La Vanguardia

A las puertas del Liceu

BERNARDO CORTÉS MALDONADO (1933-2017) Cantautor

- LUIS BENVENUTY

El cantautor Bernardo Cortés Maldonado falleció ayer a los 83 años en el hospital del Mar de Barcelona. Hace todavía pocas semanas, hasta que ingresó aquejado de una insuficien­cia renal y otros achaques, aún rasgaba su guitarra y su garganta en los restaurant­es de la Barcelonet­a y del Port Olímpic. Ahora estaba empeñado en que le hicieran un homenaje en el Teatre del Liceu, y si no, pues en el Palau de la Música, y luego continuar con lo suyo, por los restaurant­es, un par de años más, y después a lo mejor regresar al pueblo.

O no. A mí desde hacía años me llamaba cada dos meses para decirme que la humedad le estaba destrozand­o las piernas, que a lo mejor se retiraba a Jaén, que si acaso su jubilación pudiera dar para un reportaje. Luego cambiaba el tiempo y la idea se le olvidaba.

A Bernardo no le movía ni el ego ni el orgullo ni la soberbia. Es que a Bernardo le hacía mucha ilusión actuar en un escenario como Dios manda y entretener a sus amigos. Menudo, narizón, orejotas, más feo que picio, Bernardo fue un artista de los pies a la cabeza, de los que entienden que el arte no es una profesión, sino un modo de vida al que entregarse, que hay que pisar las tablas hasta que se hundan, recorrer los pueblos subido en un carromato a cambio de la voluntad y de aplausos. Fue una suerte de Ed Wood… De ahí que siempre se mostrara alegre, dicharache­ro, lleno de ilusión.

Pero a Bernardo muy poca gente lo tomaba en serio ni siquiera lo respetaba. Su paso por la televisión lo convirtió en un personaje de parodia, eclipsó todo lo trágico de su historia. Bernardo llegó a Barcelona a los 18 años, montó una empresa de derribos, se convirtió en todo un señor… Hasta que un socio suyo falleció en un accidente laboral y se echó al alcohol, se convirtió en un vagabundo, cantó a las prostituta­s, los indigentes, los borrachos… Pero un buen día se redimió. Bernardo era un hombre profundame­nte religioso. Lo primero que hacía cada mañana era besar a sus santos. Su biógrafo, Antonio Herrera, envió unas cuantas cartas meses atrás al Ayuntamien­to y la Generalita­t, a ver si se animaban a montarle el dichoso homenaje.

No le movía el ego ni la soberbia; es que le hacía mucha ilusión actuar en un escenario como Dios manda

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DAVID AIROB

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