La conciencia del tiempo
SAN Agustín escribió en el capítulo once de sus Confesiones: “¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé, pero si intento explicarlo, no lo sé”. La política catalana vive bajo la conciencia del tiempo, de un periodo que se acaba, porque sus dirigentes han decidido que estamos en tiempo de descuento. El independentismo sin independencia que nos gobierna desea llevarnos a la secesión transitando por el derecho a decidir, que es un mantra que les ha permitido acelerar la marcha cuando no les salieron las cuentas en unas elecciones que fueron calificadas de plebiscitarias. Rüdiger Safranski acaba de publicar el ensayo
Tiempo (Tusquets), donde nos recuerda que el tiempo hace que habitemos en una franja estrecha de presente, rodeada en ambas partes por un no ser: el ya no ser del pasado y el todavía no del futuro. Es evidente que en determinados momentos de la historia esa conciencia del tiempo hace que nos sintamos atrapados, como es el caso en Catalunya.
Luis Bassets lo certifica en sus Lecciones españolas (ED Libros) cuando dice que en el proceso no hay pasado ni futuro, todo es presente: “Una de las mayores virtudes del independentismo es que vive al día, muy acorde con la sociedad digital e instantánea”. Sin apenas memoria autobiográfica, se puede modular el discurso sin costes. Esto es así hasta el punto de que Carles Puigdemont, Oriol Junqueras y Artur Mas, que son los tres pilotos del momento, tienen su propio punto de vista sobre cómo y cuándo debe confluir el proceso. Incluso hay quien piensa que se podría proclamar la independencia y luego convocar un referéndum. La política catalana galopa empujada por la presión del tiempo. Eso les lleva a cometer errores como querer utilizar fórmulas de urgencia para hurtar el debate de la ley de transitoriedad o colocar partidas en el presupuesto para la consulta que el propio Consell de Garanties descalifica. Lo peor no es vivir al día, sino que caigamos de bruces en el mañana.