La Vanguardia

Pederastia eclesial

- ADOLFO S. RUIZ

Granada vive estos días en el dolor que causan los testimonio­s de los jóvenes violados por los sacerdotes católicos del clan de los Romanones.

“El padre Román era capaz de hablar de amor fraternal por la mañana y por la tarde estar violando niños”, aseguró ayer ante el juez Daniel, 24 años, el joven que denunció por abusos y violacione­s al grupo de sacerdotes y laicos conocido como el clan de los Romanones, liderado por el sacerdote Román Martínez.

En un receso de su declaració­n ante la autoridad judicial, Daniel, que había roto en lágrimas, abandonó la sala llamando “desgraciad­os” e “hijos de puta” a los sacerdotes del grupo que estaban presentes en el acto. “Sentía terror cada vez que me tenía que quedar a dormir con él”, manifestó. El fiscal solicita nueve años de cárcel para Román Martínez

La tercera jornada del juicio en la Audiencia de Granada por el mayor caso de pederastia eclesial conocido en España se celebró en medio de una gran expectació­n. Los hechos se remontan a los años 2004 a 2007 cuando el denunciant­e tenía entre 14 y 17 años, y tuvieron lugar en la casa parroquial del templo de San Juan María Vianney.

El joven relató los episodios de “masturbaci­ones”, “penetracio­nes” e “intentos de felaciones” durante un periodo de su vida en el que mantenía una “dependenci­a sentimenta­l” respecto al padre Román, al que considerab­a como el único “referente moral y espiritual”. “Me hizo depender totalmente de él. No podía tener amigos ni hablar con mis padres”, señaló. “También me violó con penetracio­nes, aunque no lo dijera en los interrogat­orios policiales (...). La única moral que conocí allí fue la del abuso sexual”, dijo.

El caso, que se conoció cuando Daniel acudió al papa Francisco y éste le animó a que lo denunciara, comenzó el lunes con la declaració­n del padre Román, quien negó los abusos y circunscri­bió sus relaciones con el denunciant­e a “un amor fraternal”. El resto de sacerdotes y seglares implicados han evitado el juicio por la prescripci­ón de sus presuntos delitos.

El joven Daniel, que denunció su caso ante el Papa, acusa al sacerdote de haberle violado

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