejemplar de tortuga boba
(Caretta caretta), un macho a pesar del nombre, fue rescatado por un particular frente a las aguas del puerto de Tarragona y trasladado al centro de recuperación de animales marinos de El Prat de Llobregat, conocido por las siglas de CRAM. Sucedió el 28 de junio del 2005. Cuando la rescataron pesaba 20 kilos y se estaba ahogando. Había quedado atrapada en una red a la deriva y sus esfuerzos por liberarse le provocaron profundas heridas y la necrosis de la aleta derecha, que fue amputada de urgencia cuando llegó a las instalaciones que se transformarían en su casa durante once años y tres meses.
Las trampas mortales de las redes son uno de los principales peligros para la supervivencia de esta especie amenazada, junto a la contaminación de los mares y la ingesta de plásticos. Estas tortugas, como otros hijos de los océanos, tienen la facultad de eliminar por los lacrimales la sal del agua marina que beben, lo que puede crear la –dicen– falsa sensación de que lloran.
Los expertos llegaron a pensar que la mutilación (que se aprecia en la foto pequeña) le impediría “vivir con normalidad en libertad”. Pero Luna no se rindió y fue ganando peso y confianza en sí misma. Después de participar en un programa de cría en cautividad, el CRAM –que ahora cuida de otros ejemplares como Massa Gran o Casimiro– decidió liberarla. La tortuga, entonces ya de casi cien kilos, se reencontró con el mar el 18 de septiembre del 2016, en un acto popular y festivo que llevó una multitud a una playa de El Prat, con numerosos niños de las escuelas locales. Un dispositivo adherido a su caparazón permite seguirla por satélite. En apenas 20 días nadaba a la altura del litoral de Cartagena y poco después cruzaba el estrecho de Gibraltar y se aventuraba en el Atlántico, como habría hecho cualquier congénere. “Mira, mamá, está llorando”, dijo un niño cuando la liberaron. “Sí, pero es de felicidad”, le respondieron.