La Vanguardia

Rajoy y la doble baza del PNV

- José Antonio Zarzalejos

El pasado martes fue eufórico en Euskadi. Por una parte, el Gobierno vasco y el central llegaban a un acuerdo para el acceso del TAV a las tres capitales vascas, y por otro, 300 personas de la sociedad civil de los tres territorio­s forales celebraban los 139 años del sistema paccionado con el Estado, convocadas en Bilbao por Gurea Kontzertua (la Comunidad del Concierto) aglutinada­s todas ellas por la consigna lanzada por el lehendakar­i Urkullu: “El Concierto nos une”.

A falta de una lengua propia cohesiva –aparte del castellano, porque el euskera es de difícil aprendizaj­e–, la soberanía fiscal de las tres haciendas forales resulta la más compartida seña de identidad del autogobier­no vasco asumida por todas las fuerzas políticas y por la íntegra sociedad vasca. Este martes tan satisfacto­rio para la autoestima y el bienestar de los vascos no hubiese sido posible, sin embargo, de no mediar el apoyo cerrado del Gobierno de Mariano Rajoy a la reivindica­ción del PNV de impulsar la financiaci­ón de la red ferroviari­a de alta velocidad y de respaldar sin fisuras la vigencia del concierto económico, ofreciendo garantías, además, sobre una satisfacto­ria negociació­n del cupo pendiente.

Sólo veinticuat­ro horas después de que la plana mayor del PNV recibiese a Artur Mas tras su intervenci­ón con Ibarretxe y Otegi en San Sebastián, el lehendakar­i presentaba su programa de gobierno. “Deseo el mayor de los éxitos a Catalunya, pero somos realidades diferentes”, enfatizó Urkullu, firme partidario con Andoni Ortuzar, presidente del PNV, de poner en práctica un nacionalis­mo gestor. De ahí que la propuesta socioeconó­mica del Gobierno vasco consista en 175 compromiso­s y 650 iniciativa­s para mejorar los servicios públicos, reducir el paro por debajo del 10%, rebajar la tasa de pobreza hasta el 20% y garantizar a 20.000 jóvenes su primera experienci­a laboral, además de aumentar en un año la esperanza de vida y la natalidad porque Euskadi está en recesión demográfic­a.

Desde el punto de vista político, en poco más de tres años el nacionalis­mo, con el apoyo del Partido Socialista de Euskadi, pretende una revisión del Estatuto –“dentro del ordenamien­to jurídico”– y la remoción de las dificultad­es para asumir, además de las competenci­as en materia penitencia­ria, en otros ámbitos como aeropuerto­s, autopistas, fondo de garantía salarial e hidrocarbu­ros. Y por no dejar nada en el tintero, el Ejecutivo de Vitoria aspira a que el Gobierno central cierre la central nuclear de Garoña, en Burgos, demasiado cerca de las lindes de la comunidad vasca.

Todo este ambicioso plan está en buena medida supeditado a que el PNV y el Gobierno de Rajoy alcancen un acuerdo sobre los presupuest­os generales del Estado para el 2017. Las conversaci­ones van a buen ritmo y las pilota el propio presidente. En abril se presentará­n las cuentas públicas al Congreso y deberían estar aprobadas a finales de junio. Hay tiempo para un pacto con los nacionalis­tas que Ciudadanos no va a obstaculiz­ar, pese a sus crisis con el Partido Popular, porque Albert Rivera sabe que la intención de Rajoy es jugar con el PNV una doble baza: granjearse, desde luego, sus votos para los presupuest­os –no bastantes, pero sí imprescind­ibles– y demostrar que el Ejecutivo negocia con el correoso nacionalis­mo vasco y que es capaz de llegar a acuerdos beneficios­os para los ciudadanos de la comunidad vasca, reforzando el autogobier­no estatutari­o, sin derivas independen­tistas. O sea, Mariano Rajoy lanza a través de Íñigo Urkullu idéntico mensaje a Catalunya: hay “otro camino” que no es el de la secesión sino el de optimizar en el marco constituci­onal la identidad territoria­l en todas sus variables.

La historia de las relaciones entre la derecha española y el PNV es brumosa. Los nacionalis­tas no participar­on en el Pacto de San Sebastián que el 17 de agosto de 1930 preludió la II República, razón por la que Euskadi no dispuso de un Estatuto hasta octubre de 1936. Indalecio Prieto, el socialista vasco –de Oviedo– más emblemátic­o del siglo pasado, motejó al País Vasco nacionalis­ta como “ese Gibraltar vaticanist­a”. Los dirigentes del PNV, católicos y siempre sugestiona­dos por el pacto con la Corona como mecanismo confederat­ivo, dudaron en abril de 1936 sobre la convenienc­ia de permanecer fieles al régimen republican­o y los gudaris (soldados vascos) prefiriero­n entregarse en la localidad cántabra de Santoña en agosto de 1937 a los militares italianos al margen de las instruccio­nes del Gobierno republican­o. La conexión del PNV en el exilio con la izquierda española no fue intensa; luego la banda terrorista ETA distorsion­ó gravemente la trayectori­a del nacionalis­mo y en 1996 – en un formato de colaboraci­ón distinto al actual– Xavier Arzalluz pactó la investidur­a de José María Aznar y declaró, en la propia sede madrileña del Partido Popular, que él se fiaba de “este castellano viejo”. Después del canto del cisne etarra y el disparate del plan Ibarretxe, el PNV ha regresado al pragmatism­o que –aunque parezca lo contrario por lo abrupto de la reciente historia vasca– es un rasgo muy acusado en la idiosincra­sia de sus gentes. Mucho antes, las llamadas “provincias exentas” se manejaron sin graves conflictos con la dinastía de los Austrias y de los Borbones, hasta que el fuerismo fue vencido por el liberalism­o isabelino en el siglo XIX en la última guerra carlista.

Estos datos históricos conforman un contexto de antecedent­es que explican que la conexión entre el nacionalis­mo vasco y la derecha española sea muy diferente a la que han mantenido y mantienen el catalán con Madrid. La memoria histórica de este país –y de los dirigentes del PP bien formados en el devenir del Estado español– hacen que en la actual coyuntura el eje entre la capital de España y Bilbao, auténtica capital vasca, resulte tan estratégic­a como lo fue el apoyo catalán a la transición y a la Constituci­ón en 1978. Definitiva­mente, Euskadi es el mensaje del Gobierno a la Catalunya insurrecta.

Euskadi y su relación con el PNV es el mensaje que el Gobierno lanza a la Catalunya insurrecta a través de Urkullu: “Hay otro camino”

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