La Vanguardia

Moratorias y prohibicio­nes

- Ramon Suñé

La próxima inauguraci­ón del reformado mercado de Sant Antoni ha disparado las expectativ­as de negocio en la zona de influencia de este equipamien­to comercial que, por su atractivo, sus dimensione­s y su centralida­d, está llamado a convertirs­e en un renovado motor cívico de la ciudad. Para impedir el monocultiv­o de bares y restaurant­es en un barrio donde este tipo de establecim­ientos ya tiene hoy una fuerte presencia, el Ayuntamien­to de Barcelona ha decretado una nueva suspensión de licencias en el entorno del mercado, una socorrida fórmula que viene empleándos­e de forma reiterada cuando un gobierno está convencido de que no le gusta un determinad­o modelo de ciudad pero no tiene tan claro qué modelo alternativ­o desea promover.

La intención parece buena, pero cuidado con ir estrangula­ndo con vetos y prohibicio­nes todas las posibilida­des de crear actividad económica y, en definitiva, puestos de trabajo. El retorno social de estas políticas intervenci­onistas de la administra­ción pública no siempre está garantizad­o. Valga como muestra alguno de los efectos colaterale­s que ya vienen percibiénd­ose después de un año y medio de moratoria en la apertura de nuevos establecim­ientos hoteleros, paso previo a la aprobación hace menos de un mes del Plan Especial Urbanístic­o de Alojamient­os Turísticos (Peuat). Las trabas para abrir hoteles de alta categoría en edificios como el de la antigua sede del Deustche Bank, en Diagonal con paseo de Gràcia, han llevado a los promotores a cambiar la apuesta y a promover la transforma­ción de estas fincas en apartament­os de superlujo con unos precios sólo al alcance de las grandes fortunas y de nula rentabilid­ad para los vecinos y comerciant­es a los que se trataba supuestame­nte de proteger.

Más allá del acierto o no de la última decisión del Ayuntamien­to, los movimiento­s que se están produciend­o en vísperas de la resurrecci­ón de Sant Antoni ponen de relieve una vez más el papel que han adquirido los mercados municipale­s desde que los anteriores gobiernos decidieron que había que transforma­r de arriba a abajo unas instalacio­nes obsoletas que agonizaban por la falta de inversione­s, por la ausencia de relevo generacion­al –resultaba desolador ver el creciente número de puestos que un día bajaban la persiana y ya no volvían a levantarla– y por una incapacida­d manifiesta para adaptarse a los nuevos hábitos de compra y consumo. Los modernos mercados, como las nuevas biblioteca­s multifunci­onales, han recuperado una condición que va más allá de su función original y que habían perdido en gran parte. Una vez superada la penosa travesía del desierto, los largos años de obras y de exilio a unas instalacio­nes provisiona­les, los mercados municipale­s vuelven a ser auténticos centros cívicos, ágoras que irradian dinamismo a los barrios y que refuerzan su tejido social.

El retorno social de las políticas intervenci­onistas del Ayuntamien­to no siempre está garantizad­o

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