La Vanguardia

‘Frou frou’ en la Résidence

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La residencia del embajador de Francia se convirtió el jueves en un salón de moda en honor a la creadora de Tot-Hom

Es mediodía, febrero con sol, los almendros han florecido y su milagro anida en el ánimo de la gente que aún mira los árboles. La flores blancas, rosadas revientan, inmutables al ruido de la vida. Es la promesa de vida (no teu coração), igual que las de las Águas de

março que cantaba Elis Regina con Jobim. Hoy suena rap. Rubias con gafas de sol grandes, fulares de colores –y alguna con cuello de zorro– y asidas freudianam­ente a un bolso caro –o un fake fino– aguardan a que abran las puertas de la residencia del embajador de Francia. Le dan su nombre a la azafata de la puerta y se escuchan, uno tras otro, los grandes apellidos de la alta sociedad madrileña. En la residencia, Yves SaintGeour­s y señora han forrado las paredes con telas de Pierre Frey, descolgand­o los cortinones de seda brocada en verde y oro, justo ahora que Donald Trump ha colocado cortinas doradas en su despacho oval. Han traído también dos tapices inspirados en las

Femmes à leur toilette de Picasso, que estarán en la capital mientras se restauran las tapisserie­s del siglo XVII que ocupaban las paredes de la casa del embajador. Hay que refrescar la grandeur, Hollande es un hombre normal y aún preside el Elíseo. Menos Luis XVI y más Philippe Starck.

Es jueves y el palacete de Serrano se ha convertido en un salón de modas en honor a Marta Rota, cuarenta años al frente de Tot-Hom, una de las últimas de su especie. Hace siete que abrió tienda en Madrid. Se le lanzaron al cuello. Ana Gamazo, Patricia Rato, Ana Botella, Cristina Yanes, Marisa de Borbón, Isabel Preysler y sus hijas, Ana Belén ,a quien ha hecho el vestuario de su última gira...

Antes organizaba desfiles enseñoread­os en el Palace, pero debía pisar territorio francés, evocando los ateliers de Valentino o Givenchy, donde memorizaba cómo picaban los hombros o cortaban al bies, junto a su madre, Margarita Jovani, que vestía a la alta burguesía catalana. Marta montó su propia tienda con quince años. Dice que jugaba a vender. Un día le preguntaro­n cómo quería que se llamara la tienda y ella dijo “que tothom li digui com vulgui”. Pues la llamaremos TotHom, dijo un colaborado­r. Y le puso un guión.

Una chica con botas de plataforma lleva un caniche blanco, es su mejor accesorio. En primera fila, parece ser alguien aunque no tiene negrita. Las clientas anónimas son las más excéntrica­s. Llevan sombreros estilo Ascot o liftings estilo Joan Collins.

Ana Rosa Quintana, la periodista, calza unos zapatos atómicos de una tienda de León que trae cada temporada su muestrario a una suite del hotel Adler, y se lo rifan porque todo lo que huele a venta privada, aquí fascina. Begoña y Mar García Vaquero –señora de Felipe Gonzá- lez– conversan con Lola Suárez, una de las diosas –la más discreta– de los salones de Madrid. Beatriz de Orleans, que llega de esquiar y va en anorak, Carmen Lomana, la mujer de Lecquio, María Palacios, y la siempre alta (en todos los sentidos) Bibiana Fernández, que dice “me vuelve loca Tutjom”; habría que pagar por escucharla pronunciar TotHom.

Sisita Milans del Bosch y Pilar Sanz Briz son históricas. Sisita fue musa umbraliana, que escribió de ella que sus piernas eran líricas, mientras que Pilar, hija del diplomátic­o Ángel Sanz Briz, el llamado ángel de Budapest por salvar a miles de judíos de los campos nazis, se crió en África. Le pregunto a Sisita si el broche de la pantera que refulge en su traje azul bruma es de Cartier. “No, es falso”, me contesta. Pilar se casó de Pertegaz, Sisita de Balenciaga. Ambas defienden la palabra vintage, que pronuncian igual de esnob que tothom.

Rosina Malumbres me asegura que “los trajes de Marta me recuerdan a Jackie Onassis”. Rosina es una de las mujeres que mejor sabe asombrarse por la belleza. Inma Peréz Castellano­s, consultora de lujo, me dice: “Aquí somos cuatro las que trabajamos y se nos nota en la cara”. Pienso que lo dice por las ojeras, pero afirma que es el frenesí que enciende las mejillas.

Le pregunto a Pilar Sanz Briz, del barrio de Salamanca de toda la vida, qué le ha parecido la colección de Marta Rota, un recital de trajes a medida, esculpidos a mano por las llamadas petites mains con los dedos pinchados por los alfileres. “Tot-Hom es la mejor de España, sin duda”, me responde, y esa fonética más exótica que castiza me hace sentir, como a tantos periodista­s sin plaza, correspons­al en Madrid.

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LAURA MARTÍNEZ
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De izquierda a derecha, Jocelyne SaintGeour­s, esposa del embajador de Francia; María Palacios, pareja del conde Lecquio; Marta Rota (Tot-Hom); Ana Rosa Quintana y Bibiana Fernández, el pasado jueves en Madrid

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