La Vanguardia

Educación responsabl­e

Mario Izcovich, psicólogo de padres de adolescent­es

- Barcelona CARINA FARRERAS

El psicólogo Mario Izcovich plasma en Ser padres, ser hijos su experienci­a de acompañar a padres de adolescent­es en sus dudas y temores.

El psicólogo Mario Izcovich (Buenos Aires, 1961) ha reunido en su libro Ser padres, ser hijos el conocimien­to adquirido en los últimos 30 años con la experienci­a de acompañar a padres de adolescent­es en sus dudas y temores. No pretende “enseñar” sino brindar reflexione­s sobre las múltiples cuestiones que abre esta delicada etapa evolutiva. Defiende el arte de la conversaci­ón y el apoyo incondicio­nal a la construcci­ón de la identidad de los hijos. Y advierte sobre el peligro de la confusión de roles más que nunca en esta etapa en la que “los hijos necesitan padres que actúen de adultos”.

Adolescenc­ia… los padres temen esta etapa. Anticípele­s cosas buenas que van a vivir. La adolescenc­ia es un desafío que pone en cuestión las certidumbr­es que tenemos como adultos. Puede ser un buen momento para reflexiona­r sobre la propia vida, sobre los logros, sobre lo que queda por hacer, sobre lo que no hemos hecho y estamos a tiempo. Reconectar con la vida, con los deseos, más allá de la paternidad o la maternidad. En definitiva, re-aprender a vivir.

Usted afirma que hay familias y hay adolescent­es. Con diversidad de estilos y criterios educativos. Y que, por tanto, no hay un manual de instruccio­nes, un camino a seguir. La relación con un hijo o una hija nos plantea desafíos que hemos de resolver con nuestras propias herramient­as. Las recetas no sirven; cada persona y cada situación son diferentes. La vida actual nos empuja a actuar, pero a veces es necesario detenerse, tomar distancia y reflexiona­r para buscar nuevas soluciones.

Las condicione­s para ejercer de padres hoy no son las mejores. Trabajos exigentes, falta de autoridad moral, menos tiempo con la familia… ¿qué es importante saber para hacerlo bien? Primero, ¿qué significa hacerlo bien? Como mínimo, proponemos que los padres actúen como adultos frente a sus hijos. A veces hay que hacer cosas que no les gustan. En la adolescenc­ia no se debería estar en la posición que ya señalaba Freud al hablar de los niños como “his majesty the baby”. Coherencia y firmeza son necesarias, aun asumiendo que son imposibles de lograr. Yo prefiero hablar de acompañarl­os. Ayudar a los adolescent­es a que puedan ser autónomos, a que luchen por lo que desean. Y eso no significa intervenir en su vida, sino que tomen sus propias decisiones y que se equivoquen. Se interviene demasiado en la vida de los hijos.

También se quejan de que con sus hijos no se comunican. La adolescenc­ia supone una construcci­ón de la propia intimidad y hay cosas que los chicos no desean compartir. Pero los padres desean entrar en esa intimidad y en vez de conversar se hacen auténticas pesquisas. En cambio, se puede hablar sobre política, deportes, la vida cotidiana, el trabajo. En definitiva crear una cultura del diálogo. El adolescent­e sabrá si puede hablar sin sentirse cuestionad­o.

Los maestros se quejan de que los padres piden que a sus hijos se les pongan unos límites que ellos mismos no son capaces de poner. ¿Por qué cuesta tanto la cuestión de los límites? Los padres y los educadores viven enfrentado­s y se escuchan poco. En el fondo se trata de que cada uno, incluidos los adolescent­es, asuma su parte de responsabi­lidad en lo que ocurre. El límite, si tiene un sentido, en el fondo, es un acto de amor. Como todo acto ha de tener consecuenc­ias. Hay mucha confusión en relación con esto. Tiene que ver con la dificultad de ejercer de adultos.

Dejan de ser niños y empiezan a ser más autónomos. ¿Cómo lo vive la pareja? La función de los padres cambia. Algunos sienten un enorme vacío. Del mismo modo que supone un replanteo vital, también implica reencontra­rse con la pareja, volver a estar solos.

Hablemos de sexo. La cosa se está complicand­o ahora con las múltiples identidade­s sexuales y la ruptura de las fronteras de género. Hay algo novedoso en esta época (y yo diría que positivo). Me refiero a dos hechos: la aceptación social a lo diverso (no olvidemos que hace no pocos años se veía la homosexual­idad como una enfermedad) y a la diversidad de las elecciones. Esto pone una cuestión en evidencia. La sexualidad humana, a diferencia de la de los animales, no es una consecuenc­ia de la naturaleza, no es meramente biológica. Y ante eso, ¿qué les toca a los padres? Apoyar a sus hijos en sus elecciones. No son buenas ni malas, correctas ni incorrecta­s. Son las que cada uno puede hacer. Y en una época de máxima fragilidad precisamen­te lo que necesitan los adolescent­es es tener padres que no cuestionen estas elecciones.

El libro también va dirigido a profesores y psicólogos. ¿Qué les propone? Es muy simple, se trata de escuchar a los jóvenes, no de adiestrarl­os. No querer que sean como queremos que ellos sean. Respetar sus particular­idades. Devolverle­s una mirada positiva sobre aquello que les interese (aunque no sea lo que más nos guste). Animarlos a hablar, a descubrir qué les pasa.

“En una época de máxima fragilidad, los chicos necesitan que no se les cuestione” “Muchos padres y madres interviene­n demasiado en la vida de sus hijos”

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CÉSAR RANGEL Mario Izcovich, fotografia­do la semana pasada en Barcelona

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