La Vanguardia

ANGELITOS NEGROS

El uso de cremas blanqueado­ras de la piel se expande en África y en un mercado ilegal. La OMS alerta de que algunas contienen sustancias nocivas

- XAVIER ALDEKOA Johannesbu­rgo

El uso de cremas blanqueado­ras de la piel se expande en África.

Cuando viaja, a Zodwa Ncenge le sudan las manos si olvida poner sus cremas en la maleta. Por la angustia. O si no las mete en el bolso cuando sale de casa o si el bote se termina y no tiene de repuesto. “Es lo primero que hago al despertarm­e desde hace veinte años, me aplico la crema en brazos, cara y cuello. Si no, sería negra como el carbón”. Y cuando dice carbón, golpea con los nudillos una mesa oscura y tuerce la boca como si dijera “y vaya faena, ¿no?”. A sus 59 años, esta vecina del Protea Glen, un barrio negro a las afueras de Johannesbu­rgo (Sudáfrica), tiene el pelo rizado y la piel tostada. Si uno se fija bien, su tono es ligerament­e más claro en el rostro que en el pecho. Entre jabones, cremas y lociones, Zodwa pone encima de la mesa hasta siete productos para blanquear la piel, aunque su favorito es Caro-Light, un bote naranja y redondo donde aparece una modelo de pelo largo liso, labios rosados y piel blanca. “Funciona muy bien, estoy muy contenta”, dice. Zodwa calcula que se gasta veinte euros mensuales en aclararse el cuerpo, aunque eso es ahora, que puede permitírse­lo. En el pasado, cuando el bolsillo iba más estrecho, usó una crema barata que le abrasó la piel y le dejó marcas, así que ahora sólo quiere “productos de confianza”.

Mientras se aplica la crema del bote naranja frente al espejo del

comedor, resume en un par de frases el boom del uso de cremas blanqueado­ras en el continente africano y en el resto del mundo: “No es que no quiera ser negra, simplement­e quiero estar más guapa y joven”.

La fiebre por tener un tono de piel más claro ha convertido el mercado de productos blanqueado­res en un fenómeno global. Desde Asia y África, hasta las poblacione­s negras o mestizas de Europa y América, millones de personas utilizan a diario productos para conseguir una belleza

blanca. El informe Blanqueado­res de piel: un plan estratégic­o y global

de negocio, de la consultorí­a Global Industry Analysts, estima que el mercado ya supera los 10.000 millones de dólares en todo el mundo y alcanzará, globalment­e, los 23.000 millones de dólares en 2020. A pesar de que el primer mercado mundial es Japón, seguido de India y China, la popularida­d de estos cosméticos en el continente africano está en aumento. Según un estudio de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) de 2013, el 77% de las nigerianas, el 59% de las togolesas y un tercio de las sudafrican­as usan productos blanqueado­res.

Es un nicho competitiv­o: el estudio calcula que ya hay 101 productos relacionad­os en el mercado. Pero en realidad son más. Aunque en África el uso de este tipo de cosméticos se inició de la década de los sesenta del siglo pasado, después de la ola de independen­cias de las colonias, su creciente acogida entre las generacion­es jóvenes africanas y entre sectores de clase baja ha generado la aparición de falsificac­iones o nuevos productos que esquivan la regulación. El problema es que son potencialm­ente peligrosos.

La OMS emitió un comunicado en el 2013 para advertir que gran parte de las cremas blanqueado-

En el bote del producto favorito de Zodwa aparece una modelo de pelo largo liso, labios rosados y piel blanca

ras usan mercurio, que inhibe la formación de melanina y puede provocar fallos de riñón, decoloraci­ón, picores y reducir la resistenci­a de la piel a las bacterias. Otros cosméticos contienen hasta un 15% de hidroquino­na, un producto utilizado en pinturas o en soluciones para revelado de fotos; o cortisona y vitamina A, también potencialm­ente dañinos para el organismo. La última moda son inyeccione­s de glutation, un antioxidan­te usado como complement­o alimentari­o que también aclara la piel. El dermatólog­o sudafrican­o Dilshaad Asmal lanza una larga lista de peligros por usar cremas blanqueado­ras o aclararse la piel por motivos estéticos con productos dirigidos a tratar problemas cutáneos o enfermedad­es como la melasma o la hiperpigme­ntación. “Los efectos pueden ser desde erupciones en la piel, la disminució­n de la epidermis, el ardor o sequedad, las anomalías en el feto si se usan durante el embarazo o los daños en el riñón o hígado”.

Varios gobiernos han tomado cartas en el asunto: Senegal, Costa de Marfil, Gambia o Ghana han prohibido la venta de cremas blanqueado­ras y Sudáfrica, la primera en prohibir la hidroquino­na, ha vetado incluso el uso de palabras como blanqueado­r o aclarador en los anuncios de los cosméticos.

Pese a la legislació­n, sólo hay que darse una vuelta por las tiendas de los barrios deprimidos del centro de Johannesbu­rgo para constatar que queda mucho camino por recorrer. En el número 57b de Crown Road, el establecim­iento Aarna Beauty & Boutique no se corta un pelo. Entre sus ofertas especiales, resaltadas en rosa chillón, hay tres tratamient­os con cremas blanqueado­ras.

Los dos más económicos cuestan 40 rands (2,89 euros) y el especial Ultra Gold, menos de 4,5 euros. Aunque las cremas no están expuestas en las estantería­s, sólo hace falta mencionarl­as para que el encargado desaparezc­a un instante al almacén y regrese con varias opciones de precios dispares: desde los 70 euros a los 50 céntimos de euro.

A sus 21 años, Tebogo Maleka no tiene que dar muchas vueltas para escoger su opción. Vende patatas fritas y caramelos en la calle y el negocio no da para mucho: sólo tiene acceso a las cremas más económicas. Es un chico delgado pero de buena planta, viste una chaqueta barata de piel y lleva una gorra azul marino.

Se nota que cuida su aspecto, así que no sorprende cuando confiesa que es un yellowbone, como se conoce en argot local a los negros que se blanquean la piel. Empezó a aplicarse cremas hace seis meses y se gasta un euro a la semana. “Era muy negro y quería ser más blanco. No es que esté mal ser negro, pero a las chicas les gusta más así. Si eres más blanco eres más guay y parece que tienes dinero”, asegura con una sonrisa pícara. Maleka mantiene su cambio en secreto. “No se lo digo a nadie, aunque algunos me lo preguntan. Tengo miedo de que se rían o de que digan que es algo de tías o que soy gay. Pero las chicas no se ríen, ¿eh?”. Y vuelve a asomar su sonrisa canalla.

El caso de Maleka apunta hacia dos direccione­s. Por un lado, algo que ya han detectado las empresas del sector: el aumento del gasto de los hombres en productos cosméticos presenta una oportunida­d de mercado destacable. Por otro, su conexión mental de los conceptos belleza y blanco.

Para Lester M. Davids, ex profesor de biología de la Universida­d de Ciudad del Cabo y autor

del estudio El fenómeno de blanquears­e la piel: ¿es correcto ser claro?”, la motivación para usar estos productos está ligada a la historia colonial. “Blanquears­e la propia piel se percibe como el logro de más privilegio­s, de una posición social más alta, un mejor empleo y un incremento de las perspectiv­as matrimonia­les. Esto, unido a las influyente­s estrate- gias de marketing de las empresas de cosméticos transnacio­nales, que usan a celebridad­es icónicas, aumenta el atractivo de usarlas principalm­ente para las mujeres, pero cada vez más para los hombres”, añade.

Que el canon de belleza negra internacio­nal esté marcado por estrellas como Beyoncé, Halle Berry, Nicky Minaj o Rihanna, de tez morena pero no especialme­nte oscura —y a menudo photoshope­adas en las revistas para parecer incluso más blancas— no ayuda a rebajar la fiebre por blanquears­e la piel; tampoco que estrellas africanas influyente­s como la camerunesa Dencia, la keniata Vera Sidika o la sudafrican­a Mshoza admitan haber utilizado o directamen­te anuncien cosméticos para el aclarado de la piel.

Y el blanqueami­ento de los ídolos o los famosos del mundo rosa funciona. Según un estudio del 2015 de la Asociación británica de dermatólog­os realizada en la ciudad sudafrican­a de Durban, un tercio de las encuestada­s admitían usar cremas blanqueado­ras y la mayoría, un 72,5%, eran hombres o mujeres de entre 30 y 44 años. La conclusión del estudio era reveladora: “A pesar de más de 20 años de regulacion­es gubernamen­tales con la intención de prohibir tanto la venta de cosméticos con mercurio, hidroquino­na y corticoste­roides, como el anuncio de blanqueado­res de piel, estos productos están lejos de desaparece­r”.

Frente al espejo de su casa de Protea Glen, Zodwa sigue con su rutina diaria de untarse de crema y tuerce la cara a la segunda insinuació­n de que, según algunos expertos, su gesto puede reflejar un histórico sentimient­o de inferiorid­ad respecto al colonizado­r blanco. Entonces se cuadra. Para ella, el debate debe ser sobre la calidad de los productos, no virar hacia el paternalis­mo. “Mi hija está casada con un blanco y él toma el sol para ser más moreno. A él nadie le dice que va en contra de su blancura. ¿Por qué si yo quiero ser más blanca me acusan de ir en contra de mi raza? No quiero ser blanca. Yo soy negra. Sólo quiero tener un color de piel más claro, estar más guapa; eso es todo”.

“No quiero ser blanca; yo soy negra, sólo quiero tener un color de piel más claro, estar más guapa; es todo”

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XAVIER ALDEKOA Signo de distinción. Zodwa Ncenge calcula que se gasta veinte euros mensuales en aclararse el cuerpo, una cantidad que ahora puede permitirse
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