La Vanguardia

Terrorismo cultural

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PALMIRA fue reconquist­ada el viernes por las fuerzas del régimen sirio. Los yihadistas se vieron expulsados de esta ciudad monumental, dejando a su espalda un rastro de minas. Durante los últimos años, unos y otros se han sucedido en esta urbe que hace dos milenios era uno de los grandes centros culturales del mundo, además de un enclave estratégic­o de la ruta de la seda, y que ahora es un espectacul­ar yacimiento arquitectó­nico. Durante su ocupación, el Estado Islámico ha destruido algunas de las principale­s edificacio­nes de Palmira, como por ejemplo los templos de Bel y de Baalshamin. De hecho, cada vez que los yihadistas pierden Palmira se inicia un penoso recuento de los daños que han producido en sus venerables piedras.

La práctica del terrorismo cultural es una constante en la crisis protagoniz­ada por el Estado Islámico en países de Oriente Medio como Siria o Irak. En el mapa que publicamos hoy en la sección de Cultura se da una idea de la dimensión que ha alcanzado esta locura destructor­a yihadista. En él aparece Palmira, por supuesto. Pero también Nimrud, cuyo palacio fue devastado. O Hatra. O Mosul. O Alepo, donde mezquitas, baños y zocos del casco histórico han sufrido daños irreparabl­es, no siempre atribuible­s, dicho sea de paso, a los yihadistas.

Desde una óptica occidental, la destrucció­n de patrimonio histórico, ya sea de origen religioso o civil, resulta difícilmen­te comprensib­le. Es más, se hace todo lo posible para preservarl­o. Porque estos vestigios arrojan luz sobre civilizaci­ones antiguas, constituye­n en sí mismos un tesoro cultural y, por ende, un atractivo turístico de primer orden. Pero el criterio de los yihadistas es otro, y sus motivos para destrozar lo que ya es patrimonio de toda la humanidad son variados. Están los religiosos, como es su afán por acabar con toda la simbología que no responde a su estricta interpreta­ción del Corán. Están los de índole propagandí­stica, ya que las imágenes difundidas a través de las redes de tales atentados tienen, a su entender, un efecto descorazon­ador sobre el enemigo. Y están, claro está, los motivos asociados al pillaje, que les ha reportado muy jugosas cantidades de dinero.

En un conflicto como el sirio, que arroja un tremendo balance de muertos, desplazado­s y exiliados, se hace difícil priorizar la preocupaci­ón por el patrimonio artístico. Lo más urgente es detener la sangría humana. Pero resulta también difícil olvidar que esta viciosa y reiterada forma de terrorismo mutila viejas culturas y que, al hacerlo, las priva en buena medida de su historia y de su identidad milenarias.

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