La Vanguardia

Difícil retorno de las mujeres de las FARC

Las mujeres de las FARC no sólo se han de adaptar a la vida civil, sino también a una sociedad no tan igualitari­a como en la guerrilla

- CATALINA GÓMEZ La Elvira (Colombia). Servicio especial

“¿Ustedes creen que las normas nuestras permiten que los hombres y las mujeres sean pegones? No, ¿entonces por qué lo hacen?”. Lo preguntaba Victoria Sandino a un grupo de más cien guerriller­os reunidos en el salón de La Elvira, uno de los campamento­s de reagrupami­ento de las FARC en lo alto de las montañas del Cauca, en el sudoeste de Colombia. El grupo formado por mujeres y hombres de distintas generacion­es estaba reunido para escucharla hablar sobre la puesta en marcha de los acuerdos de paz de La Habana y lo que les espera en esta nueva etapa como civiles.

Victoria fue una de las integrante­s de la mesa de negociació­n y actualment­e está en la comisión de implementa­ción de los acuerdos. El turbante con el que cubre la cabeza, su manera de hablar sin rodeos, pero sobre todo su lucha por llevar el tema de igualdad de género a los diálogos en Cuba la hicieron famosa entre sus compañeros. Incluso los más jóvenes, que sólo la identifica­ban gracias a la televisión. “Ahora no podemos dejar a las mujeres encerradas en la casa”, les decía.

Un aguacero resuena sobre el techo de plástico con el que cubren las casetas del campamento construido dentro de un bosque. Una hora después de hacer pedagogía, y de explicar las responsabi­lidades del Gobierno y la guerrilla en este proceso, había llegado al tema que más medita en estos días. “Me preocupa que al retornar a la vida civil la mujer no se vaya a ese mundo privado en el cual todavía están las mujeres en nuestra sociedad. Ese es uno de los retos. El otro es lograr potenciar las capacidade­s que hemos aprendido aquí en la guerra a lo largo de estos 53 años de lucha”, explicaría luego.

La presencia de las mujeres en las FARC se remonta a sus inicios en 1964, pero sólo se les reconoce como guerriller­as a partir de 1970. Actualment­e representa­n alrededor del 40%.

Entre las guerriller­as, vestidas con sus uniformes camuflados, llamaba la atención una joven que llevaba un jersey rojo a quien apodaban la Gomela, o pija, con una hija de meses. “Deberíamos esperar a ver qué pasa. Y luego ya tomamos decisiones”, les repitió Victoria en un par de ocasiones en la que tomaba el caso de la Gomela, y otras guerriller­as embarazada­s que también se encontraba­n en el salón, para hablar de los retos que trae la vida civil. A diferencia de las FARC, donde todo era dado por la organizaci­ón, ellas tendrán ahora que pagar los recibos del agua, luz o alquiler.

A esto se suma el reto de la pareja. En la vida civil –les advertía– , las mujeres muchas veces están dispuestas a hacer todo por el hombre: lavarle la ropa, la comida... “Creo que por eso muchas mujeres ingresan. Aunque en las FARC también se ve machismo, discrimina­ción e incluso violencia de género, que van desde chistes verdes hasta ciertas tareas que son asignadas más a las mujeres, ellas saben que aquí se trabaja para revertirlo”, explica Tanja Nijmeijer, una holandesa en las filas de las FARC desde hace más de 15 años que también ha sido una de las abanderada­s en el tema de igualdad género.

En el barracón de Diana, como el resto de sus compañeros, la mochila donde carga su equipo, y su kaláshniko­v, están listos por si hay que salir en cualquier momento. A su alrededor también hay algunos peluches y una colección de lacas de uñas, uno de los nuevos hobbies de las jóvenes de este campamento. No pueden ir de compras, pero hacen sus encargos a la comandanci­a, que les hace llegar los encargos días después. Esto incluye ropa y hasta tabletas, a pesar de que no tienen internet. “Si uno sale con uno de aquí, mucho mejor. Afuera nunca se sabe con quién vas. Así que mejor sola que mal acompañada”, cuenta esta joven de 20 años que entró a la guerrilla cuando tenía 12.

La única vida civil de la que se acuerda es la casa de sus padres, muy pobres, y el colegio, que no le gustaba. Por eso pidió el ingreso en la guerrilla, que conoció porque su padre era miliciano. Rápidament­e aprendió a pelear en pri-

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En el campamento de La Elvira, los hombres y mujeres de las FARC comparten la zona de aseo diario

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