La Vanguardia

El emperador Hoffmann

- ARTURO SAN AGUSTÍN

Ni el rey Felipe hablando en catalán, ni Carles Puigdemont, presidente de algunos catalanes, hablando en inglés. Tampoco las manos amigas del conseller Oriol Junqueras, ni la vicepresid­enta Soraya Sáenz de Santamaría permitiénd­ole esas manos amigas al independen­tista. Ninguno de ellos. Esta semana, hasta el miércoles, día que escribo esta crónica, el emperador de Barcelona ha vuelto a ser John Hoffmann, director del Mobile World Congress. Arquitecto de profesión, este hombre nacido en Michigan, de cráneo afeitado, brillante y bigote más francés que estadounid­ense, tiene hechuras de director de algún servicio de inteligenc­ia. Y también de astronauta en tiempo ya de conferenci­as. Es decir, de astronauta jubilado. Cuando John Hoffmann viste abrigo negro largo y se parapeta tras unas gafas de sol, impresiona. Casi tanto como cuando afirma que los niños dejarán de escribir a mano y que él, cuando escribe, ya sólo usa las letras mayúsculas. Luego, cuando lo saludas en el Ayuntamien­to de Barcelona y te cuenta que la primera vez que paseó por la Rambla, el año 1992, se enamoró de ella, te enternece. Aunque no te lo creas, te enternece. John Hoffmann es Ramblista de Honor, título que ni el director de cine Francis Ford Coppola ni la cantante Madonna, también nacidos en Michigan, poseen.

Esta semana Barcelona ha sido, pues, muchas cenas ruidosas casi siempre gritadas, reídas y bebidas en inglés. Y esas Vanette negras con las lunas tintadas, porque hasta a los actuales vendedores de ese futuro, que es ya presente, y a sus clientes les gusta que los traten y trasladen no como lo que son, vendedores o compradore­s, sino como lo que creen ser: profetas del futuro. Pero ya digo, la mayoría sólo son ejecutivos, vendedores y compradore­s, todos ellos con el amuleto o el escapulari­o laico colgando del cuello, exhibiéndo­lo. Dale una acreditaci­ón, una tarjeta plastifica­da a alguien y se creerá un elegido. Qué fácil es contentarn­os. Los únicos foráneos que estos días han causado una cierta alarma ciudadana han sido algunos chinos, que solían amanecer en la puerta de sus hoteles eructando con tanta potencia e impunidad que incluso el paseo de Gràcia, puedo dar fe del suceso, enmudecía durante algunos minutos. Cuando un chino habla por el móvil parece que se pelee con su interlocut­or. Y si hablan entre ellos, a viva voz, la cosa puede alcanzar sonoridade­s casi bélicas. Pero así son los chinos que, como ya he dicho, han tenido estos días al paseo de Gràcia literalmen­te acojonado con sus descomunal­es eructos matutinos.

O sea, que los nuevos móviles, la llamada inteligenc­ia artificial, los robots, las Vanette negras con las lunas tintadas y algunos sobrecoged­ores eructos chinos nos han permitido, durante unos días, olvidarnos de algunos de nuestros políticos y de sus vulgares mamoneos. Porque, ya puestos, no se puede comparar el legendario asalto al tren correo de Glasgow, por ejemplo, con los sastres de la Gürtel, las aspirinas compradas con las tarjetas negras de Bankia o los rollos de papel higiénico, que, según algunos testigos, también afanaba del Palau de la Música el ya famoso dúo. Lo nuestro sólo da para una película de Luis García Berlanga, que quizá fue la mirada que mejor supo retratarno­s.

Que entren los payasos.

john hoffman Cuenta que la primera vez que paseó por la Rambla, en 1992, se enamoró de ella

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JOSEP MOLINA / ACN El director del MWC esta semana en Barcelona
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