Globalización y ruinas
La creciente presencia de capital extranjero en las empresas que cotizan en la bolsa española; y la destrucción que ha sufrido Palmira, reconquistada ahora por el ejército sirio, a manos del Estado Islámico.
LA creciente presencia de capital extranjero en las empresas que cotizan en la bolsa española, en principio, es un hecho positivo porque refleja la confianza de los capitales internacionales en la economía del país, en la buena marcha de las compañías en las que invierten y en la acertada gestión de sus directivos. En ese sentido, la inversión bursátil extranjera es garantía de que se están haciendo las cosas bien, con adecuada visión de futuro, ya que los principales fondos que invierten en las compañías del Ibex realizan un cuidadoso seguimiento de sus cuentas y de sus estrategias.
La parte menos positiva de la situación es la creciente pérdida de soberanía financiera que comporta sobre la bolsa del país, que, en pocos años, ha entrado en un proceso de globalización imparable, con la llegada de grandes capitales internacionales, que han desplazado a los tradicionales accionistas autóctonos, tanto el Estado como los bancos, las grandes fortunas y los pequeños accionistas. Estos últimos, desde hace años, han optado por invertir en bolsa a través de fondos de inversión colectiva, que ofrecen más seguridad y rentabilidad, en lugar de hacerlo de forma directa.
La pérdida de soberanía en manos de los grandes capitales internacionales, con sede principalmente en los centros financieros de Wall Street o Londres, aunque también proceden del golfo Pérsico y de Asia, es un fenómeno global, que no sólo afecta a España sino a numerosos países, también europeos, como pueden ser Francia o Italia y, en menor medida, incluso también Alemania, aunque no en proporciones tan elevadas. La propia Comisión Europea, recientemente, expresó su preocupación por este fenómeno. Si en España los inversores extranjeros son propietarios demás del 42% del valor de mercado de las empresas cotizadas, en la Unión Europea este porcentaje es del 38%.
La pérdida de soberanía bursátil sobre el capital de las grandes empresas españolas, asimismo, es un factor de vulnerabilidad porque, a diferencia del Estado, de los bancos nacionales o de las familias propietarias, estos accionistas están siempre dispuestos a abandonar el barco si surgen dificultades, ya que operan con la mirada puesta en los beneficios a corto plazo en lugar de apostar por estrategias de largo plazo. No tienen, por tanto, el mismo grado de fidelidad y de permanencia en las compañías. Además, es un capitalismo en buena parte anónimo.
El capital extranjero sustituyó progresivamente al Estado, en una primera fase, a raíz del proceso de privatización de las empresas públicas, y luego a la banca, como consecuencia de la crisis. El peso de las administraciones públicas en las firmas cotizadas es ahora del 0,3%, el mínimo desde los máximos del 16,6% de años atrás. Cajas y bancos han reducido su peso en las firmas cotizadas hasta el 3,6% –porcentaje que se mantiene gracia sala importante presencia de CaixaBank– frente al 15,6% de 1992. El grupo inversor que más estable ha mantenido su participación en la bolsa, con un porcentaje del 24%, es el de las grandes empresas con capital familiar, como Inditex, Grifols, Ferrovial, Entrecanales o incluso el Santander, entre otras.
La economía española depende cada vez más del capital internacional no sólo por su elevada presencia en la bolsa sino también por la importante inversión empresarial directa en industria y servicios y, sobre todo, porque gran parte de su endeudamiento, que supone ya el 100% del PIB, lo tiene también con los grandes fondos y bancos internacionales. El país, en este sentido, está plenamente inmerso, para bien y para mal, en la globalización financiera, para la que no hay vuelta atrás.