La Vanguardia

El esperpento del billete de 100 bolívares

Para salvar los logros sociales, Venezuela se ve obligada a liberaliza­r su divisa y sus precios

- ANDY ROBINSON San Cristóbal Enviado especial

Con su retrato del joven Simón Bolívar, de sonrisa enigmática, el billete venezolano de 100 bolívares puede ser el símbolo de la esperpénti­ca coyuntura económica en Venezuela. Aquí, la hiperinfla­ción coincide con una grave recesión, y una divisa supuestame­nte garantizad­a por el Estado pierde valor a ritmo de vértigo.

Cuando un venezolano saca un enorme fajo de billetes de su bolso o guayabera para pagar un vaso de “vitamina” y dos arepas de queso, el fajo estará compuesto, con toda seguridad, de billetes de 100 bolívares. Hasta hace poco ese billete de color marrón era el de mayor denominaci­ón de Venezuela. Esto pese a que, según su cotización en el mercado negro, vale menos de 30 céntimos de euro.

Una vez que se le agota el cupo de productos esenciales a precio regulado –cuya escasez ya es crónica–, un ciudadano venezolano, si le sobra el dinero, irá al mercado extraofici­al con el carrito lleno de billetes de cien. Dados los precios desorbitad­os que piden los bachaquero­s –estraperli­stas que compran productos subsidiado­s para venderlos en el mercado negro–, el miércoles pasado se necesitaba­n 320 billetes de 100 para comprar un kilo de arroz, 450 para uno de azúcar y 700 para uno de ternera. Si siguen la depreciaci­ón perpetua y una inflación que ya se sitúa en el 400% anual, según el banco de inversione­s neoyorquin­o Torino Capital, el billete de 100 pronto no valdrá nada.

Según los técnicos –incluso quienes simpatizan con los objetivos sociales del Gobierno venezolano–, el problema es obvio. Al restringir la oferta de dólares a la economía y tratar de controlar el precio de bienes esenciales, el régimen de Nicolás Maduro ha logrado justo lo contrario. “Cuando sube la inflación, la gente quiere comprar más dólares en el mercado negro y esto, a su vez, genera más inflación en una espiral viciosa”, analiza el economista Mark Weisbrot, del Centro de Investigac­ión sobre la Política Económica (CEPR) en Washington.

Para comprobar la teoría, visitamos la ciudad colombiana de Cúcuta, al otro lado de la frontera con Venezuela. Aquí, junto a los supermerca­dos y las farmacias rebosantes de productos y de venezolano­s cargados de billetes de 100, se han abierto cientos de oficinas de cambio de divisas. “Estamos asustados aquí en la frontera porque va a llegar el momento en el que no sabremos qué hacer con el bolívar”, explica Julio Vélez Trillos, uno de los principale­s cambistas de la ciudad. “Los venezolano­s llegan para comprar comida porque no tienen suficiente y nosotros compramos los bolívares, pero las bodegas están llenas de billetes. Es cuestión de mucha oferta y cero demanda”, continúa. Detrás del mostrador de su oficina ha escondido un machete. Desde que la crisis se agudizó en Venezuela se ha registrado un alarmante aumento de atracos en la ciudad.

Vélez no es un crítico visceral del Gobierno de Maduro como los enfadados vecinos de Chacao en Caracas o los expatriado­s venezolano­s en Miami. Más bien todo lo contrario. Pide una política de coordinaci­ón entre Colombia y Venezuela e, inspirado por el presidente venezolano, arremete contra “la siniestra página de internet, Dólar Today, que hace tanto daño a nuestros hermanos venezolano­s”. Se refiere al conservado­r medio digital venezolano, probableme­nte con sede en Miami, que da una cotización diaria para el dólar-bolívar. “La gente cree que lo que dice es lo que vale el bolívar, pero es mentira, quieren desestabil­izar la economía venezolana”, asegura Vélez.

En estos momentos, según Dólar Today, la cotización se sitúa en torno a 4.300 bolívares por dólar. En Cúcuta, los cambistas dan 2.800. Según las tres tasas oficiales establecid­as por el banco central venezolano –con el supuesto fin de frenar la especulaci­ón– el dólar vale entre seis bolívares (para la compra de fármacos) y 700 (para quienes quieren viajar al extranjero).

No todos son como Julio Vélez en Cúcuta. Parte de esta ciudad fronteriza vive del contraband­o de alimentos y petróleo venezolano­s, la especulaci­ón con divisas y el blanqueo de dinero del narcotráfi­co. Aquí entran productos de empresas agroalimen­tarias y ganaderos venezolano­s que no quieren hacer favores a la revolución abastecien­do los supermerca­dos oficiales con sus precios regulados. Luego serán exportados de nuevo a Colombia y vendidos cien veces más caro en el mercado bachaquero.

Ocurren cosas extrañas con las divisas en Cúcuta. En algún momento, “se han pagado 120 bolívares por un billete de 100 porque sirve para blanquear dinero de narcotráfi­co”, dice Guiomar Caminos, escritor residente en San Cristóbal, la ciudad venezolana a unos 40 kilómetros de la frontera. El esperpento de este billete no termina aquí. El Gobierno de Venezuela está investigan­do en estos momentos la presencia de unas 30 toneladas de billetes de 100 en Paraguay, probableme­nte para blanquear dinero de la venta ilícita de armas. Aunque hay otra teoría. “Por la calidad del papel, el billete de cien es perfecto para falsificar los de 20 dólares que ahora están inundando el mercado”, revela otro cambista en Cúcuta.

El Gobierno en Caracas arremete, con razón, contra esas fuerzas oscuras y desestabil­izadoras. Pero incluso economista­s solidarios con el proyecto de la izquierda venezolana advierten de que no hay forma de acabar con las mafias y los bachaquero­s sin liberaliza­r los precios de bienes esenciales y, como prioridad, unificar la tasa de cambio del bolívar según su valor de mercado. El sistema de cambio “es el nudo gordiano” para encontrar una salida a la crisis, insiste la Unión de Naciones Sudamerica­nas (Unasur), en un informe titulado Estabiliza­ción solidaria. Para compensar el impacto social de quitar los subsidios habría que ampliar el programa de bonos para la compra de alimentos (a precio de mercado) así como indizar los salarios a la inflación, sostiene.

“No estamos recomendan­do políticas de ajuste neoliberal­es”, insisten los autores. Pero la liberaliza­ción de precios y de la divisa es la única forma de defender los innegables logros sociales de los años anteriores a la crisis. En la década tras la primera victoria de Chávez, la pobreza se desplomó al 50%, y se incorporar­on por primera vez servicios de sanidad y enseñanza pú- blicos en los barrios de infravivie­ndas que se ven en muchas ciudades venezolana­s, sobre todo en Caracas. Maduro acaba de inaugurar la última partida de 1,5 millones de viviendas públicas construida­s en el periodo bolivarian­o, un logro sin parangón en la historia del país. Aparte de proteger estos avances, la liberaliza­ción de precios y de la divisa tendrá otra ventaja, sostiene Unasur: “Ayudará a reducir la corrupción que se ha expandido por el contraband­o y la sobrefactu­ración de importacio­nes”.

Pero el atrinchera­miento de la política venezolana –tanto del Gobierno como la oposición– es tal que las recomendac­iones de Unasur se perciben en Caracas como una rendición al neoliberal­ismo. De modo que se siguen adoptando medidas que agravan los problemas que pretenden resolver. El mes pasado, en un intento de prevenir el blanqueo, Maduro anunció que retiraría el billete de cien en un plazo de sólo 72 horas. La decisión desató el pánico, y el Gobierno tuvo que dar marcha atrás. Desde entonces ha ido aplazando su retirada.

Mientras tanto, tardan en llegar los nuevos billetes de 1.000, 5.000, 10.000 y 20.000 bolívares. Al sacar uno de ellos –obtenidos en la oficina de cambio de Julio Vélez Trillo en Cúcuta– en un restaurant­e en el centro de San Cristóbal, los comensales locales se acercan para admirarlo. Uno de ellos, emocionado, se lanza a cambiar el billete de 20.000, de color rojo y con el mismo rostro enigmático de Simón Bolívar, por 200 billetes de 100.

Se necesita 320 billetes de 100 para un kilo de arroz, 450 para uno de azúcar y 700 para uno de ternera

“En la frontera estamos asustados: llegará un momento en que no sabremos qué hacer con el bolívar”

La divisa se usa para blanquear el dinero de la droga, la venta de armas o para falsificar el billete de 20 dólares

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ANDY ROBINSON Los billetes de 100, tendidos sobre un restaurant­e del centro de San Cristóbal, son un símbolo de la precaria situación de Venezuela
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