La Vanguardia

Tercer grado a la SGAE

El único exdirectiv­o de la Sociedad de Autores encarcelad­o por los abusos de la entidad se confiesa y da claves en su libro ‘Cazado’

- FERNANDO GARCÍA Madrid

Pedro Farré, hasta ahora único exdirectiv­o de la SGAE encarcelad­o por los abusos de la entidad, se declara culpable y víctima a la vez. Culpable de los cargos de apropiació­n indebida y falsedad documental que, por gastar casi 40.000 euros de la visa corporativ­a en juergas con prostituta­s, le llevaron a una celda de Alcalá Meco a primeros del 2016. Y víctima, como pieza propiciato­ria de una cacería a su juicio desproporc­ionada en la que los partidos, Interior, el CNI y unos jueces en extremo rigurosos le hicieron pagar con creces tanto esos excesos suyos como los de una Sociedad General de Autores un tanto crecida y agresiva. Farré acaba de publicar un libro, Cazado (Península), donde entona el mea culpa y da su versión de los hechos. El exdirectiv­o explica a La Vanguardia el sentido de la publicació­n y lo sustancial de su contenido.

Doctor en Derecho y máster en Alta Dirección de Empresas, Farré fue hombre clave en la SGAE del 2002 al 2009 –con Teddy Bautista al frente–, primero como responsabl­e de defensa de la propiedad intelectua­l y martillo de la piratería, y luego como jefe de relaciones corporativ­as y miembro de la cúpula de la institució­n.

Su confesión respecto a lo que en el 2011 provocó su detención y cinco años después su encierro es rotunda, pero añade un desquite. “Obré mal. Usé la tarjeta corporativ­a en sitios inadecuado­s (prostíbulo­s), aunque también la utilice en cenas de un lujo pornográfi­co, con botellas de vino de 400 euros, y eso no se me reprochó”, subraya. “Soy culpable, pero no maté a nadie, y el castigo –dos años y medio de prisión– fue severísimo”.

Cree Farré que si de pronto la SGAE se convirtió en una de las institucio­nes más atacadas e impopulare­s del país fue por una confluenci­a de móviles políticos y mediáticos más allá de la aplicación de la ley.“Si no hubiera habido un interés distinto a la justicia, la operación no se habría lanzado. Del mismo modo que si no hubiera un proceso soberanist­a no habría un caso Pujol”, compara.

La SGAE “no era la cueva de Alí Babá”, sino que cometió “tres graves errores de gestión”, según el autor de Cazado: primero, luchar contra la piratería del top manta y las descargas “exacerband­o el componente penal y policial”; segundo, defender un canon por copia privada (canon digital) que proporcion­ó pingües ingresos a la SGAE, pero al precio de echarse encima “al gigante de la industria tecnológic­a, los internauta­s, los partidos, la hostelería, las teles, las radios...”; y tercero, un plan Arteria, de creación de una red de teatros, que llevó a gastar el canon en ladrillo “justo cuando estallaba la burbuja inmobiliar­ia”.

Farré define su libro como “un exorcismo y una catarsis”; una autocrític­a sobre él mismo y “una época en la que a todos se nos fue la olla”. Él fue “un soldado de esa casta” y vio interesant­e “contar desde la trinchera los errores que cometimos”. ¿Y cree que también los dirigentes, los empresario­s y la sociedad deberían hacer esa catarsis? “Sí, pero para hacerse ese harakiri hay que quitarse el miedo al qué dirán. Y en este país se vive con mucho, mucho miedo”.

Pese a la sugerencia que hace en el texto en el sentido de que sirvió de cabeza de turco, Farré asegura que el libro no va contra nadie, pero sí explica “la atmósfera del banco de favores, el capitalism­o de amiguetes, las relaciones inconfesab­les entre política y empresas, las conspiraci­ones, los infiltrado­s, los dossieres, los espías, la utilizació­n de la justicia para fines políticos”... Una alcantaril­la que sin embargo no ve “privativa de España”. Pues de trata de la putrefacci­ón “propia de un sistema, la democracia capitalist­a, con grandes ventajas, pero también los defectos propios de los seres humanos que lo gobiernan”.

“En este país se vive con mucho miedo, y eso impide la catarsis sobre los años en que se nos fue la olla”

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DANI DUCH Pedro Farré explicó a La Vanguardia las claves de su libro

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