El lucro cesante de Barcelona
Lucro cesante y coste de oportunidad son dos conceptos económicos que sirven para definir la misma consecuencia (se deja de obtener una ganancia), pero que hacen recaer en actores diferentes la responsabilidad por esa pérdida. En el primero de los casos, es alguien externo quien impide que se materialice ese lucro, mientras que en el segundo somos nosotros mismos quienes hemos renunciado a lograr esa ganancia al no haber apostado convenientemente por ella. Distinguir entre un concepto y otro tiene su relevancia cuando el asunto se dirime ante un tribunal: si hay lucro cesante, el culpable debe indemnizar a la persona física o a la sociedad afectadas.
Esta diferencia entre lucro cesante y coste de oportunidad, que parece clara cuando se aborda en términos de ganancias económicas, es menos evidente si la extrapolamos a otros ámbitos. Por ejemplo, cuando nos ponemos macroeconómicos y nos da por preguntarnos quién es el culpable de que un país o una ciudad que gozan de buena salud no funcionen todavía mejor.
La economía catalana creció en el 2016 un 3,5 por ciento, tres décimas por encima de la media del conjunto de España. Sin embargo, hay otros indicadores que no son tan positivos, como el que se ha conocido esta semana y que sitúa a Catalunya en el puesto 153 del índice de competitividad regional de la UE, por debajo de la media Europea, que sólo superan Madrid y el País Vasco. En cualquier caso, es lícito preguntarse hasta dónde podría llegar la economía catalana si la capacidad de actuación de su Gobierno no estuviera en gran medida volcada en allanar los obstáculos
Barcelona funciona y acaba de vivir su mejor Mobile, pero deberíamos preguntarnos si puede avanzar aún más. La escasa ayuda que recibe de un Govern volcado en la causa independentista y de un Madrid poco motivado le causa un lucro cesante.
para la convocatoria de un improbable referéndum de independencia.
No puede negarse que en este punto entran en conflicto el coste de oportunidad y el lucro cesante. Es cierto que este Govern, prisionero de un partido que se halla en plena huida hacia adelante por culpa de la corrupción y de un liderazgo deficiente, ha acabado devaluando en el exterior la marca Catalunya. Pero también lo es que desde la Administración central, con una cortedad de miras que asusta, se ponen todas las trabas posibles para bloquear la proyección internacional catalana.
Entre unos y otros está Barcelona, de cuya capacidad de ejercer de locomotora económica, social y cultural recelan tanto en la Moncloa (no parece que haya mucha predisposición a asumir la propuesta de bicapitalidad cultural formulada por el Ayuntamiento) como en la Generalitat.
Barcelona no sufre el bloqueo exterior que sí limita, y mucho, la actuación del Govern. El gobierno municipal mantiene una fluida relación con el cuerpo consular y con otros agentes de la esfera internacional. Nadie en el mundo teme fotografiarse con la alcaldesa o junto a uno de los tenientes de alcalde, porque se sabe que estos no van a utilizar esa imagen para publicitar un proceso independentista que genera mucha incomodidad en las cancillerías. En cambio, que los consellers sí tengan vetados los contactos internacionales sugiere que se están perdiendo oportunidades de mejorar la proyección de la ciudad y del país.
¿Lucro cesante o coste de oportunidad? No sería justo sostener que las carencias de Barcelona se deben sólo al fuego cruzado entre Catalunya y Madrid. También la ciudad se dispara a veces con entusiasmo en su propio pie, como cuando se lanzan mensajes poco matizados contra los excesos del turismo (algún día habrá que pagar una fortuna a Google para que se rebaje en la red la imagen de Barcelona como una ciudad hostil con los extranjeros), al mismo tiempo que se renuncia a la vocación muy barcelonesa de captar grandes acontecimientos internacionales.
Ver el vaso medio vacío en la semana que se cierra con un éxito innegable del Mobile World Congress y de la Mobile World Capital puede resultar chocante, pero de lo que hoy hablamos en este artículo es del lucro cesante (o del coste de oportunidad, que casi no es lo mismo).