Verdaguer o beso obeso
Hasta mañana domingo se puede ver en el teatro Romea la ópera rock Verdaguer (ombres i maduixes) del grupo Obeses, liderado por el talentudo Arnau Tordera, que actúa de Verdaguer joven, contrapuntado de modo espléndido por Ferran Frauca en el papel de Verdaguer viejo. (Para los afortunados que pudieron ver Fang i setge, Frauca era el general Antonio de Villarroel en el musical del asedio a Barcelona). La obra, ideada por Pep Paré y Pere Tió, centra el foco en la juventud de Verdaguer, a partir de una inmersión en sus obras sentimentales de juventud: Jovenívoles y Amors d’En Jordi i Na
Guideta. La contraposición de los dos Verdaguers da hondura a la historia, simple como las veleidades y dudas de los primeros amores que entrelazan el querer y el no poder. La ambición del poeta pujante topa con el desencanto del viejo maestro al final del camino. Todo lo que a uno le falta por escribir se contrapone con todo lo que al otro le duele no haber vivido. Es en esta tensión que la ópera rock de Obeses cuaja, arraigada en la extraordinaria potencia verbal de Verdaguer. La música, interpretada en directo desde los palcos del Romea por los otros tres obesos con un pianista y un guitarrista de refuerzo, envuelve al teatro hasta el punto de proyectarlo a un espacio sideral pastado en la Plana de Vic. Think big, dicen los anglosajones, y los responsables de este montaje lo han hecho, encabezados por un Arnau Tordera mercurial en todos los sentidos, pero sobre todo en el que le acerca a Freddie Mercury. En algunos pasajes cuesta un poco seguir la letra verdagueriana, pero la solvencia musical de instrumentos y voces abruma al espectador, que sale de ello con muchas ganas de leer más a Verdaguer.
Lo que está pasando con Verdaguer es notable. Su arraigo popular, sobre todo en Osona, lo transforma en un caso un poco distinto de otros clásicos que se intentan recuperar desde la política de efeméride. La lengua de Verdaguer, su estilo, su manera de decir y su poesía han dejado pósito. Eso es lo que permite que los creadores del siglo XXI no sólo lo tengan presente o lo recuperen, sino que lo usan de trampolín para sus propuestas contemporáneas. No hace mucho el escritor Jordi Lara abría su último libro de relatos Mística conilla (Edicions de 1984) con una narración extraordinaria que describe una tarde de juegos con un niño del pasado en los mismos parajes de Osona por los que jugó el pequeño Cinto Verdaguer. Arnau Tordera y su cuadrilla obésica se recrean en el Cinto antes de la encrucijada que le llevó a ser mosén (y poeta). Y el lunes, en la Sala de Dalt de la Beckett, un triunvirato de lujo formado por Enric Casasses, Josep Pedrals y Jordi Oriol contrastaban algunas versiones lulianas de mosén Cinto, aquí ya clericalizado, con los originales de Ramon Llull en un espectáculo de recitado triple titulado La cirera i la garrofa: Llullificar, Llullificable i Llullificatiu. Sin tradición no hay modernidad. Sin conocimiento no hay transgresión.
La ambición del Verdaguer pujante topa con el desencanto del viejo poeta al llegar al final del camino