‘Dulceagrio’, un paseo literario por los bares de Manhattan
Stephanie Danler, último fenómeno literario de Nueva York con su novela ambientada en restaurantes
Tess es una joven licenciada en Literatura que llega a Nueva York, ya saben, con una maleta cargada de sueños, un libro de Kerouac bajo el brazo y unas ganas enormes de absorber el mundo por todos sus poros. Lo que descubrirá, a raíz de su trabajo como camarera en uno de los restaurantes más distinguidos de Manhattan, es un mundo fascinante y complejo, un festival de egos repleto de gente guapa, compleja, culta y distante, a la vez que se inicia en los placeres de la alta gastronomía –ostras, vinos– y se disipa en la noche neoyorquina. Si The Paris Review ha comparado Dulceagrio (Malpaso), la primera novela de Stephanie Danler, con “una dosis de dopamina” es porque contiene algo de la alegría iniciática de la juventud. Su editorial norteamericana, Knopf, le ha pagado un anticipo de dos millones de dólares (aunque ella matiza que “eso incluye también mi siguiente libro”), lo que le ha permitido colgar el delantal.
Danler ha trabajado más de quince años como camarera. Al mudarse para estudiar a Nueva York, sirvió mesas en el Union Square Cafe, el Buvette y otros establecimientos (en uno de ellos conoció a su editor). “Yo siempre quise ser escritora. Esta es una novela de formación, de una chica que se encuentra a sí misma, una historia que se suele explicar como un cuento de hadas, con mujeres que acaban siendo rescatadas por un hombre. Mi chica experimenta la autonomía y la independencia por primera vez en su vida y comete errores. Al final, ni se salva ni se cura ni se convierte en un ser completo, simplemente sabe algo más de sí misma y ha aprendido a establecer ciertos límites. Me parece una visión más honesta”. Su camarera no tiene nada que ver con la de La La
Land, vaya. “Hay cada vez más información sobre restaurantes, pero siempre desde un punto de vista masculino, el del chef. Mi visión es más delicada, sensible”.
Simone, la mujer con más poder en el local, es la Pigmalión de Tess. “Todos los restaurantes necesitan a alguien así: extremadamente inteligente, sensata y una figura maternal para el resto de los empleados. Pero, cuanto más tiempo llevan, más se enganchan a ejercer su poder sobre las otras personas, llegan ser crueles, se convierten en gente tóxi-
“La clave para escribir de comida y sexo es la misma, que las escenas hagan crecer al personaje”, dice la autora
ca. En el fondo, está atrapada”.
No es una novela frívola, frente a lo que pueda parecer al leer algunas reseñas (algunos la comparan con la serie
Sexo en Nueva York). “El optimismo juvenil de Tess no debe confundirse con frivolidad –protesta la autora–, como si el cinismo o el pesimismo fueran algo más honesto”.
Los camareros en Manhattan son una especie de superhéroes: además de sus mil habilidades físicas, son enciclopedias con pajarita. “Deben conocer los gustos de sus clientes, saber recomendar desde una ópera a un ballet o un musical, hablar de libros, arte y estar al día del último cotilleo. En mi primer día en Nueva York, me quedé anonadada ante el nivel de conocimientos y perfeccionismo del personal del Union Square Cafe. Entre los camareros había gente con doctorados universitarios, artistas en diferentes disciplinas... pero no cogían el dinero y se iban sino que convertían de manera activa su trabajo en algo apasionante. Tess, por ejemplo, deberá aprender a hablar de una manera determinada y no solo debe saber los eventos a los que acude el gran público sino aquello más vanguardista”.
Otro tema muy presente es la clase social. Los camareros saben más de las temas de la clase alta –vinos, arte, viajes– que los mismos clientes que acuden a su local, toda una paradoja. “Es una tensión de poder muy interesante. Los camareros son sumisos a los clientes, porque dependen económicamente de ellos, de las propinas, que en EE.UU. son la mayor parte del sueldo. Estamos hablando de capitalismo. Pero se protegen pertrechándose tras la idea de que son superiores intelectualmente”. De hecho, “el restaurante es un microcosmos de la ciudad: a él acude el 1% de los pudientes. Los camareros tienen un sueldo correcto, y en la cocina tenemos a los inmigrantes ilegales que cobran menos que el salario mínimo”. Tess “no aspira a escalar en el ascensor social, pero hay compañeras que esperan que las saque de ahí alguien del 1%”.
¿Qué hay en común entre un camare- ro y un escritor? “Ambos observan mucho y comparten la tensión de hacer varias cosas a la vez: escribir la página 1 y la 120, controlar cómo van 12 mesas...”.
Otra característica son las pequeñas descripciones de éxtasis gastronómicos, muy sensuales. “Lo tomé de la poesía: exponer el momento sin preámbulos. Explican el crecimiento personal de Tess, y esa es la clave para escribir bien de comida y de sexo, que las escenas tengan sentido”. Algunas partes gastronómicas son más sensuales que las de sexo. “Bueno, la escena de la ostra la contemplo en sí como directamente sexual”, afirma. Atención también a la presencia de anchoas catalanas.
Al acabar su jornada, los empleados se van al Park Bar, donde tontean con el alcohol, el sexo, la cocaína... Muchos lectores ya han hecho la ruta de los sitios citados “y han visto que varios de esos locales, de principios de los 2000, han desaparecido”, sonríe Danler, quien trabaja ahora en un libro de no ficción sobre adicciones y traumas. En el restaurante de su editorial –la única editorial con bar-restaurante de España– cae la noche y empiezan a llegar los primeros clientes a cenar. La camarera agita la coctelera, y Danler la mira con ojos de juez implacable.