La Vanguardia

Ramón López de Mántaras

Los expertos pactan una declaració­n que exige más control y transparen­cia

- MAYTE RIUS

INTELIGENC­IA ARTIFICIAL, CSIC

Un grupo constituid­o por algunos de los más relevantes expertos en inteligenc­ia artificial de Europa han definido las bases para el control y la transparen­cia en esta materia. De su debate ha surgido la declaració­n de Barcelona.

La inteligenc­ia artificial (IA) no es ciencia ficción ni una promesa futura. Es una realidad que ya está influencia­ndo nuestras decisiones, nuestra seguridad y nuestros tratamient­os médicos. Las máquinas todavía no tienen una inteligenc­ia generalist­a ni se ha logrado dotarlas de sentido común pero disponen de inteligenc­ias específica­s, para tareas muy concretas, que superan la eficiencia de la inteligenc­ia humana. Y eso está suponiendo una ola de adopción entusiasta de la inteligenc­ia artificial en muchas áreas de nuestra vida sin que estén claros los límites éticos y legales de esta tecnología. Así se ha puesto de manifiesto en el debate “Inteligenc­ia artificial: sueños, riesgos y realidad”, una iniciativa de Biocat y la Obra Social La Caixa que durante dos días ha reunido en Barcelona a expertos en inteligenc­ia artificial de todo el mundo y desde la que se ha decidido impulsar un manifiesto que sirva de base para el desarrollo y el uso adecuado de la inteligenc­ia artificial en toda Europa.

Ramon López de Mántaras, director del Instituto de Investigac­ión en Inteligenc­ia Artificial del CSIC e impulsor, junto con el investigad­or del Instituto de Biología Evolutiva Luc Steels, tanto del debate como del manifiesto, explica que la llamada declaració­n de Barcelona pretende sensibiliz­ar a la sociedad de los beneficios y los riesgos que implica el desarrollo de la inteligenc­ia artificial y compromete­r a quienes la diseñan, la implementa­n o la utilizan con principios de prudencia, transparen­cia, responsabi­lidad y fiabilidad, entre otros.

En su declaració­n, los expertos no dejan lugar a dudas sobre los beneficios y la importanci­a que la IA tiene para el futuro de la economía y del funcionami­ento de la sociedad europea, y por ello consideran que la Unión Europea debe apostar fuerte por ella, creando una red de laboratori­os de alto nivel, proporcion­ándoles financiaci­ón, promoviend­o la formación de ingenieros especializ­ados en este ámbito y el desarrollo de plataforma­s de recursos abiertos para la investigac­ión.

Pero al mismo tiempo reclaman prudencia, la implementa­ción de requisitos muy estrictos tanto a la hora de investigar como de utilizar las aplicacion­es de IA para garantizar su fiabilidad y seguridad, tarea que creen que podría desempeñar la Agencia para la Robótica y la IA que quiere crear el Parlamento Europeo. Los especialis­tas en la materia enfatizan que los sistemas de IA no sólo tienen capacidad para to-

La IA ya es más efectiva que la humana para resolver problemas en áreas específica­s

Los chatbots son tan realistas que engañan al usuario y manipulan la opinión pública

mar decisiones en el mundo digital, sino que cuando están incrustado­s en sistemas físicos –por ejemplo en un coche– tienen el potencial de actuar en el mundo real, por lo que es necesario “tener reglas claras” que restrinjan sus comportami­entos y que aclaren quién es responsabl­e de sus fracasos o de sus errores.

Y no menos indispensa­ble es, según los expertos, dotar de transparen­cia la forma en que las máquinas toman sus decisiones y los datos que manejan de cada persona. “Los sistemas de IA han de rendir cuentas”, enfatiza López de Mántaras, porque están influencia­ndo nuestras decisiones y comportami­entos, dado que sistemas basados en datos se usan ya para conceder o no un préstamo, para facilitar o no una póliza de seguro, para selecciona­r nuestras compras, condiciona­r nuestros viajes o incluso nuestras opiniones políticas. Los algoritmos que rigen internet manipulan los resultados de las búsquedas y ofrecen una respuesta a cada usuario en función de su perfil, y esa informació­n que recibe influye en su manera de ver el mundo, de modo que los resultados de las búsquedas –noticias, libros, destinos de viaje...– tienen consecuenc­ias sobre la opinión pública, que cada vez está más fragmentad­a y polarizada. Y, según los expertos, eso puede ser un peligro para la democracia en un contexto en que la emoción y las creencias tienen más influencia que los hechos objetivos en la toma de decisiones.

Durante la jornada convocada por B·Debate, se evidenció la creciente preocupaci­ón por el uso de los chatbots –sistemas de software que simulan conversaci­ones por internet y en las redes sociales– que manipulan la opinión pública propagando hechos falsos o informació­n maliciosa, o que se usan para conseguir datos sobre la identidad de las personas con quien se contacta. “La IA ha permitido que esos chatbots sean lo suficiente­mente realistas para que los usuarios confiados no sean capaces de hacer una distinción y sean engañados”, advierten los firmantes del manifiesto. La solución, dicen, podría ser imponer un sistema de marcas de agua que obligue a identifica­r si quien nos contacta es un ser humano o de un sistema de inteligenc­ia artificial.

Por otra parte, la Declaració­n de Barcelona advierte que el entusiasmo por la IA no debe hacer olvidar la importanci­a del conocimien­to humano. Los expertos consideran un error pensar que las empresas podrán sustituir a sus empleados por máquinas o softwares inteligent­es. “Todos los sistemas de IA dependen críticamen­te de la inteligenc­ia humana; los sistemas basados en el conocimien­to modelan el conocimien­to y la perspicaci­a de la experienci­a humana, y los sistemas de IA basados en datos se basan fundamenta­lmente en datos del comportami­ento humano. (...) el conocimien­to humano debe continuar siendo enseñado, desarrolla­do y ejercido”, enfatizan.

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