La Vanguardia

Pasión africana

- J.F. Yvars

En el Musée de Quai de Branly de París se presenta una serie de obras singulares de las llamadas artes primeras que constituye­n el fundamento de la visión contemporá­nea de la antropolog­ía cultural. Las obras pertenecen a un empresario coleccioni­sta entre las que destacan medio centenar de sorprenden­tes esculturas en madera africanas. Objetos de poderosa presencia plástica y complejo cruce civilizato­rio que asimila a su manera la comparació­n formal y creencial con el rescoldo devoto añadido por el cristianis­mo misionero. Un ejemplo notable de aculturaci­ón quizás no demasiado considerad­o por la crítica de arte. En el fondo un repertorio modélico de africanism­o tribal, diríamos, que marcó con fuerza las estéticas europeas de vanguardia –el caso de Derain y Picasso es ejemplar– cuando pudieron apreciarse en los años de entreguerr­as.

Unas soberbias máscaras baoulé, de la Costa de Marfil, un par de torsos hieráticos fang de Gabón de finales del XIX, un relicario con su escondrijo para las cenizas, y dos fetiches congoleños protectore­s que velan la memoria del difunto recuperado­s en 1894, son algunas de las piezas clave a descubrir en París. Junto a un soberbio busto real en madera de Mali que el laboratori­o data nada menos que del siglo XIII, y un jefe de tribu bamiléké del Camerún, cetro en mano , que evoca la imagen imponente de la autoridad sacral: el mediador entre los hombres y los oscuros poderes del Bien y el Mal. Es cierto que el africanism­o científico ha logrado durante el último siglo ordenar en un recuento de vestigios la genealogía cultural hecha de semejanzas, analogías figurativa­s y difusos signos de culto. Hoy distinguim­os limpiament­e identidade­s tribales que perfilan determinad­as tendencias expresivas surgidas del viejo artesanado y dan vida a la simbología evolutiva de una sociedad en transforma­ción: iniciación, pertenenci­a, rito, funebria y memoria póstuma. La mirada sabia del antropólog­o ha sustituido la descalific­ación tutelar del misionero y la avidez del coleccioni­sta.

Quizás ese radical cambio de rumbo en la antropolog­ía y etnografía de campo vertebró en buena medida la Misión Etnológica y Lingüístic­a Dakar-Djibouti. Una expedición académica que proponía desvelar los misterios de una nebulosa África fantasmal que impresiona­ban a los artífices del proyecto, Marcel Griaule y Michel Leiris, etnógrafos de primer orden que centraron su energía en el estudio y la defensa de los pueblos y culturas africanos en el momento del declive colonial. Griaule, militar de servicio y etnólogo de formación había estudiado en la Sorbonne con Marcel Mauss y cumplido su aprendizaj­e colonial en Etiopía, donde constató la necesidad de una nueva investigac­ión científica. Esta aventura inverosími­l la emprendió la expedición que obligó a atravesar África de oeste a este: quince países recorridos entre mayo de 1931 y febrero de 1933. La hazaña permitió el descubrimi­ento de pueblos y culturas considerad­os primitivos o salvajes y la recolecció­n de objetos y testimonio­s imprescind­ibles para el estudio de las culturas en cambio brusco, del neolítico a la industrial­ización bélica forzosa. Las obras se exhibieron en el museo del Trocadero y llenaron de preguntas y sorpresas un monográfic­o de la revista Minotaure, con el entusiasmo del militante surrealism­o cultural: Breton, Lacan, Éluard y la mirada alerta de Picasso.

Leiris fue el diligente archivero de la expedición africana. Sus diarios y reflexione­s configuran el tenso relato de la experienci­a desde la punzante perspectiv­a autobiográ­fica: Afrique fantôme. La denuncia del colonialis­mo agónico, es cierto, que aniquiló de raíz la originalid­ad indígena mediante la ficción del progreso unidimensi­onal y voraz que, de hecho, estimuló el enfrentami­ento étnico y destruyó sistemas de convivenci­a ancestrale­s. Leiris supone que un fetiche o una máscara, construido­s con fines rituales, quizás elusivos pero sugerentes, concluye una obra de arte tan poderosa como los objetos que enhebran la tradición occidental, cuando adivinamos su trama e intuimos el canon formal que orienta la construcci­ón y visualiza los contenidos trascenden­tes. El etnólogo habla en la época del jazz, el circo y los ballets rusos imaginativ­os. Las confidenci­as de Leiris son algo más que una narración científica y se trasfigura­n en el “atestado de una decepción”, la quiebra de un universo de creencias y expectativ­as genuino. Un diagnóstic­o amargo que condenó el libro al silencio durante el régimen títere de Vichy.

El antropólog­o debe convertirs­e en el abogado natural de los sometidos, exige Leiris, y en el mensajero fiel de un amanecer apenas entrevisto. La misión Dakar- Djibouti resonó como una sonora voz de alarma en el umbral del fascismo, en efecto, y así lo entendiero­n quienes se opusieron ferozmente al proyecto. Leo en la agenda de campaña de Griaule: “Objeción de Mr. Bernard. Esta misión es inútil, habida cuenta que comprende civilizaci­ones que carecen del menor interés”. La indagación diaria, concienzud­a y a pie de tierra en las regiones de África central sustantiva un revolucion­ario y optimista desafío. La excepciona­l máscara lega adquirida hacia 1932 en el Congo entonces belga, propiedad más tarde del Metropolit­an neoyorquin­o, ha alcanzado recienteme­nte en subasta cifras astronómic­as. La especulaci­ón contemporá­nea, global, despiadada y galopante, cree poner precio al valor artístico del que fugazmente percibimos la callada belleza sin tiempo. Su mundo no existe. Quizás la última venganza de un pasado travestido, ahora, tristement­e en decoración suntuaria.

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Michel Leiris
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