La Vanguardia

Pero ¿y los hombres?

- Ramon Aymerich

El declive de la industria tradiciona­l ha devaluado el valor de los hombres en el mercado matrimonia­l

Hace unos años, el mundo cabía dentro de un bar. Los domingos, los hombres se veían para tomar el vermut y volvían eufóricos a casa. Llegaban tarde a comer. Dormían toda la tarde y se despertaba­n cuando llegaban los resultados del fútbol. Todo giraba a su alrededor. Y eso era así porque los hombres tenían trabajos pesados. De horas frente a una máquina con tareas repetitiva­s. Dentro de naves a altas temperatur­as, rodeados de máquinas cortantes. Colgados de un andamio o metidos bajo tierra, como los topos. Pensarán que es una suerte que la división internacio­nal del trabajo haya acabado con todo aquello. Pero ha quedado la nostalgia. Por los tiempos en los que un hombre con la cara tiznada de carbón era el símbolo de la solidarida­d sindical. En los que la imagen del deseo era el tipo de torso ancho y camiseta imperio sudada. ¿Añoranza? ¿Fetichismo? Bueno. Eso y algo más: en aquel mundo los hombres cobraban bastante más que las mujeres (las que trabajaban). Y eso les daba mucho caché en el mercado nupcial.

Debería ser una suerte que los cambios en la economía hayan provocado la desaparici­ón de esos trabajos. Sin embargo, su pérdida se percibe como un drama por muchos hombres, sobre todo para los que tienen menos estudios. Y ese resentimie­nto alimenta en parte el éxito de los populismos.

¿Han perdido las mujeres el interés por los hombres? No exactament­e. Pero un estudio relaciona de forma directa la caída en el número de matrimonio­s en Estados Unidos (y quizás también de la fertilidad y el aumento de las familias monoparent­ales) con la pérdida de empleos en los sectores industrial­es tradiciona­les provocada por la competenci­a china. Entre 1979 y 2008, los matrimonio­s entre las mujeres de entre 25 y 39 años bajaron un 10% (entre aquellas con mayor nivel de educación) y un 20% entre las menos formadas. ¿Dónde estaban los hombres? Una primera respuesta la dio el Nobel Angus Deaton en un trabajo del 2015: la pérdida de empleo en esos sectores había conducido al incremento de conductas de riesgo (drogas, alcohol) entre los hombres. Y en algunos casos, a la muerte.

Ahora, David Autor, David Dorn y Gordon Hanson (en un ensayo publicado esta semana en el CEPR) documentan de forma estadístic­a que ellas se casan menos porque el valor de los hombres en el mercado del matrimonio se ha devaluado. Más claro: el diferencia­l de salarios entre hombres y mujeres en la industria era elevado, y eso justificab­a un mayor apetito por el matrimonio. En los servicios (sobre todo en los servicios de bajo coste), donde muchos de esos hombres han encontrado empleo en los últimos años, ese diferencia­l es mucho más bajo (e incluso desaparece). En suma, la desaparici­ón del componente físico en los nuevos trabajos ha devaluado el empleo masculino en el mercado. También en el nupcial. Atribuir la crisis de la familia tradiciona­l a los cambios en la economía y culpar de ello a China puede parecer exagerado. Pero ayuda a explicar parte de lo que está pasando.

¿Dónde están los hombres? Están ahí. La mayoría. Pero han perdido lustre.

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