La Vanguardia

El sumario volador

Hace 45 años, una explosión de gas causó 18 muertos en la calle Capitán Arenas de Barcelona

- SANTIAGO TARÍN

En los viejos papeles de este legajo debería figurar un apunte: “Este fue un sumario volador”. En la noche del 6 al 7 de marzo de 1972, una explosión de gas destruyó un edificio en la calle Capitán Arenas de Barcelona y causó 18 muertos. Pocos meses después, un grupo de personas robó la causa arrojando tres tomos por una ventana de la oficina judicial. El 23 de enero de 1974, lo devolviero­n a cuatro periodista­s en un bar, con una nota que rezaba, con sorna: “Para entregar a Cesáreo Rodríguez Aguilera (el juez), que lo está buscando”. Esta la historia del sumario que aprendió a volar.

La calle Capitán Arenas está en la memoria colectiva de los barcelones­es por una tragedia. El 6 de marzo de 1972, hace ahora 45 años, una explosión dejó hecho trizas el edificio que ocupaba los números 57-59 de esta vía, en la esquina con Santa Amèlia. El balance fue de 18 muertos. En su primera página de la edición del 7 de marzo, La Vanguardia titulaba: “La mayor catástrofe urbana de los últimos veinticinc­o años”.

Desde el primer momento se atribuyó el desastre al cambio del suministro del gas ciudad por el gas natural, llevado a cabo aquí seis meses antes. Lo cierto es que la seguridad de estas canalizaci­ones no es la de ahora, pero la compañía siempre lo negó. Ahora bien, poco después, el 29 de octubre, un siniestro similar arrasó tres inmuebles de la calle Ladrillero­s (hoy Rajolers) en el barrio de Sants, con el saldo de 14 fallecidos. Aquí ya no hubo dudas sobre la causa de la tragedia: el gas.

Pero volvamos a Capitán Arenas. La investigac­ión del caso fue a parar al juzgado de instrucció­n número 8 de la ciudad, al frente del cual estaba en aquel momento el magistrado Cesáreo Rodríguez Aguilera, una persona de singular biografía, pues fue tan reputado como jurista como crítico de arte. En aquel 1972, Rodríguez Aguilera comenzó a indagar qué había pasado en aquel edificio. Cuatro años después, concluyó la causa con cuatro procesados, y hacía recaer las culpas en el gas.

Pero lo que hace más peculiar esta historia es lo que le ocurrió en sí a la causa. En paralelo a la explicació­n de que la tragedia ocurrió por unas canalizaci­ones inseguras, circulaba la especie de que en uno de los pisos moraban militantes de un grupo de extrema derecha que estaban fabricando una bomba, que les explotó y que por ello el edificio se vino abajo. Y que, debido al régimen político, este hecho sería ocultado por las autoridade­s.

Un grupo de personas quería conocer la verdad, si tras esta tragedia había una trama política. Para ello urdieron un singular complot: robar el sumario y ver si existían indicios en este sentido. El 2 de junio de 1972, cada uno cumplió su papel. Uno pidió ver al juez, otro distrajo al funcionari­o, otros pululaban por la oficina y en eso una mujer fingió un desmayo, volcando una botella de amoniaco, momento en el cual otro de los conspirado­res agarró tres volúmenes del expediente y los arrojó por una ventana. En la calle, otro cómplice los recogió y se dio a la fuga.

El escándalo fue de órdago y la amenaza de proceder con dureza contra los autores, más que verosímil. Un prestigios­o abogado de la ciudad, ya fallecido, medió y pactó que, si se devolvían los papeles, se pasaría página.

Pero si excéntrico fue el hurto, el retorno de la causa resultó aún más estrambóti­ca, y fue relatada con pelos y señales en la edición de La Vanguardia del 24 de enero de 1974. Alguien llamó por teléfono a cuatro periodista­s de la ciudad y les citó en un bar restaurant­e de la ronda Sant Pere, frente a la entonces Magistratu­ra de Trabajo. Los reporteros eran Rafael Wirth, de La Vanguardia, Antonio Galeote, de Europa Press, Jordi Capdevila, de Diario de

Barcelona, y Santiago Vilanova, de El Correo Catalán . A la una y diez de la tarde, una mujer llamó por teléfono al local, preguntó por ellos y al que se puso le preguntó si les “habían traído ya una cosa”. Cuando supo que no, añadió: “Esperen que enseguida vendrá alguien y se lo traerá”.

A la una y veinticinc­o, entró en el sitio un joven pelirrojo que se dirigió a ellos y les entregó un maletín. “Me lo ha dado un señor de la facultad de Derecho”, les explicó, antes de tomar inmediatam­ente las de Villadiego. Dentro estaban los tres tomos robados con una nota manuscrita, que sonaba a chanza: “Para entregar a Cesáreo Rodríguez Aguilera, que lo está buscando”.

La mujer misteriosa volvió a llamar por teléfono y les dijo:

–Un hombre les ha traído ya el maletín, ¿sí o no? –Sí. –Se lo damos para que lo entreguen al Palacio de Justicia.

Y colgó.

El año 1972 fue trágico en Barcelona: 32 personas murieron en explosione­s de gas en dos edificios

Así se devolvió el legajo. En sus páginas no aparecían referencia­s a una bomba en la calle Capitán Arenas. En mayo de 1977, la Audiencia de Barcelona sobreseyó el caso, en virtud de un decreto de indulto y después de que la compañía hubiera indemnizad­o a las víctimas de la explosión. Esta es una historia muy curiosa. En 1972, 32 personas murieron en Barcelona por explosione­s de gas. En algún archivo reposa esta causa, que debería tener una nota: este fue un sumario volador.

El sumario fue devuelto a cuatro periodista­s en un bar por un joven que les entregó un maletín

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CARLOS PÉREZ DE ROZAS/ARCHIVO Así quedó el edificio de Capitán Arenas tras la explosión de 1972
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LA VANGUARDIA Esta es la nota que había en el maletín que contenía el sumario

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