La Vanguardia

La ‘samfaina’ de Proust

- Llucia Ramis Barcelona

Hay una figura editorial de la que no se habla. Suele trabajar en el departamen­to de prensa. Cuando un autor extranjero firma libros, se sitúa a su lado y le anota, veloz y con letra de palo, el nombre de las personas que quieren una dedicatori­a, para evitar errores y deletreos largos. Así, en la Casa del Libro del paseo de Gràcia, la italiana Daria Bignardi copia, en sus ejemplares de El

amor que te mereces (Duomo), los nombres de más de cuarenta personas que hacen cola. No ha sido necesario en los casos de Amanda, Claudia, Mariana y Rosa. Estudian un master en edición y Amanda querría dedicarse al libro electrónic­o de ficción, pero dice que, “si el de papel va mal, este ya no remonta”. Lo que más les ha gustado de esta novela es su voz intimista, con frases para subrayar, y que engancha a través de un misterio. A otros lectores les ha llamado la atención un pastel de macarrones que aparece.

Aunque la mayoría son mujeres, dos chicos han venido para que Bignardi les dedique el libro a sus novias. También hay blogueros, como Mari Carmen de Conversand­o

entre libros, y el actor y traductor Roger Batalla, que se llevó el último bote del programa El gran dictat por saber escribir la palabra “gotuvadhya”.

Hace tres semanas, un investigad­or canadiense aseguró haber encontrado unas imágenes de Marcel Proust en una breve filmación de 1904. Correspond­en a la boda de la hija de la condesa Greffulhe, y en ellas, el escritor, con bombín, baja la escalinata de la parisina iglesia de la Madeleine. Que justamente sea la Magdalena tiene su gracia. Verlo en movimiento es humanizar lo que hasta ahora era pura literatura. Intento imaginárme­lo firmando ejemplares de su tiempo perdido. En la cola, a su paso por Barcelona, estarían los que participan en Proust a Catalunya. Lectors, traductors, crítics i detractors de la ‘Recherche’. Publicado por Arcadia, el volumen recoge unas jornadas que se dedicaron a su figura. “Me ha gustado mucho tu texto, es magnífico”, le comenta el editor Xavier Folch al poeta Pere Gimferrer. Y él matiza: “No es un texto, es la transcripc­ión de una intervenci­ón grabada”.

En La Central, Gimferrer cuenta que En busca del tiempo perdido es la obra que ha leído más veces seguidas, junto con La divina comedia, que no tiene tanto mérito porpastel que, al ser en verso, resulta “más fácil de recitar de memoria”. Entre el público están el escritor Antoni Marí, el cineasta Albert Serra, la profesora Josepa Gallofré, los traductore­s proustiano­s Valèria Gaillard y Josep Maria Pinto, los arcadianos Montse Ingla y Antoni Munné. La edición va a cargo de Xavier Pla, y nació del entusiasmo que Proust despierta entre personas de ideologías y generacion­es distintas; querían relacionar a un gran autor de la literatura universal con una pequeña cultura periférica. “Aquest llibre és una estructura d’Estat”, bromeó el periodista Joan Safont. El primer prustiano, recuerda Pla, fue Gaziel que, a propósito de Vida privada, años más tarde, considerar­ía a Josep Maria de Sagarra “un Proust amb samfaina”. Quince días después de que muriera el francés, en noviembre de 1922, Gaziel reclamaba una asociación de sus lectores. Hoy existe la Societat d’Amics de Marcel Proust, y su presidente, Amadeu Cuito, apunta su influencia en Mercè Rodoreda y Josep Pla.

Pero volvamos a la magdalena (que en la primera versión era una tostada, luego mutó en galleta, hoy sería un cupcake y nunca fue un de macarrones). Volvamos al hecho de volver. Hace unos años, Ander Izagirre viajó a Bolivia para escribir sobre los niños explotados en las minas. Pero tenía la impresión de repetir lo que ya se había contado antes, así que hizo un segundo viaje. Entonces conoció a la que ha acabado siendo la protagonis­ta de Potosí (Libros del KO). Con 14 años, Alicia tiene conciencia política, trabaja por las noches porque de día va a la escuela. Su padre murió de silicosis a los 34. Y aquí está el meollo: era un maltratado­r. No es el único caso, en un sistema en el que penúltimo golpea al último.

Eso sí que no se había publicado nunca, porque los mineros tienen un prestigio, son los grandes luchadores por los derechos de la clase obrera. “El libro explica muy bien cómo las víctimas pueden ser asimismo victimario­s de otros”, dice Martín Caparrós durante la presentaci­ón en la Altaïr. A Izagirre lo han llamado “el más latinoamer­icano de los cronistas españoles”, han dicho que se ha “contagiado” de ellos. Cuando lo cierto es que empezó a leerlos más tarde que a sus referentes: Manuel Rivas (gallego) y Manu Leguineche (vasco), cuyos escritos seguía como si fueran novelas de aventuras. Claro que, si hacemos caso de lo que una vez, después de alguna cerveza, comentó Emilio Sánchez, socio fundador de Libros del KO: “¿Sabes lo que es un cronista? Un periodista sudaca”.

Izagirre confiesa que nunca disfrutó tanto de un libro como de ¡Viven! La tragedia de los Andes ,de Piers Paul Read. Caparrós le pregunta: “¿Y te entró hambre?”. Aquí podríamos concluir que la literatura alimenta el alma tanto como las magdalenas, el pastel de macarrones o la samfaina. Pero creo que no cuela.

Gaziel, a propósito de ‘Vida privada’, considerar­ía a Josep Maria de Sagarra “un Proust amb samfaina”

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NEUS MASCARÓS
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KIM MANRESA
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AURORA CUITO / ED. DUOMO
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